España, Altamira.

LAS CUEVAS DE ALTAMIRA

 

El Norte de España.
Entre las regiones de España que más me han gustado están, en primer lugar, las del Norte, lo que se llama la España Verde, con el País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia. El País Vasco es la que más conozco pues la he visitado varias veces y he estado  allí durante varios meses. Asturias me ha atraído por su historia y por su literatura que disfruté cuando joven y por su naturaleza tan verde y limpia. Galicia es un región con raíces celtas y una población amable y con bellezas naturales y ciudades con gran tradición como Santiago de Compostela, Orense y Vigo. Pero también me atrajo muchísimo lo que ahora se llama Cantabria, por sus montañas nevadas, sus campos de labriegos hacendosos de la montaña y sus playas doradas que he disfrutado en Santander, junto a sus pueblos medievales.Allí está la joya de todo el norte de España y quizás de todo el país. Es Altamira.

Un lugar inaccesible.
Las cuevas de Altamira son un lugar al que pocos pueden ir. Actualmente sólo se permiten veinticinco visitantes diarios.  La mayor obra del arte rupestre conocida casi no se puede visitar. Ahora es un privilegio sólo para estudiosos y destacadas personalidades. 

Paradojalmente, esta cueva estuvo cerrada y oculta por un derrumbe durante 13.000 años. Ahora después de 150 años de su descubrimiento, prácticamente ha vuelto a cerrarse. En ambas ocasiones la razón ha sido la misma. El derrumbe que la mantuvo cerrada fue lo que la preservó hasta nuestra época, ahora para preservarla para el futuro es necesario restringir las visitas pues la luz eléctrica, la respiración y el calor de las personas dañaría esta maravilla universal.

Sin embargo, yo visité las cuevas de Altamira sin ser ni un estudioso del tema ni una personalidad. Un milagro que nunca olvidaré. 

Hace muchos años, cuando Franco, que parecía inmortal y se aproximaba a los  cuarenta años de dictadura, yo fui a Altamira con un amigo. En esa época había restricciones, pero eran menores y también menor el flujo turístico, de manera que en la mañana temprano llegamos a Santillana del Mar, un precioso pueblo medieval y caminamos por colinas muy verdes y húmedas, todas ellas divididas en pequeños predios con cercas de piedra o setos vivos y después de un corto paseo llegamos al lugar de las cuevas. Nos inscribimos y nos señalaron que a las cuatro de la tarde nos correspondería nuestro turno. Felices regresamos a Santillana del Mar a esperar.

Santillana del Mar.
Este pueblo es otra joya y su diadema principal es la Colegiata, un antiguo monasterio de estilo románico, sólido, con torres, ábsides y edificaciones que parecen agregados y que configuran un conjunto  algo desordenado. Como una fortaleza. En su interior hay un claustro que está rodeado por corredores abiertos que están sostenidos por pequeñas columnas con capiteles esculpidos de escenas religiosas con figuras un poco toscas, algo ingenuas y hasta divertidas, otros son tallados al estilo moro que sólo representan figuras abstractas como bordados (aunque los expertos las definen como “triunfos vegetales”). Todo el conjunto externamente es muy luminoso pues está construido con piedras de un hermoso color dorado que se ilumina con el sol. La grandiosidad de  la portada es el anuncio de su belleza, aunque, en cambio, el interior es más sombrío, supongo que para estimular el recogimiento y la religiosidad de los monjes primitivos. La iglesia propiamente tal tiene naves muy altas que no se aprecian desde el exterior. Allí también hay esculturas románicas aunque el altar mayor es de un estilo más avanzado y muy recargado.

Santillana del Mar tiene la peculiaridad de ser un poblado medieval que es espacioso, a diferencia de las ciudades amuralladas de la Edad Media, aquí no hay murallas y eso permita que las calles sean anchas, que frente a la Colegiata haya una gran plataforma y una espaciosa plaza que permiten apreciar en plenitud el edificio. Además muchas casas tienen amplios patios y huertos. Casi todas las casa antiguas son de la misma piedra dorada y algunas son torres señoriales con los escudos de armas de las familias que las habitaron. También hay algunas casas de dos o tres pisos que están pintadas de blanco, pero el conjunto logra uniformidad porque todos los techos son de tejas rojas y muchas tienen balcones  con flores. Algunas pequeñas torres rectangulares con sus frontis trizados por la vejez mantienen sus escudos que destacan el carácter hidalgo de sus habitantes. En suma, Santillana del Mar es una dulce ciudadela medieval, con dos conventos y la Colegiata que guarda los restos de Santa Juliana. Es una hermosa ciudad rural, directamente conectada a los campos aledaños y que permite imaginar que allí vivieron hidalgos menores que cultivaban sus pequeñas heredades porque no se observa ningún lujo pero guardan ilustres apellidos como los Borja, Merino, López de Mendoza y  otros. Ha merecido varias obras literarias como Gil Blas de Santillana. Algunas de estas casas se pueden visitar como pequeños museos y guardan el tosco mobiliario, utensilios domésticos y herramientas de labranza con siglos de antigüedad. 

La visita a Santillana, vale el viaje (como dicen las Guías de Turismo Michelin) y lo vale mucho más si es un intermedio para llegar a una de las maravillas del mundo: las cuevas de Altamira y es el lugar apropiado para tomar un café, almorzar o tomarse una copa y visitar las tiendas de souvenirs para los turistas, todo esto presentado de manera bastante discreta, por lo menos así era en la época que yo la visité. 

El complejo de Altamira.
La culminación de este viaje, después de la agradable visita a Santillana del Mar, es cruzar nuevamente las verdes colinas de Cantabria hasta llegar a Altamira. Es un verdadero paseo, viendo los predios divididos en pequeñas parcelas irregulares, todos verdes de distintos tonos aunque algunas no parecen cultivadas.

En Altamira visitamos la cueva de las estalactitas primero, cueva que tiene un valor exclusivamente natural, ya que en ellas no hay pinturas rupestres, Pero es un anticipo a la visita principal y es una introducción al tema de la espeleología, pues los grupos son guiados y se recibe una pequeña conferencia sobre como se han formado estas cuevas y los tipos de estalactitas y estalagmitas, las que forman extrañas figuras, algunas parecidas a catedrales o iglesias góticas. El siguiente paso fue la visita al pequeño museo en el cual se conserva lo que se llama “la sombra de un hombre primitivo”, es simplemente una placa de vidrio colocada sobre un suelo arenoso, donde difícilmente puede distinguirse manchas de un color más oscuros que configuran la sombra  de un
cadáver.  Como en Altamira no fueron encontrados restos humanos, esta sombra es la única prueba tangible de los posibles autores de las pinturas, aunque el adjetivo de tangibles es difícil de aplicar a este resto prehistórico. 

La cueva de Altamira.
En realidad yo no iba preparado para ver el siguiente espectáculo. Fue penetrar en un mundo distinto, retroceder miles de años y en la penumbra, empezar a mirar las pinturas y dibujos que estaban en el techo de una especie de salón natural. Allí hay decenas de pinturas y dibujos rupestres, elaborados en las superficies rugosas de las rocas del techo. Son decenas de bisontes, ciervos, caballos y jabalís colocados desordenadamente y a veces superpuestos.

El aspecto admirable de este techo pintado es que los dibujos y pinturas son tan hermosos que impactan al pensar que fueron hechos por cazadores que vivían en condiciones muy precarias, pero que al vivir en comunidad habían desarrollado una cultura que alcanzaba cumbres de belleza. El impacto es tan marcado que a uno le hace sentirse orgulloso de ser miembro de la especie humana y llega a la conclusión que hemos logrado desarrollar prácticamente, desde hace milenios, conceptos como estética, ética, vida, espíritu y dioses. Y estas cosas elevadas estaban ya maduras en estos hombres que vivieron en esta zona hace 20.000 años.

El conjunto de pinturas rupestre del mencionado techo nos son borradores o intentos elementales,  son obras acabadas que se aproximan a la perfección habiendo alcanzado las proporciones biológicas de cada tipo de animal, lo que demuestra que conocían muy bien a estas especies, pero no es meramente una buena composición estática, va mucho más allá. Muchos bisontes parecen parados o echados, estando quietos o con los movimientos lentos que los caracterizan cuando están tranquilos, mientras que un jabalí corre y salta, habiendo logrado captar y representar el movimiento del animal así como un ciervo que esta bramando y para ello estira su cuello, levanta la cabeza y toda la arboladura de su cornamenta se detalla en el dibujo.

Pero hay mucho más, no se trata simplemente de dibujos lineales de los bordes de las figuras, hay sombras, manchas, colores planos, detalles, ojos perfectamente copiados, patas dobladas, colas pobladas de largos crines y hasta las barbas y pelos del lomo de algunos animales. ¿Y los colores? Usaban pinturas hechas con tintes de sangres, tierras, y grasa animal, lo que permite combinar los  tonos rojos, ocres, marrones y negros que colocados con distintas intensidades los hace variar y representar sombras o destacar elementos sobresalientes. 

Algunas de las figuras están en relieve ya que aprovechando hábilmente las irregularidades y protuberancias de las rocas las utilizaron para darle volumen a las figuras o a partes específicas del animal que representaban, otras están dibujadas. Otras pintadas, raspadas, grabadas, etc. Es decir fueron capaces de anticipar distintas técnicas para desarrollar su arte. Finalmente, hay que mencionar que hasta están las firmas de los pintores, es decir hay huellas  de pintura de las  manos de sus posibles autores.

Hay peritos y expertos en arte que pueden describir con mayor certeza y propiedad estas magníficas obras y existen centenares de libros que las analizan. Aquí sólo se puede recordar el impacto que provoca en un turista común que carece de erudición en la materia. 

La opinión de los expertos es tan elocuente que la cueva de Altamira ha sido bautizada como “La capilla sixtina del arte rupestre” para destacar su grandiosidad e importancia en la historia del arte.

Los autores.
Como hemos señalado, los autores hasta dejaron sus firmas, pero naturalmente no se sabe nada de ellos. Sólo presunciones o comparaciones con otros lugares que tiene alguna similitud. Hay teorías, una de ellas, quizás la más acertada es que estos cazadores representaban a los animales que iban a cazar, algo así como apoderarse del alma de la presa, para poder atrapar efectivamente al animal después. 

También se han preguntado por qué haber hecho estas pinturas rupestres en un lugar tan oscuro e inaccesible. La respuesta teórica que han dado los eruditos es que era una especie de rito religioso que tenía que guardar ciertas condiciones de misterio para estimular la magia de la creación. No puede ser lo mismo una pintura rupestre en una piedra al aire libre que en este lugar misterioso y único.

Otros factores que pueden haber influido es que este salón está a unos  treinta metros de la entrada de la cueva y en esa entrada pudo vivir el grupo humano (de hecho parece que allí vivieron durante cientos de años) y la proximidad de este santuario resultaba muy útil y seguro. 

Sin embargo,  hay que reconocer que pintar el techo de la cueva debe haber sido un trabajo difícil, en primer lugar por la total oscuridad, lo que obligaría a pintar con antorchas que no producirían una luz adecuada, en segundo lugar pintar un techo siempre ha sido un trabajo doloroso porque exige al pintor adoptar posiciones muy molestas. Cuando se pintó esta parte, la cueva era muy baja, lo que permitió a los pintores alcanzar esa superficie, pero para los visitantes, la única forma de ver las pinturas era acostarse en el suelo. Actualmente esta situación cambió pues se excavó el suelo y se puede caminar sin agacharse, pero aún así, cuando yo la visité, la única forma de ver bien las pinturas era recostarse en unos sacos que ponían sobre las rocas del suelo de la parte central de esta parte de la cueva.

Los descubridores.
Como se ha señalado, estas pinturas tienen 13.000 ó más años de antigüedad y gracias al evento fortuito de que un derrumbe tapó la entrada se preservaron  hasta nuestra época y otro hecho fortuito nos ha permitido conocerlas. En efecto, un espeleólogo, estudioso de cavernas la descubrió porque su perro, que buscaba un conejo se metió en un pequeño hoyo y al agrandar esta abertura pudo penetrar en la cueva, pero posiblemente no se hubiera dado cuenta de la magnitud de su descubrimiento a no ser que su hija, una niña pequeña, que lo acompañaba pudo ver las pinturas del techo ya que su padre al ir inclinado o arrastrándose no podía ver el techo. Esta niña fue la que se dio cuenta que en el techo había “toros pintados”.

El mundo académico -mundo de las envidias- durante  cincuenta años negó la autenticidad de estas pinturas y sólo al descubrirse otras pinturas rupestres en Francia se pudo verificar su veracidad y  la magnitud del descubrimiento.

Impacto personal.
Mi amigo y yo quedamos tan impactados por la visita a las cuevas de Altamira que durante todo el viaje conversamos de su increíble belleza. Cuando visitamos la Capilla Sixtina en el Vaticano, llegamos a la conclusión que la comparación de su importancia bien merecía sostener que entre los hitos más grandes de la historia universal de la pintura, sin duda, tenían que figurar la cueva de Altamira y la Capilla Sixtina.

En Altamira compré algunos libros y diapositivas. Muchas veces expuse las dispositivas a mis hijos, que eran niños pequeños, junto a sus amigos del barrio. En los veranos se las mostraba a mis hijos y a sus primos durante las vacaciones en casa de mi suegra. Hasta se las exhibí a unos vecinos que invité y en esta ocasión la experiencia fue muy frustrante, porque uno de ellos se puso a roncar, evidenciado que no le interesaba el arte: Entonces pensé que yo era el turista que describen algunas películas norteamericanas, el que acostumbra a aburrir a sus amigos mostrándoles las diapos de  su último viaje y desde entonces decidí no molestarlos más.

Como homenaje personal a estas pinturas rupestres que tanto me habían impresionado estuqué una pared  de mi casa, en forma de las rocas que en Altamira había visto y copié uno  de los bisontes que se adaptaba a ella. Allí estuvo durante muchos años y me pareció que a nadie le interesaba,  hasta que construí una ampliación de la casa y nuevamente debí estucar esa pared para alisarla y desapareció definitivamente.

Hasta entonces pensaba que mi interés por Altamira no era compartido por ninguno de los que les había hablado de esta maravilla. Demoré como treinta años en cambiar de opinión.

Una de mis sobrinas, que ya era abogada, me dijo una vez que las exposiciones que yo les había hecho sobre Altamira y otros lugares le habían interesado mucho y le habían ampliado su visión del mundo. En otras oportunidades fueron a visitarnos los amigos de niñez de mi hijo y lo que primero me preguntaron fue qué  había pasado con la pintura de Altamira que tenía en el patio y se indignaron cuando les conté que la había eliminado. En su mundo infantil muchas veces habían inventado juegos de hombres primitivos y de la cueva de Altamira. Entonces comprendí que mi profundo interés por las pinturas rupestres de Altamira había provocado algún impacto en otras personas.

Altamira para todos.
La UNESCO declaró a Altamira Patrimonio de la Humanidad y como se han descubierto varias decenas de cuevas con pinturas rupestres en la España verde, ninguna tan bella como Altamira,  hay un proyecto para extender esa declaración a algunas de las más  importantes descubiertas en el País Vasco, Cantabria y Asturias.

 Actualmente hay Altamira para todos. En ese mismo lugar se ha construido una copia exacta de la cueva: es la neocueva de Altamira y 2.300 personas pueden visitarla diariamente (por veinte minutos solamente). A pesar de que no es la original hay largas listas de espera de visitantes de todo el mundo. Otras reproducciones se encuentran en Madrid (en los jardines del Museo Arqueológico) y en Munich.

Pero el milagro de visitar las cuevas verdaderas es sólo para  privilegiados. Yo fui uno de ellos. 

Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net

10 de julio de 2008

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