Francia, París, El edén está en París.

El Edén está en París

EL EDÉN ESTÁ EN  PARÍS

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Foto: París, Montmartre, Place du Tertre, 2007EL EDÉN ESTÁ EN PARÍS.

Ciudades especiales.
Creo que en el mundo hay dos ciudades que tienen un éter cultural especial, ellas son París y Florencia. Ya se ha destacado que existe el síndrome de Stendhal, especie de choque psicológico que sufren algunos visitantes de Florencia, (y que el escritor Stendhal lo sufrió) es una especie de enfermedad que provoca angustia, ansiedad, desmayos y  hasta ha obligado a llevar a los afectados a los hospitales. Quizás este efecto es resultado de toda una acumulación de información sobre el aporte cultural que esa ciudad hizo a la humanidad y que se puede apreciar efectivamente en muchas expresiones arquitectónicas y urbanísticas: palacios, plazas, museos, calles, puentes, vistas panorámicas, etc. que el viajero aprecia al llegar por primera vez a esa ciudad y que le provocan este síndrome.

Hay muchas ciudades hermosas, atractivas y hasta espectaculares, empezando por Venecia, Atenas, Praga o Estocolmo, pero el efecto que produce a quien visita por primera vez Florencia o París es excepcional.

Este éter especial se aprecia en el aire, en los aromas, en los colores y volúmenes y en el murmullo humano. Es por ello que yo reconozco a París por su denominación de “ciudad luz” y me he atrevido a bautizar mi visión personal de Florencia como “la ciudad de las luces”. La primera por toda la acumulación de inteligencia y belleza que ha derramado por el mundo y la segunda por su aporte cultural inmenso en la época del Renacimiento.
El amor en París.
París tiene, además, una historia de revoluciones, un aroma de bohemia, de alegría y de un río que crea condiciones favorables al romanticismo y al amor. La pintura francesa, especialmente, en los románticos, los impresionistas y los naives o ingenuos,  que se aprecian en los museos,  guarda  y exalta estos aspectos que hacen a París una ciudad especial. En este sentido, París tiene una estrecha relación con el amor y hay todo un nutrido cancionero musical y poético que coloca a esta ciudad como el lugar más apropiado para amar. No conozco otra ciudad sobre la cual se hayan escrito tantas canciones y baladas que destacan diversos aspectos de ella en las distintas estaciones: sus días y noches, sus mujeres, sus parques, plazas, techos, muelles, bulevares, pájaros, flores, etc. París es la ciudad infinita, no en términos de dimensión física, sino por su variedad y sus inagotables aspectos y lugares.

En realidad parece que no existe ciudad más adecuada para que los jóvenes se enamoren ¿Es posible no hacerlo cuando se pasea por las riberas del Sena en compañía de una joven? A mí me parece imposible.

Todo se confabula o coordina para que se busque la compañía del sexo opuesto. En los bancos de los parques se ven parejas de enamorados muy ardorosos. Con mucha razón Georges Brassens tiene una canción que se refiere a este tema y que actualmente es muy popular: “Les amoureux des bancs publics” y que tiene un estribillo muy pegajoso que repite: ¡bancs publics!, ¡bancs publics!

Hay otras innumerables muestras del amor en las calles de París y una de sus expresiones más repetidas son los cafés, los que en las estaciones adecuadas tienen muchas mesas en las veredas y allí hay parejas o grupos de jóvenes que siempre están conversando o discutiendo animadamente y es notable el ambiente de alegría que reina entre ellos. Sentarse a tomar un café allí, permite escuchar el rumor de las conversaciones que al parecer son interminables pues en estos cafés se puede degustar lo pedido durante horas, sin que los mozos lo molesten.

Si uno pudiera clasificar a estos grupos de enamorados y de amigos por sus idiomas podríamos decir que en los cafés se habla esencialmente en francés, a orillas del Sena los jóvenes de diversos orígenes hablan en inglés y en los barcos que realizan las travesías diurnas y nocturnas se oyen todos los idiomas del mundo empezando por el japonés.

Con mucha razón, el viejo cantante francés, Maurice Chevalier, en la balada “Paris sera toujours Paris” exclama: ¡Paris la plus belle ville du monde!

Montmartre, el corazón de París.
París tiene innumerables barrios de larga trayectoria histórica, algunos fueron pequeñas aldeas que fueron tragadas por la urbe, sin embargo, mantuvieron su carácter, especialmente para alcanzar un objetivo de atracción de turistas: Montmartre, el barrio latino, la monumental isla de la Cité, la tranquila isla de San Luis, Montparnasse, los grandes bulevares, los quais o antiguos muelles a orillas del Sena, los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo, la torre Eiffel y el campo de Marte, las Marais, las grandes estaciones ferroviarias, los innumerables jardines y parques, empezando por el de Las Tullerías, el jardín de Luxemburgo, etc. Según el historiados Rafael Gumucio Rivas “hay tantos parises como visitantes lo han recorrido desde Lutecia ahasta nuestros días”.

Montmartre es uno de los lugares más simpáticos de París, que de ser barrio bravo y de bohemia, se transformó en el dócil, comercial y turístico barrio actual. Para algunos es el corazón de París y el barrio que Edith Piaf y los pintores impresionistas inmortalizaron, aunque el corazón histórico de París, es sin duda, la isla de la Cité, donde está la catedral de Notre Dame, la Concerjería, la Sante Chapelle, y en cuyas proximidades está la Municipalidad.

Montmartre, en cambio, alguna vez fue un aldea donde se explotaban canteras de piedras con las cuales se construyó el antiguo París y en cuyas laderas había viñas y bosques. Hoy está totalmente urbanizado, pero como es una colina muy alta, hay que ascender a ella por calles empinadas y largas escalinatas a no ser que se usen el funicular o los buses que llegan a su cima. Pero, si bien ascender a pie es cansador, se comienza en grandes bulevares llenos de comercio para los turistas y se asciende por calles que siguen con tiendas de géneros o ropa,  restaurantes, cafés, puestos de souvenirs, depósitos de vinos, etc. Después, las calles más empinadas son de casas en las cuales muchos pintores como Picasso, Utrillo y otros tuvieron sus estudios. En estas calles cantaba Edith Piaf en sus comienzos y Georges Simenon utilizó Montmartre como ambiente para algunas de sus mejores novelas del comisario Maigret, ya que este era el barrio de la vida alegre y el delito. Era, y en alguna medida, sigue siendo el barrio de bares y locales de baile y del can-can. El Folies Bergère, el Moulin Rouge y el Moulin de La Galette fueron inmortalizados en los cuadros de Toulouse-Lautrec, Renoir y Degas. Es el antiguo barrio de la bohemia, que ahora se ha desplazado al Barrio Latino.

En la cima de Montmartre se encuentra la gran Iglesia del Sacré Coeur, que es un templo votivo que los franceses erigieron en relación a la derrota que tuvieron en la guerra de 1870 en contra de Prusia. En Santiago, la iglesia de los Sacramentinos es una copia de esa iglesia francesa, aunque la de París está en un lugar que la destaca: la cumbre de una alta colina, que domina París y a cuyos pies hay un parque que asciende hasta ella y que siempre está atestado de turistas que bajan o suben.

Detrás de esta solemne iglesia blanca,  está la Place du Tertre, que es algo así como un museo viviente del pasado bohemio, pero este pasado está vivo con una multitud de turistas y de comercios, especialmente restaurantes, cafés y tiendas de souvenirs. La plaza está ocupada por las mesas de los restaurantes y en ellos se ofrece el menú y las especialidades del día con la clara indicación de sus precios, alrededor de este centro de restaurantes están los retratistas, pintores de la más diversa condición que hacen retratos a los turistas, retratos en colores, a carboncillo y lápiz o hasta en papel recortado. Retratos serios o caricaturas divertidas, donde la genialidad de los pintores alcanza casi siempre a captar los rasgos esenciales del modelo, embelleciendo un poco los rostros femeninos, pero sin dejar de lograr un increíble parecido. Observando a estos pintores en su trabajo, uno entiende claramente que los ojos son el rasgo esencial de la personalidad de las personas. Siempre empiezan a dibujar los ojos y si logran un parecido en ellos, el retrato resulta un éxito y parece que la persona retratada es más bella o interesante porque los rasgos del retrato parecen que modificaran los gestos y actitudes del modelo. Estos pintores son, en general  hombres y mujeres maduros o viejos. Cada uno tiene su estilo y siempre hay decenas de personas mirando como los pintores avanzan en sus obras. También hay artistas que exhiben obras: paisajes, bodegones y algunos no figurativos. En una oportunidad observamos largo rato a un pintor que retrataba a una dama italiana que era bella, pero tanto el retrato como ella se transfiguraron y terminaron siendo ya no bellos sino muy bellos, sin perder el notable parecido.

A mi esposa y a mi nos gusta subir las empinadas calles y llegar extenuados a esta plaza, y si hemos logrado llegar en la mañana temprano, hay poca gente y es posible tomarse un buen café en alguno de los restaurantes, después mirar las tiendas de souvenirs, donde siempre hay objetos pequeños para llevar de regalo a los amigos: postales, litografías, figuritas diversas, calendarios con dibujos o fotos de París, llaveros, pañuelos e infinidad de objetos similares. Después de disfrutar mirando a los pintores en su quehacer ya han pasado varias horas y los restaurantes llaman a almorzar con grandes avisos o pizarras que anuncian sus ofertas y sus precios, Allí nos sentamos y almorzamos pausadamente en “La Cremaillere 1900”, cuyo lema es: “les restaurateurs du sourire” (al así como “los restauradores de la sonrisa”), platos, generalmente de la tradicional comida francesa, aunque también hay locales de comida rápida, preferidos por los jóvenes.

Después se puede recorrer las calles aledañas y si se desea visitar algunos pequeños museos netamente comerciales o locales pintorescos de lo que llaman “la república libre de Montmartre”. A pocos metros de la multitud hay pequeñas plazas, terrazas, viñas y parques diminutos y silenciosos que son un remanso para descansar y disfrutar mirando las casas y edificios relativamente pequeños y muy diversos o aprovechar para leer los innumerables folletos o guías que cuentan la historia y anécdotas del barrio.

Conviene bajar en el funicular (cuando funciona) o tomar el bus o mini bus que lleva a los pies de Monmartre, donde están los bulevares y estaciones de metro. Este barrio es muy popular, lleno de jóvenes y con innumerables pequeños comercios y supermercados de reducidas dimensiones. 

El Edén está en la calle Pigalle.
La última vez que fuimos a París, recurrimos a una agencia de viajes, ya que estábamos en Rapallo y convenía tener la reserva hecha porque, a veces, todos los hoteles de París están ocupados, especialmente entre junio y agosto. Teníamos que reservar hotel para Venecia y para París y los precios que nos indicaron nos paralizaron y optamos por ir a tomar un café o un helado a una plaza frente a la Basílica que hay en Rapalllo. Allí encontramos otra Agencia de Viajes y los precios a Venecia eran igualmente terribles, pero los de París eran muy asequibles a nuestros bolsillos. Se trataba de una oferta en un hotel de una o dos estrellas que se llama Hotel Edén. Nos mostraron el mapa de París y nos indicaron donde quedaba el hotel. Yo sabía que muchos hoteles quedan alejados y resultan muy inconvenientes, pero éste estaba en el centro, a los pies de Montmartre, en la calle Pigalle. Yo conocía el barrio y sabía que era muy popular y como su ubicación era excelente hicimos la reserva para ese hotel.

Como he señalado ese era el barrio rojo de París y antaño era  sede de la prostitución y la droga, como lo relataban las novelas policiales de Simenon, pero los tiempos han cambiado y yo estaba seguro que no habría los problemas del pasado.

Algunos días después, estando en Francia, algunos amigos franceses se reían o se espantaban cuando les contábamos que teníamos las reservas en un hotel de la calle Pigalle. Algunos se habían quedado con la imagen de la calle Pigalle según las canciones parisinas (una de Edith Piaf se llama “Ella frecuentaba la calle Pigalle” donde relata los esfuerzos de un joven para arrancar a su amada de la prostitución que ejercía en dicha calle, otra de Georges Ulmer se llama simplemente “Pigalle”). Incluso algunos amigos franceses creían, poco menos que el hotel era de mala muerte y de pecado.

Pero la realidad fue de que efectivamente, el edén estaba en París y en la calle Pigalle. Se trataba de un modesto hotel para turistas extranjeros, en un barrio lleno de vida, donde lo único que podía escudriñarse de su pasado tormentoso eran unos cafés donde habían algunas damas rubias, muy maquilladas y entradas en carnes y en años que perece que se insinuaban a los turistas, pero sólo si se entraba a esos cafés. Todo lo demás era tranquilo y normal. Su ubicación era excelente, a una cuadra del metro, rodeado de pequeñas tiendas, a un par de cuadras de los faldeos de Montmartre donde abundan excelentes restaurantes familiares de comida francesa. En la dirección opuesta a unas tres cuadras están las Grandes tiendas Laffayete y La Samaritana, que enloquecen a las mujeres. Son tiendas que abarcan decenas de edificios con departamentos especializados de la más increíble variedad. Las últimas veces que había estado allí las informaciones estaban en francés y en inglés, ahora el inglés había sido desplazado por el japonés. Estas grandes tiendas de departamentos están en edificios, muchas veces con grandes halles centrales que tienen techos de fierro y vidrio, que los hacen muy claros y atractivos.

Para nosotros, el hotel resultó excelente: estrecho, como todos los hoteles modestos de París, pero con magníficos baños, con comedores para el desayuno muy abarrotados, pero con el interés que genera ver a familias de alemanes, hindúes, italianos y hasta un musulmán acompañado de tres mujeres y una caterva de niños. El dormitorio y el baño tenían grandes ventanales que en las mañanas permitían la entrada del sol.

De manera que el temor de nuestros amigos y también el terror de mi esposa resultaron infundados y en realidad encontramos el edén en…París.

montmartre
Patricio Orellana Vargas, “París es una fiesta”, Montmartre, óleo, 40X50 cms.

Santiago. 2 de abril de 2008

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