Irlanda.

LA VERDE IRLANDA

 

Un viaje deseado.
Durante muchos años soñé con visitar Irlanda. Numerosos escritores de ese país me habían atraído mucho y también me sentía solidario con la larga lucha del pueblo irlandés por liberarse del dominio inglés y me parecía inaceptable que aún se mantuviera dividida la isla y deseaba que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte suprimiera finalmente la última parte de su nombre oficial. Además, numerosas películas me habían mostrado facetas de ese país.

A pesar de haber estado en Inglaterra durante más de un año, nunca pude llegar a Irlanda, pero finalmente se presentó la oportunidad una vez que estaba en Francia y tenía un Eurail Pass, que en esa época permitía viajar en tren por toda Europa Occidental, incluyendo Irlanda,  excepto el Reino Unido.  Además encontré que había líneas navieras que aceptaban ese pase para ir a Irlanda desde Francia. Los barcos partían desde Cherburgo y allá me dirigí, en esa ciudad encontré un modesto hotel llamado “Chile” en el cual me alojé.

En  esa época (1992), Irlanda era aún uno de los países más atrasados de Europa y no se había experimentado el milagro de pasar a ser uno de los más prósperos como lo es ahora. El barco que tomé era irlandés y de inmediato me encontré con los irlandeses… en realidad con las irlandesas. En la oficina de recepción del barco había una docena de jóvenes irlandesas que eran las camareras, todas eran de baja estatura y muy atractivas, pero no eran bellezas extraordinarias, aunque parecían muy simpáticas y alegres. Todas eran muy blancas y rosadas, la mayoría con pelo negro pero había un par de rubias y un trío de pelirrojas. Las novelas que yo había leído me habían construido la imagen de que la belleza irlandesa era excepcional, pero si bien no era así, en esa muestra, todas eran sencillas y sin coquetería o petulancia. Mi segunda aproximación con la gente del país, fue en el camarote, que era para cuatro personas y pronto llegaron tres jóvenes irlandeses altos y rubicundos, muy colorados, parlanchines, alegres y alborotadores. Como era de presumir, ellos volvieron tarde en la noche cuando yo dormía y venían totalmente borrachos y más alegres que a la llegada, de manera que debí soportar una noche con los ronquidos de tres celtas estremeciendo el camarote. Al menos, me dije, así no podré oír mis propios ronquidos.    

Al día siguiente arribamos al puerto de Rosslare y los agentes de aduana y policiales hicieron los trámites en el mismo barco, antes de atracar. De inmediato percibí que allí todo estaba muy bien organizado, creando las condiciones para que los viajeros encontraran la información  disponible y la estación ferroviaria estaba justo al lado del muelle donde atracaba el buque. Además todo estaba techado, de manera que bajarse de la embarcación  y acceder a los trenes era  caminar sólo unos cuantos pasos. Comparando los puertos a los que había atracado en mi vida me pareció sorprendente pues en casi todos ellos los trámites son engorrosos y hay que caminar varias cuadras para llegar a los trenes y cuando llueve  o cuando hay calor intenso resulta muy molesto. La estación  era acogedora y el tren estaba listo para partir, sin embargo, decidí esperar el siguiente para echar una mirada a Rosslare y para conseguir información en la oficina de turismo que estaba allí mismo. En esa oficina me dieron todos los datos y folletos necesarios y allí mismo reservé habitación para Dublín. Gentilmente me brindaron varias opciones y yo elegí la más económica y nunca me arrepentiré de esta elección. Dejé en custodia la maleta y salí a mirar el pueblo, visité algunas tiendas y subí una colina y desde allí vi el pueblo y el campo brillantemente verde. ¡Por algo llaman a Irlanda la isla esmeralda!

Volví a la estación para mi viaje a Dublín y observé que había una placa que señalaba que Rosslare Harbor había sido premiada como el puerto más moderno y eficiente de Europa Occidental, de manera que mi buena opinión no era la única.

En casa de James Joyce.

Atravesé los cien kilómetros que hay a Dublín cruzando siempre campos verdes y antiguos pueblos, muy tranquilos en apariencia. En Dublín tomé un taxi y llegué la pensión donde me alojaría cuatro días. Algo me conmovió, aunque era una casa modesta y con un mobiliario de comienzos del siglo XX y ningún lujo. Un comedor con una mesa para una docena de comensales  y mi pieza, en el segundo piso era grande y  bien iluminada, pero con muebles modestos y naturalmente, sin baño privado. Yo recordé los libros de James Joyce que muestran viviendas así donde vivían sus personajes y el cuento “La casa de huéspedes” describe una pensión modesta como ésta. En realidad recordé específicamente el libro “The Dubliners” que era el  que más me había gustado, pues sus personajes eran personas corrientes, ni lores ni damas bellas como en la literatura anglosajona común. Mientras que “El artista adolescente”, otra obra de Joyce, no me había conmovido nada y “Ulises” que es considerada por muchos críticos como la obra literaria más importante del siglo XX, me había costado mucho leerla, pues la encontré pesada e interminable.

Mi intuición era correcta y me provocó una inmensa satisfacción al leer, después de unas horas de descanso, que en la pared, junto a la puerta de entrada,  había un bronce que señalaba que esa era la casa que James Joyce describía en su obra “Los dublineses” que para mí era uno de mis libros preferidos porque en breves cuentos Joyce era capaz de mostrar profundamente a sus personajes de manera totalmente convincente y en situaciones habituales, sin la fanfarria de los grandes novelistas.

 Este alojamiento fue como la puerta de entrada a un Dublín verdadero y no el que se esconde y avergüenza a la salida de los hoteles modernos e iguales en todo el mundo. En la casa había unas   diez habitaciones, todas ocupadas por turistas modestos, lo que aumentó mi agrado y el ambiente familiar de un grupo reducido se acrecentó cuando conocí a las dos jóvenes que estaban a cargo, eran copias de las camareras que había visto en el barco, unas jóvenes muy blancas y no muy delgadas, muy hacendosas y siempre atendiendo con cordialidad natural.

Más me gustó cuando en la mañana fui a tomar desayuno en la cocina, donde había sólo una mesa para cuatro personas y un solo comensal que era irlandés. El desayuno era el típico “british breakfast”, que los británicos consideran muy superior al “continental” que desprecian. Era café con leche cremosa, pan tostado al cual le echan una gruesa capa de mantequilla, huevos revueltos, salchichas y tocino frito y tostado. Un excelente desayuno para emprender las caminatas que debe hacer un turista interesado en conocer la ciudad y el mismo que se servía a los personajes del cuento mencionado, con la excepción que en el cuento, la criada Mary,  reunía los platos manchados de huevos y recogía las sobras de pan “para preparar el budín del próximo martes”. 

La primera mañana la dediqué a recorrer el centro de Dublín con el mapa que me habían dado en Rosslare. La ciudad era baja, no había grandes edificios y el tráfico no era muy intenso. La mayoría de las construcciones parecían ser del siglo XVIII y XIX. La modernidad no había llegado  a Dublín y yo que había pasado 18 meses en Inglaterra recientemente  me parecía que la influencia inglesa era tan grande que no había diferencias con las ciudades medianas de ese país, con la diferencia, eso sí, que Dublín era como las ciudades inglesas de  treinta o cuarenta años atrás. Esta misma sensación experimenté cuando recorrí otras ciudades de Irlanda. Parecía una Inglaterra detenida en el tiempo y netamente provinciana. Todo parecía tranquilo.

Como corresponde, visité el Correo Central, para enviar postales, pero principalmente para rendir homenaje a los que participaron en la rebelión contra Inglaterra y allí establecieron un gobierno provisorio, gesta que había leído en novelas y visto en películas. También recorrí una pequeña plaza en la que se levantan monumentos en recuerdo de esa y otras gestas similares.

Al atardecer regresé a la casa de huéspedes  y visité un Pub cercano, donde muchos jóvenes bebían la cerveza negra que tanto gusta en ese país y conversaban animadamente. Un conjunto de tres muchachos cantaba canciones acompañados de guitarras y otros instrumentos. Aún no se ponía de moda la música folklórica irlandesa, que ahora es conocida en todo el mundo, así como sus bailes.   

Otra cosa es con guía.
Al día siguiente decidí hacer el tour de la ciudad, ya que sabía donde estaba el punto de partida próximo. En la mañana subí al bus de dos pisos que ya tenía una veintena de turistas, a los cuales, el guía les preguntó sus nombres y nacionalidades. Casi todos eran  norteamericanos, franceses, alemanes e italianos. El único latinoamericano era yo.

El guía, parecía un señor muy simpático, de unos 35 años, rubio casi albino y de cara muy colorada  y según dijo, estaba muy satisfecho de que no hubiese ningún inglés, porque así podría hablar sin tapujos y cortesía para con la gran Albión. Antes de partir advirtió que el bus no era para estar sentados todo el viaje: había que hacer ejercicio y subir y bajar una docena de veces y además trasladarse del primer piso al segundo y viceversa según lloviera o no.

El guía resultó ser un eximio actor, cambiaba su voz, se ponía serio, dejaba en suspenso y terminaba su discurso con una salida cómica lo que parecía un final trágico. Parecía que disfrutaba de su oficio y todo el grupo celebraba sus chistes, críticas y comentarios. Hablaba un perfecto inglés “posh” aristocrático, pero cambiaba a un cockney popular y chillón cuando venía al caso. Dijo que empezaríamos por lo general, después por lo más elevado y finalmente descenderíamos a lo pasional y los bajos instintos, siempre que ninguno se opusiera a esta diversidad que compone la esencia de la verdadera vida.

¿Cuál era lo general? Hablar de Irlanda y de los irlandeses. Nos hizo una breve reseña de la historia de Irlanda destacando el infortunio de que tuviese como vecina a Inglaterra,  pues durante más de 900 años los irlandeses habían luchado por liberarse del yugo de la pérfida Albión. Irlanda sólo tenía cuatro millones de habitantes e Inglaterra más de  cincuenta, sin contar a Escocia y Gales. A pesar de ello los irlandeses nunca habían dejado de luchar. Contó que para imponerse los ingleses habían mandado ejército tras ejército y que finalmente habían traído a cientos de miles de protestantes ingleses y escoceses para cambiar el país y había prohibido que los irlandeses pudieran ser propietarios de tierras agrícolas, las que fueron exclusivamente confiscadas para los invasores.    

Un norteamericano dijo que lo malo de esta lucha era que los irlandeses usaban el terrorismo y no una lucha limpia. El guía dijo que una lucha limpia era un invento inglés, a ellos les gustaría que la Royal Navy tuviera un combate naval con la marina irlandesa, es decir dos destroyers irlandeses contra 20 acorazados, 15 portaviones, 70 submarinos, 160 cruceros y 520 destroyers ingleses. ¿Acaso la independencia de los Estados Unidos no había comenzado con yankees disfrazados de indios y que sólo había habido batallas cuando las fuerzas eran equivalentes, pero antes fueron montoneras y actos que ahora serían considerados terroristas?

Los gallegos de las islas británicas.
Pero a continuación  contó que los ingleses no sólo los habían aplastado como nación sino que habían construido una imagen destructora del pueblo irlandés ¿Acaso los irlandeses no son borrachos? ¿No son los más tontos de Europa? ¿Los más buscapleitos y peleadores? ¿Los más flojos? ¿Los más papistas de los europeos… hasta peores que los españoles?

Todos esos son inventos de los ingleses para desprestigiar al pueblo celta, con su humor perverso los ingleses se reían y se burlaban de los irlandeses. Existen innumerables chistes irlandeses, lo mismo que los españoles hacen con los gallegos (que también son de origen celta) ¿Acaso no existen numerosos chistes de gallegos?

Nos contó que un irlandés va  a una librería inglesa y le pregunta a la vendedora si el libro que se ofrece en la vitrina es bueno, la vendedora le dice que es muy bueno, el irlandés insiste y pregunta por qué es bueno, la vendedora le cuenta que es un best seller, que se vende mucho y que tiene excelentes críticas. Entonces el irlandés dice: “Bueno ya, déme tres ejemplares”. La vendedora toma tres ejemplares, los coloca en una bolsa y le pasa la cuenta al comprador quien  paga la suma señalada. Al irse con los libros, la vendedora, muy curiosa, le dice: “Señor, puedo preguntarle algo”, el comprador responde: “Por supuesto”. La joven vacila y luego le pregunta ¿Por qué compró tres ejemplares? Y el irlandés responde: “Como Ud. me dijo que era tan bueno… quiero leerlo tres veces”.

Y el guía nos dijo ¿Ven la perversa ironía inglesa? Y a propósito de libros saben Uds. que el aporte de los escritores irlandeses a la literatura inglesa es fundamental  ¿Conocen a Jonathan Swift, Oliver Goldsmith, Oscar Wilde, Bernard Shaw, Willian Yeats, James Joyce y la escritora de moda actual Edna O´Brien?  Todos ellos son irlandeses (mencionó a otros que no recuerdo). De manera que Irlanda, proporcionalmente, aporta mucho más que Inglaterra en el ámbito de los libros. Tres premios Nóbel de Literatura, sin considerar a Samuel Beckett que nació en Irlanda, además Seamus Heaney es el candidato seguro a próximo Nóbel.

Entonces llegamos a  un gran parque y allí nos bajamos para conocer el Trinity College, una institución que alberga una de las bibliotecas mas valiosas del mundo, con incunables y el famoso libro de Kells,  que es un Nuevo Testamento escrito a mano hace más de mil años por monjes e iluminado con bellas ilustraciones. Sólo se puede ver el libro abierto, sin tocar y diariamente se cambia la página. La biblioteca es monumental, con una galería de varios pisos que se extiende por cientos de metros de longitud. Es la biblioteca más impresionante que haya visto. Paradojalmente, hasta hacía pocos años estaba prohibido el acceso de católicos a esta Biblioteca.

En el tour atravesamos varios parques y plazas que llevan el verde al interior de la ciudad. Llegamos a la calle principal y allí nos contó la gesta de  la Oficina Central de Correos y nos llevó a la calle donde los ingleses habían instalado un monolito con la estatua de Nelson. Una noche la estatua fue volada de un dinamitazo con mucha precisión y sin que la policía se percatara, a pesar de estar siempre vigilada. Esto lo contó como si él hubiera participado en el atentado, imitando a los dinamiteros que se arrastraban y colocaban la bomba  con tal habilidad que nadie los percibió.

Toda la ciudad celebró la destrucción de este monumento y parecía que él aún lo celebraba.

Los irlandeses iracundos.
El guía nos contó que se había construido la imagen del irlandés borracho y pendenciero y de nuevo nos contó un chiste que para un extranjero era difícil de entender: Una noche un irlandés va por una calle de Londres y a la salida de un Pub hay una fenomenal gresca. El irlandés se acerca y le da unos  golpecitos en el hombro a uno de los contrincantes y caballerosamente pregunta ¿Puedo participar? El interrogado le responde que sí y al irlandés se le ilumina la cara de contento y se lanza a la pelea.

Con este chiste se quiere ilustrar que a los irlandeses le gustan tanto las peleas que no les importa saber la causa ni los bandos que hay, simplemente disfrutan peleando.

Nuevamente el guía nos dijo que lo que ocurre es que históricamente los irlandeses fueron reclutados para diversos ejércitos y tenían que aceptarlo porque tal era la pobreza de Irlanda, que esa era la única ocupación que encontraban.

El guía nos hacía bajar y subir al segundo piso del bus, que siendo abierto, había que abandonar el segundo nivel apenas empezaba la lluvia, de manera que fue un paseo muy agitado ya que el tiempo era muy cambiante.

La etapa siguiente  fue visitar la National Gallery, un museo de arte que contiene colecciones de los principales pintores irlandeses, pero también de Goya, Rubens, Rembrandt, Fra Angélico, Canaletto y otros pintores franceses, italianos, ingleses, holandeses y belgas. También hay una sección de arte medieval. Finalmente visitamos el Museo Nacional que guarda objetos de toda la historia de Irlanda a partir de sus primeros pobladores.

La culminación picaresca.
El guía nos dijo que ya habíamos cumplido con casi todo el tour y sólo quedaba la prometida parte final referida a las pasiones y pecados. Preguntó si alguno de los turistas era muy pacato y si lo había era mejor que se bajara aquí y que diera por terminado el tour. Ninguno se bajó y los participantes parecían estar más interesados que nunca.

El guía dijo que el tema era la virtud de las irlandesas. Como buen país católico, la principal virtud estaba referida al sexo y era la virginidad. Esa virtud era tan valorada que una doncella irlandesa que la hubiera perdido no tenía ninguna posibilidad de casarse. Contó que un perverso inglés había escrito sobre el tema y que relataba que cuando estuvo de huésped en casa de una distinguida familia irlandesa, la bella y joven hija iba subrepticiamente todas las noches a su dormitorio y allí realizaban todo, excepto la consumación del acto sexual preservando así la ponderada virtud. Un norteamericano, integrante del tour, parecía esta muy interesado y pregunto que era “todo”. El guía le dijo que la respuesta la podía encontrar en el libro de Frank Harris “Mi vida y mis amores”  y que eran siete tomos.

A continuación nos bajamos en lo que en el siglo XIX y comienzos del XX había sido el barrio rojo de Dublín. Allí nos iba señalando las grandes casas donde funcionaron inmensos prostíbulos, cada uno de los cuales era identificado con un apodo más o menos cómico: La casa de la bolita (la dueña era gorda como una bola), la casa colorada (las discípulas eran todas pelirrojas), la casa de la primera comunión (especializada en recibir e iniciar jóvenes), la casa del Lord (porque un rico inglés había disfrutado tanto que se había quedado allí varios años, hasta que se le acabó su fortuna). Los nombres provocaban la risa de todo el grupo, aunque para los que no éramos angloparlantes nos era difícil entender algunos de los apodos de las casas y las traducciones que presenté, probablemente no eran exactas pues eran modismos o expresiones complicadas.

A continuación, nos dijo que como fin del tour podíamos pasar al Pub del pecado, que aún existía, ahora con un nombre muy patriótico. Allí el guía pidió una pinta de cerveza negra Guiness, que es la bebida nacional y muchos siguieron el ejemplo, aunque algunas de las damas prefirieron un vaso de whisky irlandés, que era escanciado en el vaso a través de una botella colocada en un dispensador que dejaba caer la cantidad exacta (que eras poquísima). Yo me tomé media pinta de la cerveza Guiness que la encuentro muy pesada.

A la salida del Pub, el ánimo del grupo, que durante todo el tour había sido muy alegre, alcanzó su clímax y el bus se lleno de un ruidoso parloteo. Sin embargo, un yankee que tenía aspecto de predicador protestante,  dijo que el pecado no podía verse de manera tan festiva y que ese barrio era una muestra de la hipocresía católica, que por una parte valoraba la virginidad y por otra celebraba la prostitución.

El guía dijo que evidentemente la prostitución había sido y era  un problema social que no podía verse exclusivamente desde un punto de vista festivo y que era un drama terrible para muchas mujeres esclavizadas en ese oficio repugnante. Sin embargo, advirtió que las prostitutas eran utilizadas tanto por los católicos como por los protestantes y que el mercado carnal se abastecía con campesinas pobres que no tenían otra opción cuando Irlanda era colonia de Inglaterra. Señaló que lo de hipocresía era válido para toda la sociedad británica y que el largo reinado de Victoria había tenido esa característica, el día sábado los prostíbulos se llenaban de clientes y los domingos, las que estaban llenas eran las iglesias… con los mismos clientes. Dijo que había estudios que establecían que en la época victoriana había una prostituta por cada quince hombres en Inglaterra, lo que significaba que si en esa época había quince millones de hombres había un millón de prostitutas en Inglaterra.

Un tour exhaustivo.
El city tour fue en realidad excepcional por la amena charla del guía, que era muy simpático y con gran capacidad actoral. Aquí yo sólo puedo hacer un resumen de las notas que tomé, pero me es imposible intentar reproducir la simpatía y el humor del guía. Al terminar el tour, el guía se colocó junto a la puerta con su jockey en la mano y recibió muchas propinas, algunos norteamericanos hasta le dieron billetes de 10 libras esterlinas. El único tacaño que no le dio propina fui yo. Temí que el guía me fuera a reclamar, pues me llamó y era para preguntarme si yo tenía antepasados irlandeses, dado que me llamaba Patricio (pronunciaba Patrichius) y San Patricio era el patrono de Irlanda y porque mi apellido era Orellana (pronunciaba O´rilane) que debía tener algún origen irlandés. Desde entonces yo inventé la historia de que soy descendiente de un oficial irlandés de apellido O´Relley que vino a Chile a participar en la guerra de la Independencia y que chilenizó su apellido a Orellana. Así justifico algunos de mis defectos.

Mi única discrepancia con el guía era su trato hacia Inglaterra, país que yo conocía bien y cuando se conoce un país, creo que siempre se termina amándolo, aunque este país tiene periodos históricos de los cuales mejor no hablar. Pero el guía tenía el derecho de opinar de otra forma.

Muchísimas veces he participado en tours o visitas guiadas y los guías que más me han impactado son, este guía irlandés (que sin duda debía tener la profesión de actor) y un guía francés que nos llevó en un tour por Carcasonne (lo que relaté en otra Crónica).

Los días siguientes visité más detenidamente los lugares presentados en el tour y disfruté mucho en sus museos y paseando por sus  parques y plazas, perfectas imitaciones de sus similares ingleses.

Planes de viaje y torpezas.
Mi plan de viaje era estar una semana en Irlanda, cuatro días en Dublín y los tres restantes en Galway y en Limerick, de manera que estaría en los cuatro puntos cardinales para echar una mirada más comprehensiva a esta isla. La atracción que sentí por Dublín me hizo cambiar el plan y permanecí allí toda la semana, pero fui un día a cada una de las otras ciudades de mi programa.

En la casa de huéspedes había tenido un pequeño problema. O mejor dicho, había creado un problema. Una noche, muy tarde, fui al baño y como estaba medio dormido no llevé la llave de mi pieza y la puerta del dormitorio, que tenía un resorte, se cerró automáticamente. ¿Qué hacer? Era bastante tarde y no había nadie en pie, finalmente no tuve otra opción que tocar el timbre varias veces, hasta que apareció una de las niñas que estaba a cargo, venía como sonámbula y era evidente que había despertado en medio de un profundo sueño. Le expliqué mi percance y después de algunos titubeos y pestañeos para entender, sacó el llavero y me abrió mi pieza. Yo intenté darle mis excusas pero parece que seguía durmiendo de pie y se fue presurosa.

Al día siguiente consulté si podía extender mi estadía otros tres días, pues mi reserva era por los cuatro días pasados. La misma niña de la noche anterior me dijo que no porque ese día llegaba una delegación juvenil que tenía reservadas todas las habitaciones (Quizás  se estaba vengando por la molestia que le había ocasionado).

Salí a buscar un nuevo alojamiento y en  varias casas había avisos de B and B (Bed and breakfast). Entré en  una y en un segundo piso, la dueña me mostró una habitación muy humilde que acepté de inmediato por lo módico del precio. La dueña era el retrato de una bruja celta, flaca, encorvada, de pelo blanco y muy gruñona. Me pidió que pagara anticipado, lo que hice de inmediato y ella miraba con extraña avidez los billetes y después los contaba y acariciaba una y otra vez. Allí alojé los días restantes y recordaba con nostalgia mi anterior alojamiento que era mucho mejor y con más cordialidad.

Visita a Galway.
 Mi intención de visitar la ciudad de Galway era en gran medida porque allí hay un río que en esta época permite ver el ascenso de los salmones que van a desovar y que para pasar una represa se ha construido una escala de agua, para que estos peces puedan ir ascendiendo para superar esta valla creada por el hombre. Lamentablemente, el día que pasé allí, no había salmones por alguna razón inexplicable, pero el viaje valió la pena pues crucé otra región de Irlanda y pude ver los verdes campos, los pantanos y los cerros con prados verdes y las diminutas manchas blancas de las ovejas. La ciudad era pequeña y con muchas casas de piedra cargadas de años, de nuevo sentí la sensación de estar en la Inglaterra del pasado. Almorcé en un pequeño y acogedor restaurante y vagué por la ciudad sin perderme, porque no tenía barios medievales, sino que eran calles rectas y fáciles de identificar. Visité el río, el mar próximo y la famosa escala, que estaba sin salmones. Fue un viaje cómodo, en trenes ingleses que ya estaban en desuso en el Reino Unido, pero que aquí servían como lo habían hecho veinte o treinta años antes en su país de origen.

Visita  a Limerick.
Al día siguiente, de nuevo en otro viejo ferrocarril, me dirigí a Limerick, que es un importante puerto y donde está el principal aeropuerto de Irlanda. Para llegar allí se atraviesa otra parte de Irlanda, tan verde como las que ya había visto, pero más poblada y con muchos pequeños pueblos arbolados. También  se ven lagos y ríos. En algunas granjas pueden verse hombres haciendo pequeñas zanjas y sacando rollos de un barro negruzco, se trata de turba, que es muy utilizada como combustible doméstico. En las tierras bajas de Holanda, también se usó la turba, pero poco a poco, esta extracción fue provocando la creación de lagos y lagunas que hoy salpican el campo holandés y son verdaderos espacios para deportes náuticos. Aquí, eso parece que no ocurre porque las colinas pueden bajar de altura pero supongo que es más difícil que se transformen en lagunas.

Limerick era también una ciudad pequeña, con la parte central con casas antiguas e incluso restos medievales como su catedral, un castillo y parte de sus murallas. La dimensión es acogedora porque gran parte de la ciudad puede recorrerse a pie y no es como en las grandes ciudades donde es casi imposible formarse una idea del conjunto.

El regreso en tren, de nuevo permite ver el cambiante tiempo, que explica el por qué Irlanda es tan verde, siempre hay posibilidad de lluvias y ellas, efectivamente ocurren a cada rato, cambiando el cielo de un celeste brillante con albas nubes a cielos grises o casi negros que de repente vuelven a la luz diurna a través del espectacular surgimiento de arcos iris. Un amigo francés que me envió una postal que me estimuló a hacer este viaje me escribía”: “Irlanda es un lindo país, lleno de pastos verdes, ovejas blancas, caminos grises y entre lluvia y sol magníficos arcos iris” Lo que no compartí es que agrega que es un excelente lugar para veranear, pues en el balneario que visité, la gente tomaba sol vestida y nadie se atrevía a ponerse un traje de baño. Sin embargo, tampoco hace mucho frío y jamás nieva porque la corriente del Golfo impide que eso ocurra, aunque está en una latitud donde la nieve y el frío son habituales.

Fin de viaje.
Así terminó mi semana en Irlanda, durante la cual leí el libro “Very like a whale” que puede traducirse como “Muy parecido a una ballena” y se refiere a la vida en Dublín. El autor, Val Mulkerns,  en realidad presenta una visión de Irlanda, como una ballena varada en alguna playa, país con potencialidades, pero que experimenta un estancamiento económico y donde se destaca la proliferación de la droga y de la delincuencia. ¡Claro que este libro lo había escrito en 1986!

Mucho más efectiva resultó mi intuición de que Irlanda estaba progresando cuando vi como funcionaba el puerto de Rosslare Harbor. Ahora en el 2008, Irlanda ha pasado a ser uno de los países más desarrollados de Europa y su perenne pobreza finalmente fue vencida con la incorporación de la alta tecnología, los avances educacionales, los servicios y el turismo. Yo creo que eso es lo que creó las condiciones para que las relaciones entre Irlanda y el Ulster (la Irlanda protestante) mejoraran notablemente y ahora ya hay en el Ulster gobiernos conjuntos de católicos y protestantes. Antes, cuando la República de Irlanda era pobrísima, no creo que a muchos en el Ulster les atraía la unión, pues Inglaterra los subvencionaba, en cambio ahora, Irlanda es más rica que Inglaterra en términos proporcionales y la unidad de las dos Irlandas tiene mucho avanzado.

Patricio Orellana Vargas

patoorellana@vtr.net

23 de mayo de 2008

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