Egipto, El Cairo.

EL CAIRO

 

Una opción azarosa.
En una oportunidad estábamos tres amigos en la isla de Creta, después de participar en un seminario y  Gloria, que mirando el mapa había concluido que Creta no está en ninguna parte pues se ubica a la misma distancia de Europa, Asia y África, descubrió a continuación que Egipto estaba tan próximo que no podíamos perder la oportunidad de ir, probablemente había barcos que en pocas horas nos llevarían allí.  ¿Tendríamos otra ocasión así en nuestra vida? Poco a poco sus argumentos nos fueron convenciendo y el remache final fue que ella era amiga de la esposa del embajador chileno en Egipto y que le había ofrecido alojamiento si iba a visitarla. Con una llamada telefónica podía concretarse esta invitación. Además en el reciente Seminario nos habíamos hecho muy amigos de un matrimonio de abogados egipcios que nos habían invitado a su país.

El problema surgió cuando después de mucho averiguar, supimos que no hay barcos de pasajeros entre la isla y Egipto. En una agencia de viajes nos indicaron que la única vía posible era ir a Atenas y allí tomar un avión a El Cairo o Alejandría.

 Lamentablemente en estas circunstancias el costo del viaje aumentaba sideralmente. Pero Carmencita, la otra amiga del grupo se había entusiasmado con la idea, nos dijo que su hermano acababa de hacerle un cuantioso regalo y que ella podía prestarnos el dinero necesario y se lo podíamos pagar al regreso en Chile. Resuelto el problema financiero nos embarcamos en un avión a Atenas y desde allí trasbordamos hacia El Cairo. Mientras tanto Gloria había confirmado que ellas dos podrían alojarse en casa del embajador. En esas circunstancias emprendimos el viaje para pasar una semana en Egipto.

 
La cordialidad del embajador.
En el aeropuerto de El Cairo nos esperaba la esposa del embajador, quien nos recibió con mucha cordialidad, ya que si bien conocía Gloria, era amiga de Carmencita desde hacía muchos años. Me indicó que como su casa sólo tenía una pieza de huéspedes, a mí me había reservado habitación en un hotel, lo que le agradecí mucho, pero al llegar al hotel, comprendí que era muy lujoso y los precios eran prohibitivos, de manera que de inmediato informé al conserje que sólo estaría una noche allí. Desde luego agradecí mucho a la embajadora su preocupación y entendí que ella había buscado lo mejor a su nivel.

Mi primera actividad, después de descansar un poco, fue  ir al bar del hotel y pedir una cerveza. El barman, me consulto si quería  nacional o importada. Obviamente solicité la nacional… nunca he tomado una cerveza más mala, aún recuerdo su sabor terroso y aunque las chilenas en esa época eran muy malitas, ésta era la peor cerveza de toda mi vida. El barman que era muy amigable, me contó parte de su vida y estaba muy orgulloso de ser copto y no musulmán, parece que consideraba que con ese origen era más europeo y cristiano. Me brindó valiosas informaciones sobre otros hoteles y precios. 

Salí a buscar un hotel acorde a mis bolsillos y a pocas cuadras encontré uno que me había recomendado el barman, el que se llamaba algo así como Hospedería Suiza , el que estaba a mi alcance pues valía como una centésima parte del otro. Allí pasé los restantes días en un ambiente modesto, pero cómodo y limpio.

El Cairo: caos, pobreza  y autoritarismo.
Durante mi estadía en la ciudad  su calor me impregnó permanentemente aunque era el comienzo de la primavera, tenía que rehuir el sol y buscar apresuradamente la escasa sombra. La ciudad era ruidosa y caótica, el tráfico vehicular era muy intenso y veloz, atravesar una calle era una aventura arriesgada y pronto aprendí a hacerlo a la egipcia: corriendo entre los autos y gesticulando, mientras todos los conductores, sin excepción, tocaban estrepitosamente sus bocinas. Los semáforos eran muy escasos. Es un caos inmenso pues el conglomerado metropolitano tiene 17 millones de habitantes.

En El Cairo es imposible tomar un bus, pues todos los avisos están en árabe, de manera que el único medio de locomoción, muy abundante por lo demás, es el taxi, pero es harto complicado. Todas las veces que tomé un taxi, después de una larga discusión lograba que me dijeran cuál sería la tarifa, por ejemplo diez libras egipcias, pero al llegar al destino era otra discusión interminable pues me cobraban  cien libras y explicaban que el camino estaba atiborrado de tráfico, como si hubiese lugares donde eso no ocurría y que habían calculado mal la distancia y que hacía mucho calor, etc. etc. Finalmente yo pagaba la tarifa acordada y nada más, por lo que el conductor se quedaba gritando y Carmencita me decía: ¡Págales lo que pide y ahórrate la discusión! (Ella es adinerada).  Yo sabía que la discusión era parte de la vida del turista y la tomaba simplemente como una actuación teatral.

El barrio donde estaba la embajada, en un departamento en lo alto de un gran edificio, era elegante y próximo a amplios campos verdes que eran parques que alguna vez habían sido campos de golf de los colonizadores ingleses. Había numerosos edificios de veinte o más pisos y parecía ser la parte rica de la ciudad. 

Un factor impresionante era la presencia de uniformados. Por todas partes se veía a grupos de soldados o policías muy armados en grupos de cuatro o cinco, los uniformes eran muy variados: blancos, azules, marrones, verdes, negros, etc. pero todos parecían cumplir funciones de vigilancia. Esto se justificaba plenamente porque había grupos terroristas que asaltaban o volaban los buses de turistas, mientras que el gobierno intentaba brindar seguridad ya que estas visitas son una gran fuente de ingresos para el país.

Poco a poco se percibía que es un estado autoritario, los Hermanos Musulmanes, partido más fundamentalista que realizaba una labor social solidaria tenía tal apoyo popular que fácilmente ganaría en elecciones libres y la solución de los gobernantes era la represión y la falsificación de los resultados electorales. Era y creo que es un país donde el respeto a los derechos humanos era muy limitado. Sin embargo, el gobierno contaba con el apoyo occidental  mientras aparentara un respeto a los principios democráticos y porque se consideraba que Egipto era una potencia decisiva en el norte de África y la garantía para la existencia de Israel.

La población vestía, en general,  unas túnicas grises muy cómodas y las mujeres usaban velos en su rostro. Se veía pobreza, pero no en grado superlativo. Sólo apareció en forma impactante cuando pasamos cerca de un cementerio que había sido ocupado por los sin casa  que vivían en las tumbas.

Visita a las Pirámides.
Según las apreciaciones generales, ya en la antigüedad las pirámides eran consideradas una de las grandes maravillas del mundo y aún hoy conservan esa categoría, de manera que visitarlas es una obligación para todos los que viajan a Egipto y El Cairo.

Una tarde fuimos a visitar las pirámides que están al borde de la ciudad, en Giza: Keops, Kefren y Micerino, además junto a ellas está la gran Esfinge, que con su rostro femenino y su cuerpo de león es una alegoría que ha sido interpretada de las más diversas formas. Yo la miro como un homenaje al enigma del carácter fiero de la mujer que supera en casi todo al hombre.          

Creo que yo sufrí un choque cuando vi las pirámides en el desierto, no se trataba de que las encontrara bellas o monumentales. En realidad me parecieron algo monstruoso, carentes totalmente armonía con el desierto, cuerpos geométricos artificiales que rompen la planicie natural. Me parece que es el hombre contra la naturaleza, un intento vano e irreverente de demostrar que somos superiores. Junto a esta percepción chocante estaba todo lo que las pirámides significan de vano: el intento de los poderosos de tener más poder aún y alcanzar la inmortalidad con estas obras gigantescas. Yo creo que las pirámides son los monumentos a la muerte y al poder, por eso nunca encontraré belleza en ellas. No es que crea que son los únicos monumentos a esos intentos, sino que chocan con la naturaleza. Otros monumentos como templos religiosos, iglesias, palacios, etc. ubicados en otros medios naturales los encuentro admirables especialmente cuando armonizan con el ambiente como  Stonehenge, el Partenón, Macchu Picchu, hasta las pirámides mayas y las de Teotihuacan. Aquí sólo está el choque entre la naturaleza y la artificialidad humana.

Naturalmente que mis amigas encontraron las pirámides –como corresponde- maravillas espectaculares. También, en un plano más alegre, era muy divertido encontrarse con los camelleros que ofrecían paseos por el desierto y algunos se dirigían directamente a mí y me decían que me cambiaban a la rubia por dos docenas de camellos y a la otra dama de ojos verdes por otras dos docenas. Parece que estas demandas exaltaron el ego de mis amigas ¡Pero no aceptaron que yo gustoso cerrara el trato y pasara a ser propietario de tantos camellos! 

Por supuesto que es costumbre de estos árabes hacer estas bromas y así consiguen hartas clientas.  De manera que me vi obligado a subir en un camello y salir trotando detrás de las dos jinetes femeninas por el desierto a los pies de las pirámides que ya podía ver desde una altura mayor. Naturalmente que al terminar la cabalgata ¿o camellada? Nos cobraban un precio totalmente distinto al ofrecido y había que pelear largo rato para lograr respetar el convenio previo.

Al atardecer, el embajador vino a buscarnos y nos invitó a un aperitivo en un atractivo bar desde donde se tenía una bella vista de la puesta del sol y las pirámides. Las cortinas eran cordeles con piezas pequeñas de madera torneadas que tejían hermosos arabescos y filtraban la visión del desierto rojo. 

El gran Museo Egipcio.
Otro lugar que no puede dejar de visitarse es el museo de arqueología de El Cairo. A pesar de que los británicos, franceses, alemanes y otros se llevaron muchas de estas riquezas, siempre se logró mantener algo y los nuevos descubrimientos son permanentes.  Es un museo inmenso, pero lamentablemente muchas salas permanecían cerradas y en esa época era bastante oscuro y algo sucio. Ojalá haya mejorado.

A la entrada hay un numeroso grupo de guías que se ofrecen y compiten a gritos. Como de costumbre yo hice un trato con uno de ellos, él que con total seguridad dijo que era el mejor guía del museo. En realidad era un buen guía, quizás excesivamente parlanchín y gesticulante. A medida que avanzábamos, los guías del otro grupo nos decían que habíamos elegido al mejor guía del museo. Yo observé que a su vez, nuestro guía les decía a los turistas del otro grupo, que iban guiados por el más experto de los guías. De manera que las recomendaciones eran recíprocas y evidentemente tenían como finalidad aumentar la propina que recibieran ambos.

El guía, de vez en cuando nos pedía una moneda y se la daba al guardia de alguna estatua, él que nos permitía pasar más allá del límite permitido y tocar las estatuas, lo que a mí no me parecía nada de bien porque la grasa humana ensucia las esculturas.

He de confesar que a mí no me gusta la escultura egipcia en general, en primer lugar las figuras son siempre rígidas, difícilmente se atisba algún movimiento y en segundo lugar, muchas de sus obras son de sus dioses que  siempre son monstruosos, combinaciones de partes humanas y partes de aves o mamíferos carniceros, que también son tiesos y carentes de cualquier calidad de sentimiento o religiosidad.

Lo que admiro en la cultura egipcia son sus artes decorativas y aplicadas: los bellos muebles rescatados de algunas tumbas, las máscaras de los sarcófagos y especialmente los juguetes que representan carritos, barcas, muñecos que realizan las actividades de la economía de su época: hacer pan, trabajar la tierra, picar piedras, remar, etc. También son bellísimas sus pinturas, muchas de las cuales se reproducen en papiros. Las pinturas de la época de la dominación romana ya son otra cosa, mucho más realistas y trabajadas.    

Al terminar la visita y repetir las consabidas felicitaciones que se hacían los distintos guías, llegó la hora de saldar cuentas. Naturalmente que lo que cobraba era  diez veces más de lo acordado y explicaba que había un malentendido y que el precio era por persona y no por el grupo, argumento que valía muy poco porque siendo así nos cobraba por un grupo de diez personas y sólo éramos tres. Finalmente nos propuso que lo siguiéramos al mejor lugar de El Cairo donde se hacían los papiros más hermosos y que ello sería sin costo adicional, lo que era otra trampita porque evidentemente se llevaría una comisión por lo que compráramos. Yo le pagué lo acordado y una propina y entonces, a sugerencia de mis amigas lo acompañamos a la tienda de papiros. Allí nos explicaron la historia del papiro y a nosotros y otros clientes nos hicieron una demostración de cómo se fabricaba. Mis amigas compraron varias docenas de hermosos papiros y yo no compré ninguno. Al terminar la visita, de nuevo el guía nos exigía que le pagáramos por su trabajo y yo no le hice caso, pero la amiga adinerada le dio una propina que lo dejó en el más absoluto silencio.

A los pocos pasos apareció un vendedor callejero que ofrecía papiros a la décima parte de lo que pedían en la tienda y eran iguales. Situaciones parecidas las vivimos muchas veces, pero naturalmente había que tomarlas con mucho humor.

La mezquita de Hassan.
El pasado de la cultura egipcia desapareció bajo sucesivas invasiones y ocupaciones, la que caló más profundamente sin duda fue la árabe. Hoy Egipto es un país totalmente árabe: su idioma., religión e historia está en ese ámbito. La población mayoritariamente se entiende en árabe, aunque parte de ella tiene otras raíces, pero su religión musulmana la define.

Hay grandes mezquitas y en las mañanas y al atardecer se oye a los muecines llamar a la oración La mezquitas más importante es la de Hassan, que es una de las más grandes del mundo, creo que de la época de los mamelucos. Es un complejo de edificios rodeado de murallas y con amplios patios y una gran fuente, todo ello con la elegancia de los decorados de arabescos. Desde allí hay algunas buenas perspectivas de la ciudad 

Como ocurre en todos los recintos religiosos musulmanes se observa siempre una gran cantidad de fieles y una evidente fe en todos ellos.

Los mercados  de El Cairo.
Un día resolvimos ir a visitar el gran zoco Jan-el-Jalil de El Cairo, era un barrio completo de calles, pasajes y pequeñas plazas con tiendas en las casa, en la calle y en mesas bajo grandes toldos. Allí se vendía de todo y había una muchedumbre de compradores egipcios y también turistas. La diversidad de artículos era increíble, desde verduras y frutas a tenidas de lujo y equipos electrodomésticos. Las tiendas dedicadas a los turistas eran pocas, pero ofrecían diversidad de souvenirs, muchos de ellos muy hermosos: tejidos, vestimentas, pañuelos, objetos de bronces, cerámicas, papiros, tallados, etc. Aunque era muy difícil saber los precios, éstos eran notoriamente bajos. Entrar a una tienda, aproximarse a ella o salir era un ritual muy molesto porque los vendedores usan sus manos permanentemente para tocar al cliente –especialmente las clientas- y hay que estar desembarazándose de esas manifestaciones que en esa cultura resultan normales, pero en la nuestra son desagradables. Además los vendedores hablan y hablan hasta dejar emborrachado al cliente, siempre quieren encajarle otro producto aunque haya comprado un montón. Para algunos, esto era divertido pues observábamos a yanquis y europeos que se reían mucho de esos gestos.

De todos los mercados que conozco, los de Egipto eran los más desagradables, especialmente por el manoseo y parloteo continuo. Salir de allí era un respiro ansiado pues ya resultaba intolerable. 

En cualquier caso la variedad, originalidad y calidad de los souvenirs parecían muy buenos y los precios, muy imprecisos, finalmente resultaban muy aceptables. Mis amigas satisficieron todos sus deseos de consumistas extremas  en ese mercado y yo no sabía donde iban a meter tantas bagatelas en sus maletas. Yo también compré papiros y cerámicas muy baratas, pero preocupándome del tamaño y peso de los objetos.

A orillas del Nilo.
En el Seminario en el que habíamos participado en la isla de Creta hicimos muchos amigos porque  compartir los mismos ideales hace que las amistades crezcan rápidamente. Entre estos amigos estaba un matrimonio de abogados egipcios que nos rogaron que los llamáramos si íbamos a El Cairo, así lo hicimos e inmediatamente nos citaron para esa tarde en el foyer de un gran hotel que está a orillas del Nilo. 

Para llegar a ese lugar atravesamos el Nilo en un bote con dos barqueros, uno de ellos inmediatamente se prendó de una de mis amigas y empezó a decirle piropos en un inglés muy impreciso, como era un muchacho joven le llamé la atención y dejó de molestar. El Nilo se veía como un inmenso río que no era ni azul, ni verde, ni blanco como se describe en las geografías y novelas, era absolutamente negro y en la medida que caía la noche, la oscuridad y el Nilo eran lo mismo, sólo se veían en lo alto las luces de los grandes hoteles que tenían  treinta o más pisos.

El hotel al que llegamos era uno de los más grandes y lujosos de la ciudad, la hospitalidad y cordialidad de nuestros amigos abogados fue extrema, desde luego conversamos largamente sobre la situación política y social de Egipto y simultáneamente le contábamos  sobre Chile, aunque ellos tenían una cabal información sobre nuestro país, lo que contrastaba con nuestra ignorancia sobre el Egipto actual. Nos invitaron a un aperitivo en el lujoso bar del hotel y aunque le sugerimos ir a un lugar más modesto nos indicaron que ello no era posible. Después de varias horas de animada charla insistieron en invitarnos a comer y en su auto nos llevaron a un lugar, probablemente en las afueras de la ciudad. Como la oscuridad era tan negra era difícil ver por donde íbamos y sólo al final nos percatamos que de nuevo estábamos a orillas del Nilo.  Era un gran restaurante en la ladera de una colina, junto al río. Había muchas mesas redondas y bajas y estaba casi lleno. Los comensales, en su mayoría hombres, fumaban en grandes narguiles y mantenían animadas charlas en árabe. Otros grupos, entre los cuales había algunas familias, comían y conversaban en voz muy alta. Permanentemente sonaban fuertes disparos: se trataba de que en ese lugar muchos comensales, en la orilla del río disparaban con grandes carabinas a platos que eran lanzados a la negrura de la noche, había muchos disparos acertados y los restos caían al río, el que estaba totalmente solitario. Otras veces los platos caían al agua con algún estrépito y se trataba de aquellos que no habían sido alcanzados por los tiradores.

La noche era muy tibia y agradable y empezaron a aparecer algunas estrellas que alumbraron el Nilo y la oscuridad tenebrosa fue reemplazada por el brillo del agua que se desplazaba, paralelamente aumentaban los tiradores y los estallidos y se creaba una atmósfera más festiva. 

Creo que la cena, con excelente comida árabe fue muy agradable y como no parecía haber vino, ya que el alcohol está prohibido, tomamos cerveza, la que al parecer  no estaba tan prohibida.

Los amigos abogados, en ese ambiente agradable, nos contaron las desagradables historias propias de un país donde la libertad es un slogan ajeno a la realidad. Ellos defendían a presos políticos pero reconocían que su labor era casi inútil. Yo les consulté sobre el rol de la solidaridad internacional y los abogados dijeron que fuera de la preocupación de Amnesty Internacional existía muy poco apoyo. La embajada de Chile, por  supuesto, era totalmente ajena a esta situación y no tenía ningún rol en los temas nacionales. 

Despedidas y comparaciones.
Es probable que estas notas sobre nuestro viaje a El Cairo no sean muy entusiastas, pero como cronista viajero, mi obligación es contar mi visión personal. No cabe duda que hay otras crónicas que brindan perspectivas diametralmente distintas y pueden ser más eruditas y convincentes. Además hay que destacar que nuestro viaje fue de sólo una semana y que nuestro único lugar  conocido fue El Cairo. Muchos viajeros hablan maravillas de los cruceros por el Nilo, las visitas a los templos de Abu Simbel o Alejandría, nuestra imagen es mucho más parcial y limitada.

Justamente hoy, aquí en Santiago,  en el metro iba una señora con dos cuadros, como no se veía lo que contenían le pregunté si eran amates mejicanos, ella gentilmente me los mostró y eran papiros egipcios, entonces conversamos todo el viaje sobre Egipto, ella había estado en El Cairo y consideraba que era una ciudad hermosísima, el caos le había encantado y también los mercados y los comerciantes “tan entradores”. Esto me confirmó que de una misma realidad dos personas pueden sacar conclusiones totalmente opuestas.

Emil Ludwig decía que Egipto es obra del Nilo, en realidad es un país-río. Desde el aire es impresionante ver la estrecha faja verde que constituye el Nilo y donde, desde la Antigüedad se desarrolló una de las culturas más brillantes de la Humanidad. En el avión se aprecia que sin el Nilo, Egipto sería una continuidad del Sahara. La numerosa población egipcia es de tal magnitud (75 millones) que da la impresión que el Nilo no puede soportar tanta contaminación ya que la población se concentra en el valle del río, aunque el país tiene un millón de Kilómetros cuadrados de superficie. Lo lamentable es que a pesar de tan larga historia, Egipto está lejos de ser un paraíso y la libertad sigue estando ausente, aunque hay un aceptable nivel de desarrollo y una distribución del ingreso mucho más justa que la de Chile.

Como siempre estoy comparando, creo que el Museo Egipcio es superado por el Museo Británico en su sección egipcia por la calidad museológica y por los objetos presentados y el museo Egipcio de Berlín tiene la joya mayor del arte egipcio: el busto de Nefertitis. En todo caso el guía exaltaba la calidad y rareza de todo lo que nos mostraba. 

El embajador se portó en forma excepcional. A pesar de su constante trabajo nos trató con gran deferencia, incluso nos invitó a una fiesta que se realizó en la embajada. Mis amigas asistieron y parece que lo pasaron muy bien. Yo no asistí porque no tenía ropa apropiada para el medio diplomático.

Yo conocía al embajador desde antes y sabía que había sido un gran luchador por restablecer la democracia en Chile y había dirigido el único periódico opositor a la dictadura de Pinochet. Bajo estos antecedentes, me permití preguntarle qué labor hacía la embajada en pro de los derechos humanos en Egipto. Me dijo que esa pregunta era reflejo de mi ignorancia y me repitió lo mismo que otros embajadores chilenos me habían señalado: su labor diplomática le impedía inmiscuirse en los asuntos internos del país. De nuevo pensé que si los embajadores extranjeros en Chile, que salvaron tantas personas, hubieran pensado así, el número de ejecutados, desaparecidos y torturados habría sido mucho mayor. Era el triste vuelco desde los principios a la realidad. 

Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net
16 de julio de 2008

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