En Chile la justicia es lenta, pero no llega.

EN CHILE LA JUSTICIA ES LENTA, PERO NO LLEGA.

EN CHILE LA JUSTICIA ES LENTA, PERO NO LLEGA.

Patricio Orellana Vargas

La muerte de un dictador.

Hoy , en el Día de los Derecho Humanos y al diá siguiente del Día de la Probidad, murió un dictador que dirigió uno de los sistemas más perversos y masivos de violaciones a los derechos humanos y que  también es el paradigma de la corrupción en América. Sin embargo, jamás fue condenado por ningún delito, procesado e imputado sí, pero jamás condenado, por lo cual hoy se puede sostener formalmente, que conforme al principio de la presunción de inocencia, el culpable es inocente.

Conforme al aforismo universal que dice: “la justicia es lenta pero llega”, bastaba esperar para que algún día llegara la justicia.

Hay multitud de razones para fundamentarlo: la complejidad, la ambigüedad de los casos, la debilidad de los poderes judiciales, etc., pero finalmente tiene una conclusión positiva pues se llega a la justicia y cada cual recibe lo que le corresponde.

En el caso de Chile, este aforismo no tiene vigencia. La lentitud en el proceso judicial no es para perfeccionar una sentencia, sino para llegar a una situación donde no haya sentencia. Actualmente hay centenares de casos de violaciones a los derechos humanos que nunca han tenido justicia, ni que- lamentablemente- la tendrán. Las desapariciones de detenidos, las ejecuciones ilegales, las detenciones arbitrarias, las torturas, el exilio, etc. quedarán impunes. Así funciona la justicia en Chile. Sólo habrá unas pocas excepciones para garantizar de que no se cambie el sistema.

La lentitud de la justicia es la justificación de la falta de justicia, pero una justificación conveniente y garantizada por todo el sistema judicial. A nadie se puede culpar. Ni a la Corte Suprema, ni a las Cortes de Apelaciones, ni a los jueces específicos. Es el sistema. Y como no se puede culpar un sistema, no hay responsables.

El sistema lo explica todo.
Pareciera que el sistema es un creación ajena a los hombres, algo impuesto por una voluntad superior, un subproducto alienado de una cultura determinada. Hasta está muy en boga la teoría de sistemas que explica este funcionamiento. Esta teoría proviene de la biología y se aplica con inmensa ligereza en la vida social humana, en el fondo es una ideología que justifica los intereses de quien domina la sociedad. Esta falacia no distingue las “natural forms” de las “artificial forms”, sostiene que funciona igual un organismo biológico y un organismo social. Pero la verdad es que todos los sistemas sociales son creación humana y su funcionamiento y resultados son decisiones y responsabilidades humanas.

En su oportunidad Pinochet fue detenido en Londres, donde había posibilidad de justicia, pero todos los poderes políticos de Chile se movieron ágilmente para conseguir su liberación. Los presidentes democráticos, Frei y Lagos aseguraron que lo que correspondía era procesar a Pinochet en Chile respaldando la añeja teoría de la territorialidad de la ley. Movieron sus influencias en la socialdemocracia y en los partidos demócratas cristianos. Por su parte la derecha se movilizó en masa para conseguir el retorno de Pinochet y presionó a los partidos afines europeos. Prácticamente todas las fuerzas significativas de la política chilena se incorporaron a esta campaña y obtuvieron éxito. Pinochet retornó a Chile y fue procesado… a la chilena. A pesar de la actitud valiente de algunos jueces, el sistema garantizó que Pinochet jamás fuera condenado.

Hoy ha muerto un dictador y las campanas tocan por la humanidad y la justicia.

En Chile la justicia es lenta… pero no llega.

La justicia divina.
Pero queda la última esperanza: ¿Habrá justicia divina que supere las debilidades de la justicia humana?

Así pueden sostenerlo algunos creyentes. Pero la Iglesia Católica chilena, muy distinta de la que antaño defendió los derechos humanos y denunció las violaciones cometidas por Pinochet, hizo lo suyo para que no haya justicia divina, con una rapidez muy poco eclesiástica, Pinochet tenía a su lado a un sacerdote que le daba la “unción de los efermos”, que corresponde a la antigua extremaunción que abre las puertas del paraíso. Además, monseñor Francisco Javier Eerrázuriz, cardenal arzobispo de Santiago, también con una velocidad inusitada, visitó al dictador en su lecho de enfermo. Así, se aseguró la entrada al paraíso del dictador, pues según la doctrina católica lo que la Iglesia amarra en la tierra, Dios no lo desatará en el cielo.

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