Grecia, Meteora. Lo que pende en el aire.

Meteora, lo que pende en el aire

 

METEORA, LO QUE PENDE EN EL AIRE.

meteora

Patricio Orellana Vargas, “Meteora” (óleo) 40x 50 cms. 2008

METEORA, LO QUE PENDE EN EL AIRE


Grecia continental e insular

La principal división que puede hacerse de Grecia es en continental e insular. En general, la insular es tremendamente atractiva y es un destino turístico de primer orden. Las islas griegas son bellísimas y variadas y eso ha influido en que estas notas en muchos casos se hayan centrado en ellas, descuidando el resto. Sin embargo, la Grecia continental es también muy interesante culturalmente. La península del Ática, el Peloponeso y la región de Delfos son destinos inexcusables en cualquier viaje a Grecia.

Pero para el viajero que ha ido varias veces a esos lugares, descubre que aún quedan otras regiones que parecen muy interesantes: la Tesalia, el Epiro, Macedonia y Tracia. En mi último viaje a Grecia (en el 2007), decidí no sólo estar en Atenas y el Peloponeso, con algún temor por perder su belleza, opte por no ir de nuevo a las islas y tomé el tren con destino a Tesalia y Macedonia. La primera parte del viaje fue con destino a Tesalia y posteriormente fui a Macedonia.

Naturalmente que yo no esperaba que este viaje fuera equivalente a los de Grecia Central, el Peloponeso y las islas. Sabía que serían lugares más modestos, pero a mi me interesa conocer todas las regiones del país que más amo (inmediatamente después de mi patria, por supuesto). También existen limitaciones y a pesar de que me gustaría conocer el Epiro, que lo había visto sólo en su costa espectacular, no era posible estar tanto tiempo.

El viaje en tren, desde a Atenas a Larissa, capital de Tesalia, es muy cómodo. Hace algunos años, era un viaje pesado en pésimos trenes, pero ahora el estándar europeo en ferrocarriles se ha impuesto y existe el Balkan Pass, que es muy barato (me costó 133 euros y es válido para 5 días en un mes, en primera clase) y permite viajar en tren por Grecia, Albania, Turquía (europea solamente) Bulgaria, Rumania, Croacia, Bosnia Herzegovina, Eslovenia y Serbia y estaban a punto de integrarse Montenegro y Macedonia (país que tiene el mismo nombre que la región griega). Con este pasaje pude visitar Kalambaka y Tesalónica en Grecia,  Sofía y Plovdiv en Bulgaria y llegar a Estambul en Turquía. Los Balcanes, zona casi siempre convulsionada por luchas complejas de nacionalidades, imperialismos, razas, religiones e ideologías, empiezan a calmarse y ya es posible volver a viajar y el legendario Expreso de Oriente vuelve a ser una realidad. Los trenes, a diferencia del avión o el bus, permiten una fluida conversación entre los pasajeros, especialmente cuando son compartimentos para seis u ocho pasajeros. En este caso, en mi compartimiento iban  tres señoras muy distinguidas y muy bien provistas, como pude comprobar poco después. Eran señoras de cierta edad y  lamentablemente sólo hablaban griego, sin embargo, pronto sacaron alimentos y generosamente me ofrecieron, yo acepté un par de galletas, para no molestarlas.

El tren atraviesa un gran valle en Tesalia, limitado por cadenas montañosas no muy altas. Mirando el verdor del valle, totalmente cultivado y de apariencia muy feraz, con pueblos pequeños y prósperos, contrastaba con las montañas que surgía, casi bruscamente. En algunas partes el tren va por el valle, al pie de las montañas y otras, el tren trepa algo por las laderas montañosas, lo que permite apreciar toda la llanura. A lo lejos se ven las pequeñas figuras de los trabajadores agrícolas y uno empieza a imaginar que aparecerán otros hombres más grandes en los costados de las montañas y esos hombres más grandes son los dioses griegos, ya que en sus representaciones y estatuarias, los dioses, de igual apariencia que los humanos, eran siempre más grandes (como el doble que los humanos corrientes). Escuchando el parloteo en griego de las viajeras, imaginaba que eran dioses y hombres conversando.

Esta es la ventaja de viajar en ferrocarril, su run run adormece y hace, no soñar, sino que ensoñar, lo que no me ocurre ni en el avión ni en el bus.   

Una ruta panorámica.
Yo llegué hasta Paleopharsalos, pues allí debía tomar otro tren en dirección a Kalambaka. Las señoras de mi compartimiento también se bajaban allí. Una de ellas me indicó en un medio italiano que el camino a Kalambaka era muy hermoso. Puntualmente apareció un tren con un par de carros y era el que se dirigía a mi destino. Con mucha razón la señora me había  advertido de la belleza del tramo.

Los ferrocarriles europeos han reconocido algunos recorridos por su especial belleza  como “scenic routes”, que podríamos traducir como rutas panorámicas. Algunas de ellas son la de Mainz-Coblenza, a orillas del Rhin; la de Chamonix-Martigny en los Alpes; la de la ribera del lago Maggiore en Italia, etc. Uno de estos tramos reconocido como ruta panorámica es la de  Karditsa-Kalambaka a la que entraría el tren poco después. Ya había desaparecido la llanura y el terreno era más montañoso e irregular, aunque con pequeños valles verdes. Repentinamente se entra en una región que parece fantástica o fantasmagórica. Empiezan a aparecer pequeñas montañas que son conos muy verticales, descritos como agujas rocosas y llamados meteoras por el supuesto de que son meteoritos, algunas de más de 300 metros de alto y  están diseminados en las colinas y todos son uniformemente del color gris elefante. No sólo este color, sino que por  su tamaño y su dispersión recuerdan una manada de estos grandes y atractivos paquidermos. En sus estrechas cumbres se ven algunos árboles que los coronan, sin saber como a esa alturas pudieron agarrase a la roca y prosperar. En el fondo están las montañas nevadas  del Pindo, que se levantan más allá de una ancha llanura de diversos colores, según los cultivos.

Mi viaje no era sólo visitar estas maravillas naturales, tenía un objetivo diferente, penetrar en la Grecia cristiana ortodoxa, para ver iglesias y monasterios construidos en estos conos inaccesibles. Parece una obra humana descabellada hacer grandes edificaciones en lo más alto de estas montañas, muchas de ellas inaccesibles para los hombres. Siempre se ha indicado que la razón fue la de la seguridad: Los monjes querían estar ajenos a los conflictos que asolaban a Grecia y a la vez eran una supervivencia simbólica del imperio bizantino, que ha llegado hasta nuestros días, a pesar de que estas regiones formaron parte del imperio turco por varios siglos. Al aproximarnos a Kalambaka, estas extrañas formaciones geológicas se hacían más numerosas e impresionantes. Uno podía imaginar que estaba en otro planeta.

Kalambaka.
Finalmente el tren llegó a Kalambaka, donde terminaba la línea férrea. Como era habitual en la pequeña estación no existía custodia, pero un ferroviario me indicó que  dejara la maleta en una sala. Mi plan era seguir ese mismo día a  Tesalónica.

Kalambaka es un pueblo moderno, de unos 7.000 habitantes,  recostado en las laderas de una colina y a los pies de los picos mencionados, un poco desordenado, pero muy limpio, con algunas iglesias muy antiguas y con una buena infraestructura turística. Muchos hoteles y B and B  (bed and breakfast) en casas particulares. Como no era época turística aún, el pueblo estaba medio dormido bajo una suave llovizna, pero al rato salió el sol. Fui a una agencia de viajes para consultar sobre los tours para hacer el tradicional de 20 kilómetros que recorre todos monasterios encumbrados. Pero como no era época de turismo ni día festivo, no los había. La posibilidad era un taxi, pero su precio sería superior al pasaje del tren por recorrer todos los Balcanes, de manera que debí optar por quedarme en el pueblo.     

Las Meteoras.
Sin embargo, Kalambaka está los pies de las Meteoras y desde allí se ven varias de sus cumbres y arriba los monasterios medievales. La ciudad va ascendiendo en su dirección y termina donde ellas comienzan, de manera que en una media hora de caminata está directamente a sus pies, aunque, desde allí en realidad no se ve nada, ya que la cresta de estas formaciones rocosas tienden a tener un terraza amplia en la parte superior, mientras que las partes inferiores son más angostas. Mi cámara fotográfica con su zoom, permitía acercarse a las cumbres y ver más detalladamente los monasterios que hay en varias de ellas.

Imaginar cuanto debe haber costado construir esos monasterios en cumbres que a veces alcanzan a los 300 metros perpendiculares, sólo se explica por la fe, que no sólo mueve montañas, sino que parece permitir elevarse a sus cumbres. Pero no sólo la construcción es una hazaña gigantesca, también lo es el ascenso ocasional y especialmente la provisión de alimentos para los monjes, el que sólo se podía hacer en canastos que eran elevados a pulso.

¿Cómo explicar que hubiera monjes dispuestos a vivir en esas condiciones? Las explicaciones históricas parecen señalar que fue un proceso lento, hace unos mil años, había algunos anacoretas en sus laderas, después tuvo algún sentido militar frente a la expansión serbia y finalmente, hacia el siglo XV,  fue el refugio del cristianismo ortodoxo en un imperio musulmán. A mi me parece que un factor esencial es su mismo nombre. Vivir en lo alto de las Meteoras es como vivir pendiendo en el aire, logrando la mayor proximidad a Dios y viendo desde allí su cielo y su magnífica obra: la tierra.

Creo que las obras físicas del hombre son bellas cuando se logra un equilibrio y una verdadera coherencia entre la naturaleza y la cultura, entendiendo por esta última, todo lo que hace el hombre. Por eso siempre me chocaron las pirámides de Egipto, parecen cuerpos geométricos artificiales en una naturaleza plana y desértica. No tienen ninguna relación y chocan entre sí, en cambio yo he apreciado la perfecta correspondencia que hay entre la obra del hombre y la naturaleza, en Machu Picchu, por ejemplo. Meteora me parece otro ejemplo de esta relación respetuosa. No hay destrucción de la naturaleza, al contrario, construir un convento en ese monumento natural es como la culminación de la belleza lograda por la naturaleza y aprovechada humildemente por el hombre.

También me parece que sus conventos no sólo existieron en función de la seguridad de los monjes que allí vivían, sino que también permitió el desarrollo del pensamiento y del arte. En esos conventos se acumularon innumerables manuscritos de todo tipo, pero especialmente religiosos y también muchas obras de arte, no sólo arquitectónicas, sino de pinturas bizantinas, que de otra manera no habían llegado a nuestros días.

Al mirar las meteoras, próximas a Kalambaka y acercarme a ellas, me bastó para sentir que mi viaje había sido valiosísimo. No ascendí a ninguna de ellas y no entré en ninguno de los dos monasterios que se pueden visitar, pero, desde abajo pude ver y disfrutar lo que creo que es una de las maravillas del mundo.

Además, Kalambaka es digna de recorrerla, descansar en sus plazas, visitar sus iglesias y hasta ascender a la catedral Metropolitana, que existe desde tiempos inmemoriales, que comenzó como sede de otros cultos y sólo en el siglo V se transformó en un centro cristiano a los pies de las meteoras. Está adosada a las montañas, en lo alto de Kalambaka y desde allí se ve un hermoso panorama de la ciudad vigilada por las inmensas meteoras. Es un templo medieval, bajo y no muy grande, de piedra color ocre  y tejas rojas, sin pretensiones, pero con la gloriosa pátina de ser un centro religioso desde hace miles de años, pues no podía dejarse de practicar el culto religioso de la época en un lugar tan apropiado para aproximarse a Dios o a los dioses, según la religión vigente.     

Camino a  Tesalónica.
En la tarde, después de descansar y comer en una plaza, retorné a la estación. Como siempre, el ferroviario me devolvió la maleta, sin aceptar propina. Puntualmente llegó el tren que se dirigiría a Larissa, capital de Tesalia. En la estación siguiente aparecieron dos de las señoras que habían viajado en el mismo compartimiento, luego apareció otra dama. Era una señora cargada de joyas, muy bien vestida y obesa, casi del tipo de obesidad mórbida. Las señoras me hicieron algunas preguntas en griego, que naturalmente no entendí. Muy gentilmente, la nueva dama las tradujo al inglés. Las señoras querían saber como había pasado el día y si me habían gustado Meteora. Con mi respuesta, iniciamos una inmediata y prolongada conversación con la nueva dama. Pronto las dos señoras conocidas se bajaron y con la nueva dama nos fuimos conversando hasta Larissa. Rápidamente surgió entre nosotros una inmediata simpatía cuando yo le conté que Grecia era el país extranjero que más amaba y en el que había estado  en varias oportunidades y le hice una lista de los lugares que conocía. La dama era (o había sido) funcionaria de alto nivel de la Comunidad Europea en representación de Grecia y me contó el trabajo múltiple que le correspondía pues eran muchas las comisiones y Grecia sólo tenía escasos representantes, de manera que ella  debía asistir a tres o cuatro comisiones diferentes.

 Era una economista, pero además había estudiado Literatura. Perecía una persona de elevada educación y hablaba perfectamente cinco o seis idiomas (lamentablemente no incluía el español). Me dio una entretenida conferencia sobre la historia y en especial la economía de Grecia actual. A su vez yo le conté que había trabajado en la CEPAL y ella era una gran conocedora del pensamiento estructuralista latinoamericano, especialmente de Prebish. Estaba muy interesada en saber sobre la colonia griega en Chile y yo le conté lo poco que sabía sobre el tema.

Cuando le referí  mi proyecto de visitar Bulgaria y Turquía, frunció el ceño y me dijo que en Bulgaria no había nada digno de verse y que en Turquía la gente era muy desagradable, me recomendó en cambio que fuera a Rumania, donde había lugares de excepcional belleza como Transilvania, sus montes, bosques, castillos y monasterios. En general, los griegos no simpatizan con sus vecinos (como ocurre con casi todos los países) con los cuales han tenido guerras durante siglos, pero las palabras de esta dama, estaban bien fundadas como comprobé posteriormente.

A su vez ella me preguntó mucho sobre Chile, aunque tenía una buena información sobre nuestro país. Finalmente me contó de los años que había pasado en Francia, donde había estudiado Literatura y conversamos largamente sobre ese país.

Al llegar a Larissa, ciudad en la que ella descendía, yo le agradecí la agradable e interesante conversación que habíamos tenido y ella me aseguró que también la había disfrutado mucho. 

Quizás aparecen como intrascendentes estas conversaciones, pero un viaje no puede ser sólo una relación con la naturaleza y las expresiones culturales inanimadas, cualquier relación humana de calidad, por breve que sea, humaniza todo un viaje, pues cuando no se tiene amigos en esos lugares, la soledad… es la única compañía.

Patricio Orellana Vargas

patoorellana@vtr.net

7 de mayo de 2008

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