Italia, Toscana, Florencia, la ciudad de las luces

FLORENCIA, LA CIUDAD DE LAS LUCES

florencia

Patricio Orellana Vargas, “Il ponte vecchio, Florencia”, (óleo, 50×40 cms.)

FLORENCIA, LA CIUDAD DE LAS LUCES.

Algunos lectores de estas crónicas de viaje me han escrito corrigiendo algunos nombres que yo le he asignado a alguna ciudad o región. Agradezco esos aportes, pero debo señalar que a veces la denominación nueva que he propuesto se debe a que me parece más adecuada que la vigente. Así por ejemplo, la Riviera se divide en la Riviera Francesa y la Riviera Italiana, a su vez la Riviera Francesa se llama “Costa Azul” y yo me he atrevido, consecuentemente, a llamar “Costa Azul” italiana a la Riviera Italiana, lo que ha sido considerado como un error por estos lectores.
Ahora cuando escribo sobre “La ciudad de las luces” no me refiero a París, la “ciudad de las luces” ni se refiere al “Siglo de las Luces”. Para mí, Florencia es la ciudad de las luces porque es la ciudad donde Miguel Ángel alcanzó la cumbre en escultura y pintura; donde Leonardo da Vinci desarrolló teorías en el campo tecnológico y también realizó obras consideradas entre las mejores de la historia del arte. En esa ciudad Machiavello desarrolló una nueva disciplina: la Ciencia Política, separando ética y política. Brunelleschi y otros resolvieron problemas arquitectónicos hasta entonces sin solución. El Giotto, Masaccio y otros incorporaron la noción de la perspectiva, revolución fundamental en el arte. Petrarca, Boccaccio y Dante escribieron en toscano y abandonaron la cárcel lingüística del latín y fundaron el italiano. Donatello fue el primer escultor que se atrevió a volver al desnudo humano desde la Antigüedad. Galileo presentó una nueva concepción del universo. Toda esta revolución cultural significó el fin de la supremacía religiosa medieval y recuperó el legado científico y filosófico de la Grecia clásica, permitiendo que esta hebra cultural aplastada por siglos de olvido y postergación resurgiera, permitiendo echar las bases de la ciencia, la tecnología, el arte y el pensamiento moderno. Fue el Renacimiento, que desplazando a Dios del centro del universo, colocó al hombre en esa posición.

Florencia fue la principal ciudad donde se generó y desarrolló el proceso renacentista. Es por eso que la considero la ciudad de las luces, porque fueron esas luces las que disiparon las tinieblas de la Edad Media. Sus luces son sus genios y su pensamiento que llevó a la sociedad a nuevos horizontes para el hombre.

El Progreso en el Caos y la Diversidad

Este rol fundamental de Florencia en el Renacimiento no significa que haya sido la única ciudad renacentista, fue el centro indudablemente pero hubo aportes de muchas otras ciudades italianas: Venecia, Milán, Ferrara, Padua, Sienna, Lucca, Pisa, Génova, Asís, Bolonia y muchas otras.
Cuando Grecia fue el centro del progreso en arte y pensamiento, era un conglomerado de mil ciudades independientes y dispersas en los actuales países de Grecia, Italia, España, Francia, Macedonia,  Bulgaria, Rumania, Rusia, Ucrania, Turquía, Túnez y Libia. Estas ciudades luchaban entre ellas y con sus vecinos, a veces se aliaban transitoriamente y eran de muy diversa naturaleza política: monarquías, dictaduras, democracias, repúblicas aristocráticas o populares, etc. Esta diversidad y el intercambio comercial y cultural configuraron un cosmos donde se desarrolló el arte y pensamiento clásico griego, que encabezado por Atenas, fue la base y origen de la cultura occidental, hoy predominante en el mundo.
En el Renacimiento algo parecido ocurría en Italia, con algunas particularidades. Era una región donde existían numerosos estados grandes y pequeños; ciudades independientes y republicanas; monarquías, ducados, principados y hasta territorios dependientes del emperador del sacro imperio romano-germánico, de Austria, de España, de Francia. El Papado era otra potencia presente en las pugnas con sus estados papales. A través del tiempo, Pisa,  Amalfi, Génova, Florencia, Milán y Venecia llegaron a ser potencias mediterráneas y controlaron verdaderos imperios. Esta fragmentación de Italia medieval permitió la diversidad que parece ser una condición para la renovación del pensamiento y del arte.
En Italia esta fragmentación fue múltiple: güelfos y gibelinos, güelfos blancos y negros, republicanos y monarquistas, etc. Llegó a tales extremos que se expresa en el fenómeno del comunalismo, una especie exacerbada de localismo y hasta la rivalidad entre barrios o sentieres de la misma comuna, que aún se recuerda en la carrera del Palio de Sienna. Finalmente la rivalidad llegaba a nivel de familias, que Shakespeare recuerda en la rivalidad de Capuletos y Montescos de Verona en “Romeo y Julieta”. Las familias debían construir verdaderas fortalezas dentro de la misma ciudad. San Giminiano tuvo más de sesenta torres de seis o más pisos, de las principales familias de la ciudad. Estas torres tenían una sola entrada fácil de defender.
Esta fragmentación implica necesariamente desarrollo de pensamientos y artes competitivos. Surge la crítica y finalmente la aceptación de la diversidad como normalidad. Para los pensadores perseguidos por sus ideas era posible encontrar nuevos refugios, incluso cuando la Iglesia era la que perseguía.

Florencia y el Cambio

Florencia no escapó a esta situación, los Medicis que ampararon las artes y las ciencias, debieron enfrentar a los republicanos y a otros banqueros como ellos que les disputaban el poder.
La profunda diferencia de pensamiento puede ilustrarse con Savonarola y Fra Angelico, ambos dommínicos del convento de San Marcos, donde los Medicis habían creado la primera biblioteca pública del mundo. Savonarola era un fanático religioso que cuestionaba la vida y costumbres de su época. Logró el apoyo de la juventud con su fogosa oratoria y logró la conquista del poder, instaurando la república y realizando actos públicos donde se quemaban libros y obras de arte contrarias a la doctrina de la iglesia, incluyendo principalmente esculturas y pinturas de desnudos; simultáneamente Fra Angelico pintaba frescos en cada una de las celdas de sus cofrades. Estas pinturas expresan una fe llena de dulzura, sin ni pizca de la agresividad de Savonarola, cuya celda también decoró.
Savonarola fue derrocado y a su vez quemado en la Plaza de la Señoría por su fanatismo. La Iglesia posteriormente reivindicó su nombre.
Visitar el museo y la iglesia de San Marcos es una aventura entre la dulzura de Fra Angelico y el rostro duro e intransigente de las estatuas y cuadros de Savonarola. Es una muestra de la diversidad de la época, diversidad que en última instancia es la base de la libertad.

La Florencia Actual.

Florencia conserva su pasado de manera extraña, no existe la armonía y uniformidad de Venecia. Hay muchos edificios del siglo XIX que desentonan. Pero sin embargo, la luz parece conservar reflejos del pasado en los edificios nuevos.

Hay dos aspectos distintos que ayudan a entender el encanto que provoca Florencia. El primero es la impresión que causa la ciudad vista desde lejos. La plaza Miguel Angel, ubicada en la cima de una colina permite esta visión espectacular: todo su núcleo histórico es de edificios de techos de tejas rojas que le dan uniformidad, pero allí se destaca el Duomo, esa catedral bellísima en mármol cuyo inmenso tamaño sobresale entre las otras construcciones y las subordina. Además destacan algunos edificios de piedra como el palacio de la Señoría. El río Arno establece un límite preciso, aunque la ciudad se extiende entre ambas riberas. Los puentes parecen unir lo que es distinto. Finalmente los barrios nuevos se diluyen en la distancia mientras que las colinas toscanas, verdes, amarillas o azules le dan un marco que las separa y la une a una de las campiñas más hermosas del mundo, con los colores diversos de sus cultivos o bosques. Lo más impresionante de este cuadro es la luz que permite ver claramente a grandes distancias y que en el día ilumina todo. Esta luz fue la que impresionó tanto a Goethe y a los románticos ingleses.
El segundo aspecto especial de Florencia es su clima íntimo. Cada calle, cada plaza y monumento es una expresión de una cultura elaborada cuya expresión máxima es el arte. No creo que su arquitectura sea lo esencial, excepto la catedral de Santa María de las Flores, lo que marca son sus estatuas, especialmente las que están en la Plaza de la Señoría y en la calle de los Ufizzi. Creo que además, el arte de la pintura y la escultura salen de los museos y están en los ojos de todos sus visitantes, que hace poco tiempo estuvieron frente a las esculturas de Miguel Angel o de los cuadros de Leonardo, del Giotto, Ucello, Rafael, Botticelli, Piero della Francesca, Filippo Lippi, Fra Angelico y otros. El arte más sublime está en todos los que han ido allí en su búsqueda y en los que viven orgullosos de ser florentinos y conocer todo ese arte.

Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net
Florencia, febrero de 2003

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