Rusia. San Petersburgo

SAN PETERSBURGO

 

Conocer Rusia.
Durante el período comunista, mi interés por conocer la Unión Soviética no fue muy grande, pero he de reconocer que nunca tuve posibilidades de visitarla. Sin embargo, durante muchos años disfruté de la literatura rusa y hasta de la soviética. Otro tanto ocurrió con la música clásica: Chaikovsy, Borodin, Rimsky-Korsakov y Mussorgsky eran mis favoritos en mi juventud y después conocí a Shostakovich y Kachaturian, aunque nunca los oí asiduamente.

Estas dos dimensiones del  alma rusa resultaban muy atractivas, pero Rusia parecía inaccesible y evidentemente no era un país turístico. Pero con el derrumbe del comunismo, empezaron a aparecer las ofertas de turismo para conocer Rusia. Hace pocos años, me percaté que tenía algunas millas acumuladas en Air France y entonces surgió la posibilidad de aprovechar un viaje que hacía a Europa, para llegar a Rusia.

Mi esposa se negó rotundamente a ir a Rusia, ella prefería mil veces quedarse en Italia, país que ama profundamente  y donde, en Rapallo, tiene una amiga de su niñez y juventud. Además me dijo que en Rusia se congelaría y prefería la tibieza de la Riviera italiana. Finalmente acordamos que ella se quedaría en Rapallo, mientras yo iría a Rusia.

Como es mi costumbre, en la agencia Columbia Viajes, me asesoraron y me presentaron diversas opciones. Como no quería estar separado de mi esposa mucho tiempo, finalmente resolví ir una semana a San Petersburgo, aunque existía la tentación de agregar una visita a Moscú.

Este debía ser un viaje diferente, todo tenía que ser perfectamente programado: desde la reserva de hotel, hasta las visitas guiadas que realizaría en San Petersburgo. Era lo razonable pues yo no hablo ni una palabra de ruso (excepto niet, mnp, cccp y tovarish, pero ni siquiera sé como se pronuncian). Y sabía que Rusia no era un país con tradición turística y los idiomas extranjeros hablados comúnmente se reducen al alemán. Había distintos programas y naturalmente elegí el más barato, aunque me recomendaban uno mejor pues el hotel no sería muy bueno. Pero mi bolsillo no acepta argumentos y se rige por una estrecha economía.   

La experiencia del viaje me demostró que contratar todo el paquete había sido lo adecuado, si no lo hubiera hecho, los problemas habrían empezado en el aeropuerto de San Petersburgo, pues era complicadísimo encontrar un taxi y menos saber cual sería la tarifa razonable para ir al hotel.

Peripecias de todo viaje.
Mi viaje consistía en partir desde Génova en dirección a París, ya que estaría en Rapallo, ciudad próxima a este puerto. Desde París partiría a San Petersburgo y el regreso sería lo inverso. Para empezar, mi avión llegó a la hora a París, pero era necesario ir al extremo del inmenso aeropuerto Charles de Gaulle para embarcar a Rusia. Allí había una cola inmensa ante la policía y recorrerla tomó cerca de dos horas, cuando llegué al terminal, el avión acababa de partir. Recurrí a la oficina pertinente y me dijeron que yo había llegado atrasado, les expliqué la causa de la demora y finalmente me cambiaron el vuelo para tres horas después. El problema era que en el aeropuerto de San Petersburgo estaría esperándome un automóvil para llevarme al hotel. De manera que debí llamar al hotel en Rusia, allí me dijeron que me comunicara con la agencia del Tour (en España), así lo hice y finalmente todo quedó arreglado. El taxi me esperaría para este vuelo. En vez de angustiarse cuando surgen estos problemas lo que hay que hacer es tomarlos como un desafío que enfrentar con optimismo y algo de humor.

 El vuelo partió oportunamente y al bajar hacia San Petersburgo, el paisaje era tétrico, tierras pantanosas, deshabitadas y sin cultivos, con escasos arbustos y todo de un gélido color gris. Era la primera muestra de que San Petersburgo no nació como una aglutinación de poblaciones, fue una creación artificial en una zona donde era imposible cultivar alimentos y todo debe ser traído de otras regiones. Incluso las papas, no alcanzan a madurar y sólo sirven como alimento marginal para el escaso ganado que puede subsistir en esos parajes.

El aeropuerto era pequeño para las dimensiones de los europeos, pero el trámite de entrada y retiro de la maleta era muy rápido. A la salida me esperaba un hombrón macizo y con aspecto de luchador, tenía el letrerito: “Mr. Orelana”. No era muy amigable y no hablaba una palabra de inglés. Simplemente tomó la maleta y me llevó al auto, que era grande y destartalado. Sabiendo que era inútil hablarle, me dejé conducir en silencio. Muy rápidamente entramos a la ciudad por grandes avenidas, con poco tráfico y grandes bloques de edificios iguales a ambos lados, todo el trayecto fue similar hasta llegar a la parte antigua, donde aparecieron edificios más bajos y hermosos, algunos de sólo  dos o tres pisos. Siempre las calles eran avenidas muy anchas y llegamos a barrios más compactos con edificios, al parecer del siglo XIX o un poco antes, algunos ya eran palacios, aunque no impresionantes.

Finalmente el auto se detuvo y el chofer me indicó el hotel, era un viejo edificio de descascarado color amarillo de unos cuatro pisos, sin distinción y próximo a una discreta pobreza. Entré con mi maleta y de inmediato me percaté que era simplemente una gran casa, transformada en hotel, Todo era muy simple. No había ningún lujo, sólo un living con muebles anticuados e incómodos y un mesón, detrás del cual había dos recepcionistas frías y parcas. Recibieron mi voucher de reserva, lo verificaron y me entregaron la llave de mi cuarto indicándome donde estaba el ascensor. Subí con mi maleta y entré a mi pieza. Era una habitación vieja, alta, con cañerías en la paredes, una ventana clausurada y pintada y con un baño adjunto que se limitaba al lavatorio, el retrete y en lo alto, el caño de una ducha. Allí entendí porque en la agencia de viajes me habían insistido que tomara otro tour más caro. ¡Pero este era mi destino ruso!

Entonces me alegré que mi esposa no estuviera conmigo. Se habría desesperado cuando perdí el vuelo y habría imaginado que quedaríamos botados y estaría segura que nadie nos esperaría con el taxi. Habría sufrido en este frío e inhóspito hotel.

La guía rusa.
Según mi programa. Al día siguiente, a las diez de la mañana, pasarían a buscarme para hacer un tour por la ciudad. A esa hora estaba esperando cuando una señora rubia y gordita llegó y habló con las recepcionistas, quienes le indicaron en mi dirección. Era la guía. Durante una semana me llevó a conocer muchos lugares interesantes de San Petersburgo y llegue a conocerla bien y a estimarla. En primer lugar hablaba un español perfecto, sin ningún acento. Era licenciada en lingüística y tenía una excelente formación académica, además tenía un conocimiento cabal de Chile. Me contó que el año anterior había formado parte del equipo de traductores y guías que habían acompañado el presidente Ricardo Lagos en su vista a Rusia y había recibido un curso preparatorio sobre Chile. Era una persona que tenía una amplia cultura y no sólo a nivel de guía, sino que sabía de música, historia, arte, religión, política y hablaba cinco idiomas, mostraba la excelente formación que dan las universidades rusas y su español perfecto sólo lo había practicado con turistas, pues nunca había viajado fuera de Rusia.

Era, como he señalado una señora regordeta, pero que mostraba claramente que en su juventud había sido muy bella. Como ocurre generalmente, las rusas jóvenes son de las mujeres más bellas del mundo y sólo tienden a engordar al acercarse a los cuarenta años, pero siguen conservando su belleza, y empiezan a parecerse a sus matrioshkas o muñecas de madera.

A través de los días la conocí más y era una señora muy distinguida, pero a la vez cordial. Me contó que vivía en un estrecho departamento con su hijo y que era divorciada. Le gustaba el vino chileno y era una gran lectora y una persona que ansiaba viajar. Su sueño era ir a  Florencia y cuando le conté que yo había estado varias veces allí me preguntaba multitud de detalles de la ciudad que conocía en todos sus aspectos culturales, pero en la cual nunca había estado. Yo pensaba que durante el comunismo ella no habría podido ir nunca a Florencia, ahora, con el capitalismo, tampoco había ido, pero tenía la esperanza de hacerlo y estaba juntando dinero para cumplir su sueño, aunque reconocía que el trabajo de guía era mal pagado y que el chofer que nos llevaba en los tours ganaba mucho más que ella, porque era dueño del auto destartalado que mencioné. Con ellos recorrí San Petersburgo y conocí sus grandes avenidas, palacios, museos, iglesias y monumentos.

San Petersburgo, ciudad de perspectivas.
 La guía y el chofer mencionados me llevaron a varios tours contemplados en el programa, así pude tener una amplia visión global de la ciudad y cuando estaba libre podía recorrer muchos lugares sin dificultad pues el río es el eje central que permite ubicarse en cualquier parte. Con la guía visitamos las catedrales de Kazan y de San Isaac, iglesias gigantescas y muy distintas de las que simbolizan a la Rusia ortodoxa (las de cúpulas de cebolla y muy coloridas). Son iglesias neo clásicas modernas, del siglo XIX y XX. La más antigua es la catedral de San Pedro y San Pablo que está en la isla de la fortaleza del mismo nombre. Esta iglesia es más pequeña, con una aguja que es más larga que la altura del edificio y que permite ver su elegante silueta desde muy lejos porque se eleva sobre las murallas de la fortaleza. En esta iglesia están los restos de Pedro el Grande y otros zares de Rusia. Aquí se puede observar que no había mármol ni piedras adecuadas para la construcción y las paredes están pintadas imitando mármol. Quizás esta carencia de materiales nobles  de construcción determinó su pequeño tamaño, su ligereza y elegancia. En el tour se pueden ver el teatro Marinsky, teatro para grandes conciertos y operas, el teatro Alejandrinsky, dedicado al drama y la comedia el Palacio de Invierno a orillas del Neva, la inmensa plaza vacía donde están el Almirantazgo y otros edificios y monumentos emblemáticos de Rusia. También se visita el Zarskoje Selo, palacio rodeado de jardines donde está el museo estatal. En realidad en San Petersburgo la monumentalidad de sus edificios públicos es impresionante, pero no aplastante, pues muchos de ellos están pintados con alegres colores. Quizás uno de los factores que contribuyó a que la arquitectura de la ciudad no fuera tan dura y fría como el ambiente es que los zares permanentemente contrataron a arquitectos italianos, los que trajeron el color del mediterráneo a estas tierras.

La principal característica de esta ciudad es su espacio, amplitud y luminosidad. No hay calles estrechas ni edificios medievales. Es una ciudad planificada, pues fue resultado de una decisión geopolítica del zar Pedro el Grande para que Rusia accediera al occidente europeo y no resultado de un desarrollo paulatino como el de todas las otras ciudades importantes de Europa. Todas las calles son amplias, grandes avenidas y grandiosos ríos, canales y parques que dan la permanente sensación de espacios abiertos. A ello se suma la gran cantidad de palacios, algunos de dos o tres cuadras de extensión y otros más modestos, según la riqueza de los nobles que los construyeron y habitaron por orden del zar. La mayoría de estos palacios no son lujosos y no pasan de ser casas grandes, pero los del zar y los nobles principales siguen siendo muy grandes y a la vez alegres, pues no existe el lustre que da la vejez a la piedra, aquí los materiales son distintos, lo que obliga a que sean pintados y la selección de los colores es realmente alegre a la vez que discreta, predominan los blancos, lilas, celestes, amarillos, cremas, rosados y verdes claros, que armonizan con la claridad reinante; En verano (junio y julio) debe ser impresionante vivir las noches blancas que hacen casi continuo el día..

Quizás la palabra precisa que describe a San Petersburgo es la de perspectiva, incluso hay importantes avenidas que se llaman así, creo que una es la de la Perspectiva Nevsky. Aquí no hay rincones hermosos e íntimos ni tampoco grandes edificios que limiten el horizonte. Es una ciudad transparente, siempre se puede ver a gran distancia por las rectas avenidas o por los flancos de los ríos y canales. Naturalmente que hablamos del centro de San Petersburgo, pues su periferia, como hemos señalado es un ejército de bloques de edificios de unos diez pisos, casi todos iguales y sin ningún adorno o detalle delicado aunque abundan los parques y grandes solares vacíos.

El río Neva es muy caudaloso y ancho, parece un brazo de mar. En la primavera, estación en la que lo visité, el río llevaba aún grandes bloque de hielo. Las calles ribereñas son también grandes avenidas con bastante tráfico y pasear por ellas siempre permite ver una hermosa perspectiva de la orilla opuesta, pues hubo una declarada intención de construir los grandes edificios públicos y palacios a orillas del río.  

 Las universidades, grandes escuelas y edificios militares de no más de cinco pisos, tienen estas ubicaciones y se nota que están perfectamente cuidados, como si estuvieran recién pintadas. 

El río Neva es tan ancho y profundo que por él navegan grandes barcos, incluyendo barcos de guerra de gran calado, en realidad parece estar junto al mar. Los puentes, deben ser muy grandes para cruzar brazos tan anchos y pasarlos a pie  es un paseo que toma mucho tiempo, pero que permite ver la ciudad en una amplia “perspectiva” que parece crecer mientras que uno se achica…

Esta grandiosidad de la ciudad es acrecentada por el viento, el frío y el silencio. A pesar de ser una ciudad de cuatro millones de habitantes, el silencio es otra de sus características esenciales, pareciera que el viento se lleva el ruido de los vehículos que pasan cerca. En invierno debe ser terrible y el ser humano debe sentirse más diminuto aún y no me cabe duda que su grandiosidad influyó decisivamente en  la música de los autores que mencionaba: Chaikovsky, Borodin, Mussorgsky, Shostakovich y en menor medida en Rimski-Korsakov y Rachmaninov. 

Es extraño que una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad tenga tal grandiosidad y a la vez recibe un apodo más sencillo y simpático: Peter.

Un capitalismo mal avenido.
San Petersburgo tiene la prestancia de una gran capital, pero evidentemente no lo es, aunque pareciera que siempre aspira a volver a ser la capital de Rusia. Además muestra chocantes desequilibrios. Por ejemplo, la locomoción pública parece que es pésima, se ven buses destartalados y pequeños vehículos, tipo van, incómodos y atestados de viajeros apretujados. Mientras la ciudad dispone de excelentes calles, ellas están casi vacías. El metro no lo conocí pues todo estaba en ruso y me era imposible identificar cuál era la estación que estaba próxima a mi hotel, que por lo demás, me costó entender que estaba en la calle Chaikovsky.

El otro aspecto que muestra el desequilibrio es el comercio. Las tiendas son escasas y casi rudimentarias, muchas están en casas particulares. Nunca encontré un supermercado, aunque sé que existen, Comprar en pequeñas tiendas es complicadísimo pues nadie habla inglés y todo debe comprarse con el dependiente. Hay algunos capitalistas que parece pretenden modernizar y crear tiendas elegantes, pero parece que les falta mucho aún. Los comercios de alimentos son escasos y  existen algunos galpones donde hay secciones que expenden diferentes alimentos: verdura, bebidas, pan, frutas, abarrotes, todos separadamente. En general los productos eran de mala calidad y además muy caros. Un día entré en un restaurante, pedí un plato muy sencillo de pollo con arroz y me costó una fortuna. Un día decidí ir al centro para comprar una camiseta  de fútbol del principal equipo de San Petersburgo que me había encargado mi hijo. Finalmente encontré la tienda que era poco más que un kiosco. En pleno centro sólo había una docena de tiendas modernas, la mayoría eran simples piezas a la calle de viejas viviendas. Lo único que era realmente barato eran los libros. Parece que mantuvieron la tradición soviética de que los libros deberían estar al fácil alcance de todos, de manera que logré encontrar una edición rusa de “El Principito” que me habían encargado y me costo muchísimo darme a entender, aunque las dependientes fueron muy gentiles. No encontré ninguna tienda de artesanía, aunque ella es hermosa en Rusia, especialmente en objetos de madera pintados a mano y tejidos de lana con bellos diseños.  

El hotel en el que estaba era una muestra simultánea del comunismo y del capitalismo. Según supe, en la época comunista había sido un hotel exclusivo para la nomenclatura. La nomenclatura eran la clase de los burócratas comunistas que tenían una serie de privilegios y garantías, como el acceso exclusivo a ciertas tiendas bien provistas y también a hoteles especiales, que parece que no existían para los de abajo. En todo caso, viendo las dependencias de este hotel, me pareció que este privilegio era bien reducido, pues difícilmente en algún país habría sido considerado como un hotel que mereciera  una estrella. Es de suponer que habría otros mejores para niveles superiores de la nomenclatura. Ahora, en pleno capitalismo, el hotel estaba bastante degradado y ruinoso, con un ascensor viejo que chirriaba espeluznantemente y las tablas sueltas del piso crujían cuando uno caminaba.

Mi conclusión es que Rusia no había logrado mucho éxito con el capitalismo y le faltaba tiempo para asumir el lucro como móvil central de los seres humanos. Pero era evidente que la población estaba satisfecha con los cambios.          

Leningrado.
San Petersburgo ha cambiado de nombre según los profundos cambios políticos ocurridos en Rusia. Antes fue Petrogrado, pero cuando se modernizó se consideró que era una palabra muy germana y se resolvió el nombre actual. Durante la época de la Unión Soviética se llamó Leningrado, en homenaje al líder de la revolución bolchevique. Esta ciudad fue la cuna de esa revolución, aquí comenzó y el crucero Aurora lanzó el primer cañonazo contra el Palacio de Invierno que derribo al zarismo y a los gobiernos transitorios.

El carácter revolucionario de Leningrado se inmortalizó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes invadieron Rusia. Los  objetivos centrales eran la captura de Moscú, Leningrado y el petróleo del Cáucaso. Para llegar a Moscú los ejércitos nazis debieron recorrer grandes distancias y nunca lo alcanzaron, en cambio Leningrado estaba mucho más a la mano, muy próxima a Finlandia que estaba junto a Alemania. Durante más de dos años (900 días) los ejércitos nazis sitiaron Leningrado, pero finalmente fracasaron en su empeño de conquistar la ciudad. La resistencia fue heroica, ya que centenares  de miles de rusos murieron de hambre (murieron alrededor de un millón, de ellos, incluyendo a 700.000 civiles) y el abastecimiento debió hacerse en invierno a través del congelado lago Ladoga. Los alemanes llegaron a pocos kilómetros de la ciudad. Sin embargo, visitando la ciudad no hay huellas notorias de esta tragedia. 

En un tour realizado para conocer el palacio imperial de verano, de la emperatriz Katerina (no se trata de Catalina la Grande), se puede observar hasta donde llegaron los nazis, a pocos kilómetros de la ciudad  hay un monumento dedicado al Ejército Rojo y parece increíble que fueran capaces de detener a las tropas mecanizadas alemanas en un zona casi plana, donde sólo hay colinas muy bajas.

La guía me contaba que durante la guerra, su madre trabajaba como cocinera en un aeropuerto militar  de Leningrado y que llevaba a su casa las cáscaras de las papas. Con ellas y otros desperdicios su familia se había alimentado durante meses y entendían perfectamente que los alimentos debían ser prioritariamente  preparados para los aviadores y el personal que combatía a los alemanes. 

Estos detalles me confirmaron que la derrota de la Alemania nazi, no fue hazaña de ingleses y norteamericanos, como lo muestran las películas. En realidad Alemania fue derrotada por la Unión Soviética al precio de 20 millones de muertos, mientras que las bajas norteamericanas apenas superaron las 300.000. Basta recordar que el día D, el desembarco de los aliados en Normandía sólo ocurrió cuando los ejércitos alemanes retrocedían derrotados por los rusos, los que finalmente ocuparon Berlín. 

El crucero Aurora.
En el río Neva está este museo flotante. La tripulación sublevada de este  barco fue la que histórica y simbólicamente lanzó el primer cañonazo en contra del Palacio de Invierno y culminó la segunda revolución socialista del mundo. Ya no se destaca solamente el rol que tuvo en la revolución bolchevique, sino que se muestra también la participación de este barco en la guerra ruso-japonesa de 1905 y en la Primera y Segunda Mundial. Se puede visitar y ver una sala llena de saludos de muchos países a este barco emblemático, encontré un banderín del Partido Socialista chileno saludando la revolución rusa y a los marineros bolcheviques, pero no encontré ningún saludo del PC chileno como era de esperarse, lo que me sorprendió, pues el PS chileno es actualmente de carácter  neoliberal. Se puede recorrer libremente todas las dependencias del barco, sus cañones y otras armas. Naturalmente que la visita a este barco no estaba incluida en los tours y la hice caminando y atravesando el Neva.

En el muelle, junto al crucero, por fin encontré algunos kioscos de artesanía… pero casi todos estaban cerrados, sólo un par estaban abiertos con postales, medallas comunistas, folletos y camisetas de futbolistas. Pero justamente abrieron otro con objetos de vidrio y pude comprar unas pequeñas copas decoradas, supongo que para beber vodka. La esperanza sería que llegaran incólumes a Chile. (Cinco de las seis llegaron en buen estado). 

El folklore y la artesanía rusa.
Como había prometido a algunos amigos llevarle algún recuerdo de Rusia, le conté a la guía este deseo y ella de inmediato me indicó que me llevaría, creo que a la tienda Stanni en la calle Volkoki. Como siempre, la tienda tenía la apariencia de una casa, casi mansión en este caso. En las diversas piezas había muchas estanterías con artesanías finas y-naturalmente- muy caras. Compré cajitas de madera con ilustraciones de cuentos populares rusos, cucharas, matrioshkas e iglesias, todas de madera pintadas, pero no pude comprar unos mantos y pañoletas de lana que usan las campesinas rusas, pues eran muy caros. Al salir, vino un dependiente y le entregó un paquete de artesanías a la guía. Noté que en vez de dinero su comisión era en especie.

Otro tour incluía asistir a un teatro a ver un espectáculo de bailes folklóricos. Allí me dejaron mis guías y me recomendaron que regresara en taxi a mi hotel. El espectáculo fue realmente interesante y divertido. Los bailes folklóricos rusos son muestras de destreza gimnástica, especialmente en los roles masculinos. Todos los integrantes de los conjuntos lucen trajes bordados con alegres colores, las mujeres en tonos claros y los hombres en otros tonos, incluyendo el negro, pero con brillantes adornos. Muchos de los bailes eran cantados y representaban a diversas regiones de Rusia. A pesar de que todo el público que llenaba el teatro eran turistas extranjeros, varios de los bailes incluían mimos que representaban historias muy divertidas, especialmente de competencias por el amor de la dama o fiascos programados que provocaban clamorosas risas del público internacional.

En el intermedio, el local, que evidentemente era un palacio, tenía hermosos corredores con columnas blancas y patios cubiertos y embaldosados de mucho lujo. Allí había un puesto que vendía hermosísimas pañoletas que yo quería llevar a mi esposa y mis hermanas, de manera que compré varias a precios más razonables que los que había en la tienda mencionada antes.

Fue una agradable y alegre velada que me contagió con el calor de los bailes y me sirvió para soportar el frío del atardecer al salir y caminar varias cuadras por la orilla del río en dirección a mi hotel.

El Ermitage.
No se puede ir a San Petersburgo y no visitar el Museo de L`Ermitage. Aquí no puede haber sino congratulaciones por la calidad del museo, que es parte del palacio principal de San Petersburgo y que está extraordinariamente bien conservado y limpio. Pero lo más importante es la colección de miles de pinturas que los millonarios rusos compraron en Europa antes de la revolución y lo hicieron con ojos de expertos. Hay excepcionales obras de los impresionistas franceses, de Cezanne, Rousseau, Picasso, Matisse y otros más modernos. Lamentablemente, la visita guiada era muy rápida y había una vista sólo a obras seleccionadas. Este museo requiere largas visitas pues tiene sus salas en seis edificios contiguos, no sólo con pinturas, sino que también con otras obras de arte: escultura, monedas, armas, muebles y objetos de artes decorativos de todo el mundo.

Los zares, desde Catalina la Grande, acumularon aquí obras de arte de trascendencia mundial. Después, muchas otras en manos de propietarios privados fueron nacionalizadas pero también algunas de sus obras más valiosas fueron vendidas a millonarios norteamericanos en las décadas de los veinte y treinta. Los avatares de la Segunda Guerra Mundial obligaron a llevarse esta riqueza al otro lado de los Urales. Pero los alemanes destruyeron o se robaron muchas de estas piezas, el desquite consistió en traerse muchas obras de la Alemania ocupada como compensación. Ahora el Museo se ha recompuesto y tiene unos tres millones de objetos de arte, incluyendo esculturas griegas y romanas, pinturas europeas de primera línea (más de mil cuadros de los impresionistas franceses), obras de Leonardo da Vinci, Rubens, Murillo, Velásquez, Rembrant, Van Dyck y muchos holandeses. Para los estudiosos del arte, este es el mayor museo del mundo y sólo compiten con él los museos del Louvre y del Prado. 

Una semana intensa.
El balance de este viaje fue singularmente positivo, a pesar del corto tiempo logré visitar y disfrutar de muchos lugares, no solo en San Petersburgo, sino en las proximidades, como la aldea Pushkin y el Palacio de Verano. Los conocimientos, percepciones y sentimientos que se acumulan durante la vida de uno sobre un país como Rusia, se transforman en realidad y se corrigen cuando se ve de cerca su realidad, aunque sea como turista que sólo pudo conversar con su guía sobre el país y su ciudad más bella: San Petersburgo.

Sin embargo, siempre Rusia me trae el recuerdo de nuestro poeta Nicanor Parra, quien en uno de los poemas de su libro “Canciones Rusas” dice: 

“Empieza a caer otro poco de nieve,
como si fuera poca toda la nieve que ha caído en Rusia,
como si fuera poca toda la sangre que ha caído en Rusia,
desde que el joven Pushkin, asesinado por orden del zar

en las afueras de San Petersburgo
se despidiera de la vida con estas inolvidables palabras:

empieza a caer otro poco de nieve…”

 
Las últimas peripecias del viaje.
Pero el regreso tuvo sus percances: el viaje desde San Petersburgo a París fue excelente y a la hora, oportunamente me embarqué en el vuelo de París a Génova y llegue a esa cuidad a la hora señalada, pero… mi maleta no llegó. Hice los reclamos pertinentes y como solución me dieron un paquetito con una camiseta  (que dice Sky Team) y algunos objetos de aseo y me dijeron que si encontraban la maleta me la llevarían al domicilió que di en Rapallo. Me fui desalentado a la estación de Génova, pero la demora me había hecho perder el tren a Rapallo y a pesar de que es una ciudad próxima no hay otro medio regular para llegar. Quedarme en un hotel era muy caro y finalmente opté por consultar el precio en taxi, el primer taxista, como buen pícaro italiano, me dijo que costaba 50 euros la carrera, el segundo me dio la tarifa de 40, el tercero la de 30 y el cuarto la de 20. En ése me fui, aunque, a lo mejor, si sigo consultando consigo un viaje a cero euros según los precios descendentes. El viaje no toma más de  veinte minutos y cuando llegué a mi albergue, mi esposa estaba desolada por la pérdida de la maleta y de las artesanías rusas que traía.

A la mañana siguiente partimos de viaje y sólo regresamos a Rapallo varios días después. Al retorno, allí estaba la maleta perdida y encontrada,  recuperando las bellas artesanías rusas.

Patricio Orellana Vargas

3 de mayo de 2008

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