Italia, Campania, Capri.

LA ISLA DE CAPRI

caprigrotta

Patricio Orellana Vargas, “La grotta azurra”, óleo, 40×50 cms.

 

Navegando hacia Capri.
Lo normal es llegar a Capri en algún barco, los puertos de partida son innumerables: Nápoles, Salerno, Positano, Amalfi, Sorrento, etc. Desde Nápoles se va directamente a Capri, en cambio desde Salerno hay recorridos que hacen escala en Amalfi, Sorrento y Positano y otros lugares. Esta última vía fue la que utilizamos en una oportunidad que viajaba con mi hijo. Tiene la gran ventaja de que se pueden ver estos pueblos desde el mar, brindando una perspectiva que no se lograría si se visitan por tierra. Estas ciudades son hermosísimas y se pueden apreciar en detalle pues están construidas escalonadamente en las laderas de las montañas. Amalfi fue una ciudad muy importante en el pasado y fue una de las repúblicas marineras junto a Venecia, Pisa y Génova, lo que aún se recuerda en la bandera marítima de Italia que tiene los escudos de estos cuatro puertos.

En un viaje que hicimos a Capri con mi esposa y nuestra nieta Sol, cuado tenía once años, ésta última insistió en ir en cubierta, junto a la bandera que mencionábamos. Ella se siente italiana por ancestros de su familia paterna y fue capaz de permanecer allí durante todo el viaje, a pesar de que había un viento terrible y todos los pasajeros que llenaban la cubierta  la abandonaron rápidamente y finalmente éramos los únicos que resistían el viento. Al llegar a la isla, desapareció el viento y el frío aire se entibió como por arte de magia. Y los viajeros volvieron a repletar la cubierta.

La Marina Grande.
Bajo esta bandera y azotado por el viento navegan los ferrys, los grandes barcos, los pequeños hidroglaseres o aliscafos y todo tipo de embarcaciones, lo que debe complicar mucho el uso del puerto en Capri, pues no existen buenos y grandes puntos de embarque, sólo la Marina Grande, a la cual los barcos deben llegar, dejar a su viajeros y tomar otros y retornar de inmediato pues no hay espacio para recalar largo tiempo. Supongo que el otro puerto, la Marina Piccola está destinada a veleros, yates y embarcaciones pequeñas y se encuentra al otro lado de la isla y más alejada de la ciudad. Desde lo alto de las montañas se puede divisar como un lugar muy protegido y con playas cercanas.

Los barcos llegan a este pequeño puerto, que contradice su nombre de Grande. Como la afluencia turística es tan numerosa, está prohibido traer el automóvil (en ferry) porque si bien en la isla hay movilización motorizada, una avalancha de vehículos la paralizaría en muy poco tiempo.

En este puerto hay numerosos barcos menores que hacen excursiones a las cercanías o llevan visitantes a las proximidades de la Grotta Azurra y de los faraglioni, dos de los destinos preferidos por los visitantes.

En la Marina Grande hay innumerables restaurantes, cafés y tiendas de todo tipo. También hay pequeños hoteles y pensiones que según informan son muy caros. El espacio está totalmente ocupado y la muchedumbre contribuye a verlo siempre copado.

En el viaje que hice con mi hijo, me quedé varias horas en la Marina Grande, mientras él hacía una excursión a la Grotta Azurra. Yo no lo acompañé porque era bastante caro y porque ya había estado una vez y como experiencia inolvidable, me parecía casi sacrilegio repetirla. De manera que permanecí varias horas viendo la llegada y partida de barcos así como los botes a motor con tripulantes que mientras esperaban pasajeros para los tours conversaban animadamente y hasta cantaban.

Capri.
La isla de Capri es muy escarpada y la ciudad está construida en lo alto. Para llegar allí hay dos opciones viables, la más común es tomar un bus pequeño que escala un camino de cornisa, desde donde se va divisando parte de la isla con perspectivas diferentes a medida que se asciende. Este viaje es rápido y no toma más de un cuarto de hora y hay buses permanentemente. Vale la pena seguir este camino. El otro medio es un funicular, mucho más rápido, pero que si bien la vista es muy amplia, al mismo tiempo es más veloz.

La parte alta es un poco más plana y se puede caminar por sus calles con suaves declives. Si bien la construcción no es homogénea, como ocurre, por ejemplo en las islas griegas, y las viviendas que no están en el núcleo urbano se divisan dispersas en las laderas de la montaña como cubos blancos arrojados al azar.

Las bellezas de Capri.
Este es el lugar apropiado para caminar pues hay oportunidad de ver la isla desde lo alto y en muchos ángulos distintos, las calles son cortas y pronto se llega a plazas, parques y miradores que cambian bruscamente la ambientación, de un bullicio de turistas de todas partes del mundo a la vista del inmenso mar y las costas rocosas de la isla que se divisan desde lo alto, en caída casi vertical y desde algunos puntos se pueden ver pequeñas islas  e inmensos peñascos que parecen haber sido lanzados al mar, mientras que algunos islotes tienen forma de altas catedrales.

 También se pueden divisar algunas caletas con playas  con diminutos bañistas que parece que han quedado inmóviles al sol. Todo el paisaje es grandioso por la presencia del cielo y el mar y a la vez  pequeño por la dimensión de los detalles que se ven desde lo alto. Los jardines y parques contribuyen a percibir esa contradicción de la inmensidad del mar y cielo y la dimensión humana de los senderos, plantas, bancos y miradores.
Los parques y plazas están muy bien cuidados  desde los tiempos de Augusto y Tiberio. Incluso el emperador Tiberio amaba tanto esta isla que aquí vivió los últimos años de su vida y desde estas alturas gobernó el imperio romano, por lo cual se le considera como el hijo de la isla y el municipio ha otorgado premios a los historiadores que han destacado la labor de Tiberio, que según otros fue un tirano terrible.

En esta ciudad están las grandes tiendas, porque hay más espacio que en la parte baja, en la Marina Grande. En los tours los guías informan que aquí hay sucursales de las más afamadas marcas y que se puede encontrar la mejor ropa, calzado, perfumes y joyas.

A pesar de que las avalanchas de turistas, que parecen ser personas relativamente modestas, también hay una colonia permanente de ricos que tienen aquí villas fabulosas y exigen los mejores productos del mundo.

Como en esta ciudad hay muchas calles que bordean  el precipicio que la rodea, todas ellas tienen espléndidas vistas y hay numerosos hoteles, cafés, tratorias y restaurantes. En el tour que realizamos con mi esposa y nieta, se incluía un almuerzo en un gran restaurante que tenía sus salones mirando al mar y rodeados de jardines. Aquí se combinaba la belleza del lugar con la excelencia de la comida italiana.

El tour alrededor de la isla.
Un paseo muy hermoso es emprender la excursión en barco alrededor de la isla. Generalmente se hace en lanchas a motor donde van unos treinta o cuarenta pasajeros y desde el mar se ve la inmensa y escarpada mole de la isla, sus pueblos encaramados en las ladera y las dos ciudades, Capri y Anacapri coronándolas. Los dos puertos aparecen como entradas insignificantes a una montaña inaccesible. La parte más espectacular es el paso junto a los faraglioni, islotes que son gigantescas rocas que tienen, en general, la apariencia de grandes catedrales góticas. La lancha pasa junto a ella, a veces en estrechos canales entre dos de estas  moles. Al acercarse a la costa, el guía señala las aperturas de algunas grutas, donde se ve a personas esperando para entrar a visitarlas. En otros lugares hay una concentración de lanchas a motor que esperan, algunas llenas de pasajeros y otras vacías, junto a ellas y en doble caravana se ven botes más pequeños a remo, con viajeros que han pasado desde las lanchas o que, ya de vuelta,  se encaraman a ellas. Aquí está la Grotta Azurra.

La Grotta Azurra.
En un viaje a la isla , formando parte de un tour, junto a unos  veinte latinoamericanos y conducidos por una guía española llamada Mary, que se caracterizaba por ser muy rolliza y simpática, se nos informó que la vista a la Grotta Azurra tenía que suspenderse porque las condiciones del mar no permitían su acceso. Todos lamentamos esta situación, pero necesariamente la teníamos que aceptar. Pero un brasilero, grande, muy rico y alegador se fue a conversar con los boteros que estaban en la Marina Grande. Poco después volvió y nos informó que los lancheros que van al gruta  le habían dicho que no hay ningún inconveniente y que la marea estaba perfecta. De inmediato todos exigimos a la guía que se cumpliera el programa por el cual habíamos pagado, por lo cual se vio obligada a realizar la excursión prometida. Partimos todos en una lancha y poco después estábamos en la fila de embarcaciones esperando turno, una hora después nos trasladamos a botes que llevaban dos pasajeros. La costa parecía una pared rocosa, áspera y rugosa, pero había una pequeña abertura por donde vimos que pasaban dos botes simultáneamente, uno de ida y otro de vuelta, esto ocurría cada diez minutos y seguíamos esperando nuestro turno. El botero, que era quien remaba y conducía el bote, nos informó que llegaba nuestra hora y nos ordenó que nos acurrucáramos en el fondo del bote, pues era fácil topar el techo de la entrada. Empezó a remar en total concordancia con las olas y mientras maniobraba cantaba “Torna a Surriento”. Llevados por una ola que ascendía, pero que bajó justo a la entrada de la gruta, penetramos a otra dimensión.

Dentro de la Grotta, todo era distinto, en primer lugar el mar estaba calmado, pero lo más espectacular fue que la luz era distinta a cualquier luminosidad conocida, en vez de salir de lo alto, como es habitual, venía desde abajo, desde el mar. El mar era la fuente de una luz azul con tonos plateados y de verde calipso que teñía todas las rocas de las paredes y el techo de la cueva. Hasta el aire estaba impregnado de esa luminosidad El canto del botero sonaba de manera diferente, como si estuviera filtrado, lo mismo que la luz del sol que se filtraba en el agua de mar y reaparecía en la caverna como una luz mágica y sin origen aparente. Todos nos sentamos en el bote en un silencio profundo en una verdadera comunión con el dios que nos brindaba el espectáculo natural  más bello que habíamos visto. El tiempo parecía detenido y aunque sabíamos que la estadía sería muy breve, parecía que éste no transcurría y sentíamos que estábamos, efectivamente en otra dimensión, quizás como dentro de un ambiente líquido, pero sin mojarnos. Lo más impactante fue la perdida de la noción del tiempo y también la del espacio en el que se vive.

El botero emprendió el retorno y de nuevo, en el segundo apropiado y aprovechando un bajo nivel del mar salió airosamente de la cueva y volvimos a una realidad que hería los ojos y que las gotas de mar nos mojaban el rostro. Entonces percibimos de nuevo la noción de tiempo y  sentimos un deseo terrible de no haber salido de la grotta.

Yo he descrito estas sensaciones en plural, porque fue lo que comentamos después con los amigos del grupo y es lo que conversamos muchas veces con mi esposa y con mi hijo, que en otra oportunidad la visitó.  Lo que siempre lamenté es que nuestra nieta Sol no visitó la Grotta Azurra, porque en ese viaje el tour no incluía la visita y separarnos del grupo habría sido muy problemático.   

El exilio de Neruda.
Pablo Neruda, después de huir de Chile, cuando el gobierno de González Videla lo perseguía, llegó finalmente a refugiarse en Capri. Uno de sus amigos italianos le prestó su casa de veraneo en la isla y allí vivió su romance con Matilde Urrutia, su futura esposa y  durante su estadía escribió, bajo anonimato “Los versos del capitán”. La estadía de Neruda en ese lugar inspiró a Antonio Skármeta para escribir su novela “Ardiente Paciencia”, la que después originó la famosa película “El cartero de Neruda”. Claro que la filmación se hizo en otra isla, supongo que más atrasada y menos turística, para ambientarla en la isla de Capri de los años cincuenta.

Yo le pregunté a varias personas, incluyendo el chofer del bus y a un policía, dónde estaba la casa que habitó Neruda, si bien algunos sabían de su estadía, ninguno pudo indicarme dónde estuvo su refugio político y amoroso. Lo único que pude establecer es que su casa estaba en Anacapri, que está en la otra cumbre de la isla. Sin embargo, en un poema escrito por el poeta en Capri  dice:

“Toda la noche he dormido contigo junto al mar en la isla “, lo que da la impresión de que vive junto al mar.    

Un balance y un recuerdo.

En tres viajes que realicé en tours que recorrían toda Italia, Capri era la culminación y todos los participantes, que eran latinoamericanos, estaban de acuerdo  con ello.

Mi nieta Sol me contó  después,  ya en Chile, que para ella, el lugar más bello de nuestro viaje había sido Capri. Mi esposa duda entre Venecia y Capri. Mi hijo dice que el lugar más lindo de Italia es Florencia , de Europa, París, y del mundo que conoce, el Parque Nacional Torres del Paine junto con el Lago Chungará. Yo creo que como ciudad Venecia es lo más espectacular junto con París, Atenas y Florencia, pero como “lugar”, sin duda que Capri merece el primer puesto junto con Altamira, Mikonos, Santorini, Porto Venere, Cinque Terre, Volterra, San Geminiano y muchos más. ¡Por algo los italianos dicen que Capri es la perla del Mediterráneo ! Y esta perla tiene engarzada otra joya de mil quilates: la Grotta Azurra. 

Patricio Orellana Vargas  

patoorellna@vte.net

25 de julio de 2008

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