Francia, Alsacia, Estrasburgo.

Estrasburgo, capital parlamentaria de Europa

 

ESTRASBURGO, CAPITAL PARLAMENTARIA DE EUROPA.

petitfrance

 Patricio Orellana Vargas, “La petit France” (Estrasburgo), óleo, 40 x 50 cms.

La capital de la paz.
Como hemos señalado, Alsacia fue durante siglos el país de la disputa,  su capital, Estrasburgo fue la perla deseada por los dos estados antagónicos, Francia y Alemania. Esta ciudad la he visitado numerosas veces, desde que era una antigua capital provincial- aunque importante y próspera- hasta que llegó a ser la sede del parlamento Europeo.

La Comunidad Europea de Naciones tuvo un criterio histórico y de profundo contenido pacifista al otorgarle a Estrasburgo esta distinción. De ser la prenda disputada por dos de las mayores potencias europeas,  pasó a ser el símbolo de su unidad.

Casi siempre he ido a Estrasburgo a casa de mis amigos, mencionados en la crónica de Alsacia, en algunas oportunidades para hacer trámites ante el Parlamento o llevar documentos sobre derechos humanos al Centro de Documentación del Parlamento Europeo. Mis amigos me mostraron con orgullo su ciudad y además me llevaron en repetidas oportunidades a visitar casi toda la Alsacia. En casa de ellos conocí a otros chilenos exiliados que vivieron allí amparados por la solidaridad francesa. En general vivieron en una región donde fueron recibidos con respeto, aunque no faltan algunos xenófobos que odian a todos los inmigrantes. Pero también he conocido otros muchos alsacianos solidarios y respetuosos de todos los seres humanos.

 Estrasburgo era una ciudad en la que coexistían la modernidad y el progreso junto a barrios que conservaban todo el pasado incólume, especialmente en el centro, donde hay grandes canales o fosos, viejas paredes defensivas y altas torres que nunca fueron derribadas a pesar de que hace siglos que ya no cumplen ninguna función práctica, sólo el deseo de preservar el pasado y su belleza. Hay un barrio que se llama “La petit France” que es casi de cuentos, junto a los canales hay macizas casas alsacianas caracterizadas por sus estructuras externas en gruesas vigas de madera que parecen que han sostenido las paredes de ladrillo y tabiques para que lleguen a nuestra época. Sus techos, que con los siglos se han curvados, son rojos o marrones variopintas porque es evidente que las tejas que han ido reemplazando a las que se han destruido, han variado en sus tonos rojos, haciéndoles perder su uniformidad y dándoles matices que varían más aún cuando el sol las alumbra. (Véase la ilustración de esta crónica).

La historia cotidiana, no la de los grandes acontecimientos, se conserva en museos que están instalados en estas casas, no sólo de Estrasburgo, sino de toda Alsacia. Mientras que en las aldeas, los museos guardan el pasado en relación con las actividades agrícolas y especialmente de la vinicultura, en Estrasburgo y las otras grandes ciudades alsacianas, como Mulhouse y Colmar,  estos museos de la vida cotidiana se refieren a las artesanías y a la industria y a las actividades propias de la vida ciudadana: tejidos, muebles, artículos de cocina, moldes de pan. juguetes, juegos, etc.

En alguna medida, visitarlos es ir a un país de cuentos, donde la vida familiar, alrededor del fogón era el principal centro cultural celular y donde se rendía un homenaje diario a la gastronomía, la que es muy apreciada en Alsacia.

La gastronomía alsaciana.
Mi primer contacto con Alsacia, se produjo justamente en esta área, no comiendo sus exquisitos platos, sino que leyendo, durante mi infancia,  las novelas de Erckman-Chatrian (creo que eran dos autores). En ellas adquiría una importancia inusitada la gastronomía y uno de sus personajes “El amigo Fritz”, era un alsaciano elegante, amigable e intelectual, pero un gran gozador de la comida alsaciana, que ya en esa época despertaba mi interés.

Quizás el culto y desarrollo de la gastronomía en esta región se deba a que es zona de cruce de la suprema influencia de la cocina francesa con la cocina alemana, que exalta las salchichas y embutidos así como los postres horneados y almibarados, junto a los vinos blancos y la cerveza,  cuya variedad alsaciana es una de las mejores. Mi experiencia sobre la cocina alsaciana se enriqueció porque mis dos amigos chilenos, se habían compenetrado de esta cocina y la disfrutaban con gran deleite. Elvira estudió gastronomía en un pueblo alsaciano, famoso por su gran escuela de gastronomía y llegó a ser una chef de primera línea, de manera que vivir en su casa era disfrutar de toda su expertise (cuando regresó a Chile trabajo como profesora de gastronomía en INACAP). No solamente se disfrutaban la comidas alsacianas en casa de mis amigos, a ellos les gustaba también ir a restaurantes que tenían gran prestigio en determinadas comidas: entradas o entremeses, especialmente embutidos y  pate-foie (los mejores de Francia), asados de ciervo o jabalí, choucroutte y salchichas, postres de leche, y diversos tipos de kuchen, etc. Mis amigos me invitaban a estos restaurantes a disfrutar de platos que era más complicado preparar en casa y que sólo se justifica hacerlos en grandes restaurantes, los cuales tenían siempre una inmensa concurrencia. Otra comida muy apetecida era una especie de pizza, pero sin queso, sino que con otros agregados, especialmente cebolla frita muy condimentada con crema y que se servía en llamas, por eso se llama Tarte flambé. También creo que hay muchos quesos alsacianos de fama, empezando por el queso munster que se come antes del postre. 

En una oportunidad, mi hijo que me acompañaba y yo, participamos en una fiesta en casa de mis amigos, asistieron varios alsacianos y la comida central fue “la choucroute”, la que he intentado preparar en Chile posteriormente, con poco éxito. Era una gran fuente con un cerro de chucrut muy bien preparado y papas cocidas, todo ello cubierto de salchichas de los más diversos tipos, todas de excelente calidad y sabor (muy diferentes de las salchichas chilenas en las cuales nunca se identifican los contenidos y a menudos son hechas de vísceras), además de chuletas de cerdo y cordero con presas de perdiz y otras aves, tocino y jamón.

La comida comenzaba bebiendo unos vasitos de un aguardiente alsaciano, también resultados de procesos artesanales de origen centenario. Estos vasitos se tomaban “al seco” según la costumbre establecida. Después, la comida era acompañada en sus diversas etapas por vinos blancos, creo que empezando por gewurztraminer, siguiendo por los riesling y los pinot blanco. Me dijeron que en algunas oportunidades esta comida se acompaña de cerveza exclusivamente. Después vienen los postres y finalmente otro vasito de un aguardiente distinto, parece que de cerezas.

Las grandes avenidas.
La ciudad de Estrasburgo tiene grandes avenidas, especialmente fuera de su centro y parece que el tráfico es muy fluido. Algunas de estas avenidas corren paralelas a algunos canales, que son los antiguos fosos defensivos de la ciudad,  lo que  amplía el paisaje. El tranvía era el medio de transporte colectivo más usual, aunque hacia los barrios más alejados había buses. Pero siempre se observaba esa organización metódica francesa (aquí acrecentada por la influencia germánica) que eliminaba las aglomeraciones y los tacos y la rapidez no excesiva era su característica.

La instalación del Parlamento Europeo y de todas sus dependencias hizo crecer y transformó a Estrasburgo y surgieron nuevos barrios modernos. Creo que hubo períodos en que era imposible arrendar casas en la ciudad, la que perdió toda su paz provincial y alsaciana, ya que llegó una gran cantidad de funcionarios europeos que hablan los más diversos idiomas y sus vehículos atocharon las calles.

Una catedral inmensa.
La catedral de Estrasburgo se ufana de tener una existencia de mil años, aunque ha sido construida y reconstruida numerosas veces. Esta Notre Dame de Estrasburgo es inmensa o lo aparenta. Me parece que es gótica, pero aún mantiene la pesadez de sus antecesoras, las iglesias románicas.

A pesar de que esta catedral es el orgullo de la ciudad y se enseña como una obra maestra de la arquitectura y el arte eclesiástico, mi visión no es tan positiva. Me parece pesada, excesivamente grande y oscura. Quizás se deba a que una vez subí a su torre, que tiene más de cien metros de altura, aunque, naturalmente si se considera una larga aguja que la corona. La subida de más de 300 peldaños me dejó exhausto y como era un día nublado, ni siquiera disfruté del panorama de la ciudad, que desde lo alto se menciona como extraordinaria. Sin embargo, hay aspectos que destacar, empezando por sus vitraux y especialmente por algunas esculturas que están en sus portales, porque superan la estatuaria religiosa, generalmente severa y magra. Aquí hay esculturas graciosas y finas que realmente alegran la entrada.     

El fin de las cigüeñas.
Para los alsacianos las cigüeñas son el símbolo del bienestar y la felicidad y cuando regresan en primavera de sus migraciones a África son recibidas con mucho cariño. Estas cigüeñas instalan sus grandes nidos en las torres, altas chimeneas y campanarios de las iglesias y forman parte del paisaje alsaciano. Por eso Alsacia se apoda “el país de las cigüeñas”.

Pero la modernidad y el subdesarrollo se han confabulado para hacer desaparecer a las cigüeñas. Por una parte, en África ha crecido mucho la caza de cigüeñas y por otra parte, en Europa, las cigüeñas no pueden diferenciar entre sus alimentos tradicionales y muchos desechos dañinos, en cigüeñas que se les ha hecho autopsias, se ha encontrado grandes cantidades de gomas,  tubos plásticos y trozos de mangueras que parecen haber confundido con culebras y que se han tragado ocasionándoles la muerte. Mis amigos me invitaron a un parque de Estrasburgo donde se estaba llevando a cabo un programa para salvar a las cigüeñas, uno de los objetivos era cruzar diferentes tipos de cigüeñas, para lograr eliminar el hábito de la migración e impedir que vuelvan cada año a África, pero lo que no han logrado es evitar que las cigüeñas consuman los desperdicios venenosos de la modernidad en la propia Alsacia. En todo caso, en el mencionado parque había muchas parejas de cigüeñas, algunas en libertad y otras enjauladas en el proceso de lograr que volvieran a cumplir con la misión de traer la felicidad a los alsacianos.

Volver a Estrasburgo.
Muchas veces cuando fui a Europa, Estrasburgo era el sitio que me permitía reorganizar mis viajes, pues allí recibía toda la ayuda de mis amigos, podía dejar parte del equipaje y al momento de regresar a Chile, volvía a Estraburgo a buscar esos bártulos.

Mis amigos exiliados, después de su fracasado retorno a Chile, volvieron a Francia, donde se habían casado sus hijas. Aún residen en Estrasburgo y todos los meses reiteran sus invitaciones para que los vaya a ver, me envían casettes de música francesa y recortes de prensa sobre nuestros mutuos temas de interés, hasta ellos mismos se han modernizados y ahora nos comunicamos por Internet,  pero naturalmente los tiempos han cambiado y yo ya no trabajo y nadie me envía a Europa y financiar un nuevo viaje es una lejana utopía. De manera que Alsacia y Estrasburgo sólo viven en mis recuerdos felices.

Patricio Orellana Vargas

Santiago, Septiembre de 2006

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