Grecia, Micenas, Las naranjas de Micenas.

Las naranjas de Micenas

LAS NARANJAS DE MICENAS

Los tours por el Peloponeso.
Cuando vaya a Grecia no olvide hacer uno de los tours de un día que se ofrecen desde Atenas al Peloponeso. Vale la pena, pues esta península es una región que guarda muchos tesoros arqueológicos y abundan hermosos lugares. Hay bellas costas, blancas montañas, verdes llanuras y especialmente ruinas de  antiguas ciudades y santuarios de primera importancia en la historia y desarrollo de Occidente, empezando por Olimpia, Micenas, Corinto y Epidauro, así como ciudades muy interesantes como Nauplia, primera capital de Grecia en la época moderna; Patras, que tiene importantes monumentos antiguos y del siglo XIX. Además hay enclaves muy originales como Mistra y Esparta, aunque ésta última, como recuerdo de un estado militarista, sólo es un montón de piedras irreconocibles como monumento significativo. Hay que advertir que los tours que recomendamos generalmente sólo alcanzan recorrer Corinto, Micenas, Epidauro y Nauplia. Para lograr  visitar los otros lugares se requiere de viajes más prolongados. Pero hay que intentar visitar Olimpia, que es excepcional.

Otro lugar espectacular que no hay que dejar de visitar es Micenas: Las ruinas de esta ciudad son impresionantes pues aún se conservan sus colosales murallas, que según la mitología fueron construidas por los cíclopes que servían a los dioses que fundaron esta ciudad, la más importante de la Grecia arcaica.

Camino a Micenas.
Hace muchos años, yo visité Micenas, no en un tour, sino en forma individual. Estaba en Atenas y se aproximaba la fecha de retornar a Italia. El camino era necesariamente ir desde Atenas, que está en el mar Egeo, a Patras, que está en el mar Jónico. Desde allí parten los barcos que van a Brindisi o  Bari en Italia. Viajar en avión no me estaba permitido en esa época.

Para llegar a Patras hay que atravesar el norte del Peloponeso y se podía elegir el autobús, directo, rápido y cómodo, o el tren, que en esa época era muy lento y se detenía en innumerables estaciones (ahora los trenes son del alto estándar europeo). Como tenía gran interés en conocer Micenas, opté por embarcarme en la mañana temprano en el tren, que un par de horas más tarde se detenía en Mikinos, la estación próxima a Micenas. El tren iba abarrotado de griegos, ya que no era muy útil para los turistas y éstos preferían los buses. Dado que no conocía la ubicación de Mikinos le solicite ayuda a los que iban próximos a mí. No fue fácil que me entendieran porque como los viajeros eran, en general, personas mayores, no hablaban inglés (actualmente casi todos los griegos hablan inglés). Finalmente un joven tradujo mi petición y todos los que estaban junto a mí me indicaron que ellos me advertirían y efectivamente, al llegar, una docena de griegos armó una algarabía para señalarme que debía bajarme. Era una actitud social de muchísima cordialidad.

Mikinos era un pueblo pequeño, formado casi exclusivamente por restaurantes, hoteles y tiendas para turistas. Como era comienzos de invierno, el pueblo estaba casi vacío pues no había viajeros. La estación era proporcional al pueblo, pequeña, con un andén corto y una boletería. Lamentablemente no había oficina de custodia donde dejar mi maleta, que era gigantesca y era impensable recorrer los kilómetros del camino a Micenas con ese peso, pues los pasajeros del tren ya me habían contado que en esta época no había servicio de buses a Micenas y era necesario caminar. Opté por preguntarle al ferroviario que estaba en la boletería a que hora pasaba otro tren a Patras en la tarde y me dio la información. Aproveche de contarle que quería ir a Micenas y le consulté donde podría dejar mi maleta, sin ningún titubeo me dijo que la dejara junto a la boletería. Asi lo hice y emprendí mi caminata solitaria a Micenas según el camino que me había indicado el ferroviario.

El pastor generoso.
El día era fresco, con una temperatura suave, de manera que caminar fue un agradable paseo pues la región era una llanura muy verde. Al comienzo observé que un joven japonés, de piernas arqueadas, iniciaba el mismo camino, pero pocos minutos después ya me aventajaba por muchos metros y después ya ni siquiera lo divisaba, de manera que no hubo compañía. El camino se adentraba en los campos sembrados y  luego comenzaban los inmensos naranjales, de manera que el camino era muy alegre con los naranjos cargados de grandes frutas. En Grecia, como en otros países europeos, muchas zonas rurales no tienen cercos, de manera que el caminar  es en directo contacto con la naturaleza y yo pensaba que en las épocas antiguas, quizás fue muy parecido a ahora este camino. En eso iban mis cavilaciones cuando repentinamente desperté de mis ensoñaciones y vi. frente a mí un gran rebaño de ovejas y de cabras. Los chivos eran muy grandes y con afilados cuernos y me sorprendieron, más aún cuando, conduciendo el rebaño, apareció el pastor. Era un hombre alto, delgado, de barba entrecana y vestido con una zamarra de cuero de oveja y pantalones oscuros de un tejido grueso, unas polainas de cuero de cabra y fuertes sandalias. Como correspondía al oficio, en una mano llevaba un largo báculo, mientras que la otra mano la llevaba oculta, tapada por su zamarra. Esta actitud me hizo sospechar algo tenebroso, pero seguí caminando entre el rebaño hasta pasar junto al pastor, al aproximarme, sonrió y sacando su mano oculta, me ofreció una gran naranja. Este gesto me sorprendió  y me hizo avergonzarme de mi temor. Sin decirme nada, el pastor siguió su camino arreando a su rebaño.

Este episodio me conmovió por mi actitud temerosa y el  opuesto gesto cordial del pastor. Además su vestimenta, correspondía a cualquier época y me pareció que era una imagen que venía de la antigüedad clásica. Elaborando más este encuentro creo que el pastor me había regalado la naranja que habría arrancado de uno de los árboles y no había tenido ningún costo para él. Yo no habría tomado ninguna naranja porque lo consideraría un robo, pero él venía de otro mundo y otros valores. Lo importante había sido su cordial actitud hacia un extraño y especialmente un extranjero.

La puerta de los Leones.
Después de atravesar estos inmensos naranjales desemboqué en el fin de la llanura, que empezaba a ascender en suave colina donde había un pequeño bosque y un gran estacionamiento, ahora vacío, desde allí se veía una cadena montañosa próxima y recostada en su ladera estaba Micenas, mejor dicho, las ruinas de la acrópolis de esa ciudad homérica. Micenas fue significativa  en la época arcaica descrita en la Ilíada, era la más importante de Grecia y la sucesora de la cultura minoica desarrollada en Creta. Su auge fue mil años antes del apogeo de Atenas.

La entrada a la acrópolis de Micenas es la puerta de Los Leones, está construida con grandes bloques de piedra sobre los cuales se levantaban dos leones rampantes que miraban al que llegaba, supongo que para aterrorizarlo ¡Pero las cabezas ya no están de manera que sólo podemos presumir cómo miraban! Tampoco se conserva la puerta propiamente tal, sino que su marco de piedras donde se encajaba y aún se pueden ver sus goznes de piedra. A pesar de que no hay edificaciones completas, excepto las murallas, las ruinas permiten apreciar una ciudad importante encaramada en la ladera de la montaña, con calles pedregosas y con una gran plaza donde se ha encontrado un gran círculo de piedras. Desde esta terraza se puede disfrutar de la planicie por la cual venía, con el verdor de los naranjales que la cubren. La grandiosidad del espacio a los pies de la ciudad, parece resaltar el dominio que Micenas tenía sobre la región: desde allí se divisan y controlan sus tierras y a sus pies estaba la ciudad propiamente tal.

El genio de Schliemann.
Estas ruinas eran conocidas y en alguna medida fueron despejadas desde mucho antes, pero no se les dio mayor trascendencia hasta que Henrich Schliemann, hiciera sus grandes descubrimientos. Hay numerosos libros sobre este arqueólogo, en gran medida es el padre de la arqueología moderna, pero al mismo tiempo, muy despreciado pues el mundo académico lo rechazó por no tener formación universitaria. Era un pobre joven autodidacta alemán que se apasionó con la historia clásica griega y cuando logró acumular una fortuna como comerciante, se decidió a realizar el sueño de su vida: ir a Grecia y realizar las búsquedas de los lugares donde ocurrieron los hechos relatados en la Iliada. Para el mundo académico sus ideas eran descabelladas, pero como en muchas oportunidades, el genio no requiere de títulos universitarios. Cuando llegó a Grecia, hacia 1870, ya era un hombre maduro, pero se casó con una joven belleza griega, la que lo secundó apasionadamente en sus sueños. Juntos descubrieron la ruinas de Troya (lo que fue rechazado por el academicismo reinante) y más tarde hizo excavaciones en Micenas y descubrió un tesoro en objetos de oro. ¿Cuál fue el método de Schielemann? creer en Homero y utilizándolo como fuente, analizó todas sus referencias y pudo hacer estos descubrimientos. Hay una hermosa novela que relata esta historia y en los libros de vulgarización de la arqueología (no los eruditos) generalmente aparecen las fotos de la esposa de Schliemann luciendo las joyas que encontraron en Micenas.

Muchas de las piezas arqueológicas descubiertas en Micenas se encuentran en el Museo Arqueológico de Atenas y las máscaras de oro, una de las cuales Schliemann identificó como la de Agamenón, son conmovedoras pues es enfrentar el rostro de un hombre de un pasado remoto y que nos lleva a soñar con los héroes de la Ilíada. Los arqueólogos han rechazado esta identificación, pero ver la máscara es como enfrentar la prueba de que el mito fue realidad.

Estar a la orilla del círculo sagrado, donde se encontraron estas tumbas reales y en los lugares, que según Homero y otros grandes dramaturgos griegos se desarrollaron las tragedias que involucraron a Agamenón y su hermano Menelao, sus esposas, Clytemnestra y Helena y sus otros parientes como Orestes, Atreo, Electra y la cautiva troyana Casandra. Uno, turista pueril, no puede dejar de imaginar que ese es el escenario real de los personajes de las grandes tragedias griegas, donde el destino, muchas veces representado por el coro, dirige inexorablemente sus vidas hacia despeñaderos. Supongo que en la noche, este ambiente debe ser aún mucho más impactante, pero al atardecer y en la soledad reinante a esa hora, se siente que ha llegado la hora que los fantasmas de esos héroes reaparezcan en la escena preparada para ellos.

Caminando dificultosamente por calles empedradas y muy desniveladas se aprecia los restos de la ciudad que se une estrecha y casi naturalmente a la ladera de la montaña y a la acrópolis.

En ese viaje, mi permanencia en Micenas, debió ser breve porque debía estar a la hora en Mikinos para abordar el tren que me conduciría a Patras donde tenía pasaje para el viaje nocturno a Brindisi, de manera que debí emprender el retorno muy rápido, cuando Micenas estaba casi desierta al atardecer. Pero volví otras veces en circunstancias más cómodas y exhaustivas. Sin embargo, esta primera vista a Micenas me conmovió muchísimo más que las otras oportunidades.

Demás está decir que al llegar a Mikinos, mi maleta estaba en el mismo lugar en que la había dejado. Le agradecí al cajero y le pregunte cuánto le debía y con la gentileza propia  sólo de los griegos me dijo: ¡Nada, por supuesto!

Otra cosa es con guía.
En otro viaje que hice a Grecia con mi esposa, fuimos al Peloponeso en uno de los tours que más arriba recomendé, en esa oportunidad, aunque todo fue más veloz, tuvimos oportunidad de recorrer los mismos lugares, pero esta vez era primavera y había numerosos turistas visitando las ruinas. En esas condiciones naturalmente la magia del lugar desaparecía, pero a la vez, el relato del guía permitía observar aspectos y detalles que no había distinguido en el viaje anterior. Además, el guía nos llevó a visitar  lo que se llama la tumba de Agamenón y el tesoro de Atreo. Es una  tumba en el interior de una colina y es una construcción muy bien conservada, pues estuvo oculta y enterrada durante muchos siglos, es un edificio muy alto (unos 15 metros) que tiene una gran sala redonda interior, con un techo cónico que es muy alto. Ya nada hay allí, sólo un pasaje directo a una sala menor donde estaba el entierro y probablemente el tesoro. La construcción parece muy perfecta: Las paredes son de piedras muy bien elaboradas y uniformes, no toscas y todas distintas como las de las murallas de la acrópolis de Micenas. Parece que fuera de épocas más modernas. Como en los otros casos, según parece, es una tumba posterior a la época de Agamenón, de manera que no es la de este rey, pero uno puede seguir creyendo que lo es y que allí estuvieron los restos del que dirigió la gran campaña de los aqueos en contra de Troya.

Otra vez las naranjas.
La tercera vez , fue parecido a la primera visita, la diferencia fue que había un último bus que iba de Mikinos a Micenas y no era necesario hacer el viaje caminando, Sin embargo, el bus iba y volvía inmediatamente, de manera que el retorno obligatoriamente había que realizarlo a pie. En el viaje de ida, en el bus íbamos sólo dos pasajeros, un joven nórdico y yo. El bus era conducido por un chofer griego que conversaba animadamente con su ayudante. Repentinamente, el bus se detuvo y el ayudante, desde la pisadera,  levantó las manos y arrancó dos naranjas de los árboles próximos. Cuando el bus partió nuevamente, el ayudante nos entregó una naranja a cada pasajero, sin ninguna palabra, simplemente las pasó sonriendo levemente. Yo guardé la naranja y me la comí en la acrópolis.

La historia de las naranjas de Micenas, así se repitió por segunda vez, pero ahora en un medio más moderno, con un conjunto mayor de personas, pero con la misma amabilidad que siempre he admirado en los griegos.

Como en el primer viaje, recorrí las ruinas lentamente pues disponía de un par de horas y con la ayuda de la Guía Michelín, mi guía preferida, pude leer todos los detalles sobre Micenas. Nuevamente, al atardecer, regresé caminando a Mikinos y como la otra vez, allí estaba mi maleta esperándome.

Patricio Orellana Vargas                                                                                  

patoorellana@vtr.net

29 de abril de 2008

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