Italia, Liguria, Cinque Terre

CINQUE TERRE

Riomaggiore

Patricio Orellana Vargas, Riomaggiore (óleo, 40x 50), 2007

Cinco diminutas caletas que se transformaron en gigantes turísticos.

Las Cinque Terre son cinco pequeños pueblos, cuatro de los cuales fueron caletas pesqueras en un pasado no muy lejano. Hoy son un complejo turístico tan importante que si uno busca información sobre este lugar en Internet se va a sorprender que hay disponibles más de tres millones de documentos sobre ellas.

¿Qué ha pasado? Simplemente que estas pequeñas aldeas han sido reconocidas universalmente por su discreta y casi escondida belleza, que ahora, gracias al turismo de masas se han transformado en lugares preferidos por turistas de todo el mundo. 

¿Por qué esta pequeña región se ha transformado en un lugar tan señero? La respuesta es múltiple: por su belleza agreste que se conservó en el aislamiento durante siglos, por la historia de sus pobladores, que durante milenios (no sólo de siglos) fueron capaces de crear y desarrollar sus hábitats humanos, en condiciones de extrema dificultad, hasta el extremo de existir estudios que demuestran que el trabajo de sus pobladores logró cubrir de terrazas para la agricultura a montañas que de otra manera nunca podrían haber sido cultivadas. Se considera que el volumen de trabajo necesario para hacer estos cambios es equivalente al empleado en la construcción de la muralla china.   

¿Una exageración? Presumo que no, pero  que nadie suponga que hay grandes construcciones que han transformado el paisaje. Los cambios son sutiles y no han modificado el medio ambiente, las mencionadas terrazas son como pequeños rasguños en la inmensidad de la naturaleza. Los fuertes, iglesias y puertos son construcciones pequeñas que no urbanizan una zona eminentemente agraria. Hay una combinación difícil de lograr y más aun de describir entre la monumentalidad de la naturaleza y la transformación sutil que el hombre ha realizado. 

Liguria, que es una franja costera del norte de Italia,  se divide en dos regiones geográficas: el Ponente y el Levante, porque siendo ambas costas del Mar Ligur  son opuestas formando un ángulo. Las Cinco Tierras se encuentran en la Riviera del Levante.

El aislamiento de Cinque Terre.

Mientras que las ciudades y puertos que están al oeste y al sur de Cinque Terre están en llanuras o terrazas bajas próximas al mar, aquí la costa, en una longitud de unos  veinte kilómetros es una cadena montañosa que se precipita abruptamente al mar, parece imposible establecer allí zonas de cultivo, pueblos y puertos, pero al navegar frente a esta costa sorprende ver como los pequeños huecos constituidos por quebradas o desembocadura de pequeños ríos han sido aprovechados por el hombre para asentarse en esta tierras. Pero si bien estos pueblos son accesibles por el mar, parece imposible llegar a ellos por tierra porque las montañas son  empinadas y abruptas. Fueron, precisamente esta condiciones de aislamiento las que permitieron que estos pueblos conservaran su propia vida más agraria y pesquera, mientras que a sus espaldas, detrás de las montañas, se desarrollaba la industria, la gran ciudad, los balnearios y en fin, el desarrollo económico, especialmente en los siglos XIX y XX. 

Finalmente las Cinque Terre fueron accesibles por tierra, una obra de ingeniería espectacular  las unió al mundo moderno: el ferrocarril que se construyó uniendo Génova con Roma y que seguía la línea costera, pero aquí debieron excavarse largos túneles en las montañas a orillas del mar. Hasta ahora, el tren tiene que internarse en estos túneles y ocasionalmente logra algunos trechos abiertos. Hasta algunas de las estaciones de los cinco pueblos han debido hacerse en los túneles, pues no había espacio para hacerlas bajo el cielo.

Es probable que esta conexión llegase oportunamente, pues desde entonces ya se valoraba la belleza tradicional y aislada de estos lugares lejanos del mundanal ruido, y el desarrollo del turismo fue entendido con mucha inteligencia: había que conservar esa belleza y no destruirla con una violenta modernización, de manera que hasta ahora, estos pueblos son estructuras reducidas donde no se encontraran ni hoteles de veinte pisos ni marinas con centenares  de yates. 

Ciudad, mar  y campo.
La otra virtud de esta región de las Cinque Terre es que se logró armonizar las pequeñas ciudades o pueblos con el mar, al aprovechar sus escasas playas y lo mejor es que ha existido una política conservacionista del campo y gran parte de la región es un parque nacional. Además se ha desarrollado una red de senderos por las laderas de las montañas o en sus cimas y actualmente es una zona muy disfrutada por los turistas que gustan de largas caminatas, para lo cual existe una perfecta infraestructura. La agricultura desarrollada aquí se presta perfectamente, pues los cultivos son de viñas, olivos y nogales en las terrazas. Además en aquellos lugares donde no hay cultivos, por la excesiva inclinación o por las rocas, hay una abundante vegetación propia de toda la zona del Levante  que es muy fértil, mientras que la faja opuesta, el Ponente, es mucho menos verde. Un italiano me decía que los del Levante se habían preocupado siempre del medio ambiente, por eso toda la región está cubierta de bosques siempre verdes, mientras que los italianos del Ponente habían sido más descuidados y sólo les había interesado cultivar las tierras con fines lucrativos. ¡Claro que el que me contaba esto era del Levante!

De las cinco ciudades o pueblos, cuatro son pequeños puertos, el otro, en cambio está encumbrado en lo alto de las montañas, aunque al borde del mar. Estos pueblos son:Monterosso, Vernazza, Manarola y Riomaggiore y el otro es Corniglia, cuyo nombre define su posición.

Llegar a Cinque Terrre.
Me parece que la forma de llegar es variada: por mar, por tren o por carretera. Creo que la tercera es la menos conveniente porque las carreteras son muy complicadas y porque en estos pueblos, el espacio es reducido y conseguir estacionamiento para los vehículos es un azar difícil. En cambio es muy cómodo usar el tren desde Génova o desde La Spezia (del oeste o este). Averiguando los horarios se puede programar la visita a dos o tres de estos pueblos en una jornada o en visitas relámpago, en la misma jornada se pueden alcanzar los cinco destinos. El      otro  medio es tomar un buque desde Portofino o cualquier puerto en el cual se detenga el barco que en verano va parando en los puertos principales de la Liguria Levante y termina en Portovenere. Al pasar por Cinque Terre se detiene al menos en Monterosso, Vernazza y Riomaggiore, según el programa es posible hacer una escala en algunos de estos puertos por un par de horas y después seguir el viaje.

El viaje en tren tiene la ventaja de estar viendo el mar, la hermosa  costa de esta parte de la Liguria y diversos balnearios, pero el tramo de Cinque Terre puede resultar menos atractivo pues en gran parte se corre a través de túneles, pero las ocasionales salidas al aire libre brindan hermosas vistas. 

El viaje en barco, generalmente barcos para un centenar de personas, tiene la gran ventaja de ver las Cinque Terre desde el mar, que es su mejor perspectiva pues se enfrenta a las altas montañas costeras que son muy verticales y muestran toda su composición geológica de piedras de distintos colores y conformaciones. Parece una costa tan abrupta que es difícil entender que en las pequeñas entradas que existen, los hombres se afincaron desde hace miles de años. Cada uno de estos pueblos, queda encerrado entre dos montañas que impiden su expansión, excepto Corniglia que está en lo alto de la cadena montañosa. Los puertos son pequeños y el barco mencionado se aproxima a las rocas o el molo y los pasajeros bajan a través de planchas, pues no hay lugar para embarcaderos más apropiados.

Corniglia.
Subir a Corniglia desde la estación ferroviaria significa subir varios centenares de peldaños, pero desde lo alto se ve una esplendida vista de toda la región enfrentando al mar y las montañas. Pero al mismo tiempo, Corniglia es un pueblo algo disperso y no tiene una unidad muy precisa como los otros que quedan muy concentrados por su ubicación en quebradas estrechas. A la vez, desde Corniglia se puede apreciar mejor el esfuerzo inmenso que debe haber costado hacer las terrazas que hoy se ven cubiertas de vides famosas por los vinos que se producen y por el dulzor de sus uvas.

Riomaggiore
Riomaggiore es una antigua caleta de pescadores, apretada entre montañas abruptas con las viejas casa de piedras escalonadas en los costados de las montañas. Como en las otras ciudades también hay edificios altos de cinco o seis pisos porque la escasez de espacio obligó al pueblo a crecer hacia arriba hace ya cientos de años. Pero como en otras ciudades genovesas los colores son muy alegres pues los edificios están muy bien pintados con las ventanas rodeadas de falsos marcos diseñados en la muralla. Las casas que son verdaderas torres que se afirman unas a otras y ascienden en un terreno muy inclinado y rocoso, da la impresión que la construcción es un revestimiento humano sobre las rocas que determinan finalmente los contornos de las calles y construcciones. El puerto es minúsculo y apto creo que sólo para pequeñas embarcaciones que en el pasado se dedicaban a la pesca.

A pesar de que el espacio plano es escaso, siempre hubo lugar para la iglesia y en algunos de estos pueblos también existieron fortificaciones, algunas de las cuales son de la edad media y en otras partes hay búnkeres que vienen de la Segunda Guerra Mundial.  En la Edad Media y en los tiempos modernos estos pueblos debieron soportar los asaltos de los piratas sarracenos y de los enemigos de Génova, cuando ésta se enfrascaba en Guerras con Aragón u otras potencias Mediterráneas. 

Vernazza.
Es sin duda el pueblo más atractivo de las Cinco Tierras. Su pequeña bahía ha sido cerrada en parte con un molo y desde allí se asciende por una calle que está muy bien cuidada, con los edificios típicos de la región y que se inicia con una bella y luminosa iglesia que está junto al mar.  En la pequeña península que forma parte del pueblo hay una alta torre y los restos de un castillo que alguna vez defendieron a esta ciudad, lo que contradice el aspecto pacífico y dulce del conjunto. Una vez que visitaba este pueblo con mi esposa, ella no pudo dejar de comprar un par de los deliciosos helados artesanales italianos, pero creo que la cuenta era de cinco euros y ella pagó con un billete de 500 euros y se fue ¡Parece que confundió 5 con 500! Pero segundos después salió corriendo el cajero que le traía los  495 euros de vuelto. Allí sentados en un banco, frente a la Gelatería disfrutamos de los helados y de haber recuperado ese caudal, que nos habría provocado un severo déficit.                                 

Había numerosos hoteles y pensiones y la ciudad estaba repleta de jóvenes con mochilas, muchos de los cuales participaban en las largas caminatas por las montañas del hermoso Parco Nazionale delle Cinque Terre y aquí tomaban un grato descanso a la sombra de los altos edificios y rocas. De vez en cuando pasaba el tren por encima de la ciudad, pero a corta distancia y una calle que pasaba por debajo de la línea del tren llegaba a la estación  y se podía seguir al siguiente pueblo. 

Monterosso.
Este pueblo es el único de los cinco que tiene dos playas extensas a ambos costados de la parte urbana, de manera que se puede caminar sucesivamente en las dos direcciones opuestas y encontrarlas. Son playas con todas las comodidades modernas, camarines, toldos, kioscos de bebidas y snacks, etc. Además,  hay trattorias, restaurantes y locales de comida rápida. El pueblo propiamente tal es un núcleo urbano compacto, encaramado en los roqueríos, aunque aquí hay más espacio. Los edificios altos y antiguos están pintados a la manera genovesa ya descrita, lo que le da mucho color y alegría frente a las severas montañas que a veces angustian por su altura y verticalidad que se deben complementar con el mar cuando hay tormenta. En verano en cambio, todo es tranquilo y el espíritu juvenil impregna la ciudad, porque igual que en las otras pequeñas ciudades llegan y salen compactos grupos de paseantes que van a caminar por los senderos del Parco Nazionale, desde donde se logran espléndidas vistas desde lo alto.

Manarola.
Desde el mar y desde determinadas perspectivas, esta ciudad no se divisa, las rocas y montañas la esconde, lo que supongo fue muy útil en la época de los piratas. También es muy empinada y  no hay un puerto propiamente tal, sólo un espigón de piedras que protege una pequeña poza. Los botes colocados en la calle de la caleta, parece que van ascendiendo porque la calle, el antiguo caudal de un pequeño río que ya no existe, asciende casi verticalmente y allí reposan estas embarcaciones. Aquí las casas están apiñadas en una gran roca que forma una pirámide de construcciones con los colores alegres del diseño genovés. No es cómodo subir por sus calles y mucho más incómodo y hasta peligroso es bajar. Manarola es la capital del vino que se produce en esta región y no se puede pasar sin probarlo en algún bar o restaurante pues es el orgullo del pueblo. Después de un par de tragos no se recomienda seguir el consejo de los lugareños que le dirán que el sendero que conduce hacia Riomaggiore por la proximidad de los roqueríos de la costa es el más bello del mundo, lo que parece ser cierto y aceptado por todos, pero a la vez es necesario caminar con mucho cuidado, especialmente después de haber probado excesivamente el vino de las Cinque Terre. Yo no me atreví a hacer el paseo.

El amor particular y el amor general.
Yo me enamore de las Cinque Terre de una vez, la primera vez que iba en tren desde Roma a Rapallo y empecé a ver, en los tramos que el tren salía de  túneles, esa costa agreste y las pequeñas ciudades que se agarraban a los costados de las montañas y conservaban una calle central que descendía hasta el mar donde había casi siempre un pequeño puerto o caleta. Me recordó de inmediato los cuentos de Italo Calvino que describía estos recintos como “carruggio” donde vivían pescadores y mujeres ásperas, cuyos hijos vagabundeaban por las callejas y las riberas corriendo pequeñas aventuras o realizando actividades en contra de los soldados alemanes destacados en estos lugares en la Segunda Guerra Mundial.

Desde Rapallo, muchas veces fui a alguna de estas Tierras, a veces acompañado con mi hijo y otras, solo, viajando en el tren que las recorre, no era época de verano, de manera que los viajeros y turistas eran casi puros italianos, con los cuales fácilmente iniciábamos conversaciones que nos ilustraban sobre la región. Una vez un viejo nos contó- a mi hijo y a mí- que durante la guerra él era un niño y su familia era muy numerosa y pobre. Para los siete hijos varones sólo había un par de zapatos y se había establecido que el que se levantaba primero era el que tenía derecho a usar el calzado, que para que pudiera usarlo cualquiera de ellos, siempre tenían que ser del número mayor. Al comparar la situación de esa época se puede percibir los cambios económicos espectaculares que ha experimentado Italia, que ahora es uno de los países más ricos del mundo. Otra vez, una señora de edad nos contó que ella era de Recco y que aún odiaba a los ingleses, porque en su niñez habían bombardeado severamente su ciudad y el Recco actual casi no tenía nada de esa  época, pues la destrucción había sido casi total.  En Recco había un puente ferroviario que era clave para la operación de la línea costera que atraviesa la Liguria.

En una oportunidad realicé el viaje más bello por esta región. En compañía de mi esposa, tomamos el barco, que en verano hace el recorrido desde Portofino a Portovenere, deteniéndose en muchos puertos intermedios y está programado de tal manera que era posible quedarse un par de horas en Vernazza y otro par de horas en Monterosso y llegar finalmente a Portovenere, estar allí toda la tarde y retornar al anochecer a Rapallo y los otros puertos. Ver las Cinque Terre desde el mar fue una visión diferente de lo mismo. Desde allí se percibía mucho más claramente la extraordinaria capacidad del hombre para instalarse y construir su hábitat en lugares donde la naturaleza parece que nunca se lo permitiría.

Quizás uno de los factores que determinó mi admiración y cariño por las Cinque Terre es que a pesar de ser un polo turístico tan atractivo ha logrado mantener un ambiente de intimidad y de pueblos que  no pueden expandirse por las dificultades geográficas. Es posible que de otra manera se habrían transformado en grandes urbes: aquí la naturaleza obligó a mantener su reducido tamaño y su carácter íntimo se preservó.

Después de mucho tiempo y de varias de mis visitas a estos lugares ocurrió que la UNESCO los declaró Patrimonio de la Humanidad en 1997 (junto a Portovenere y la próxima isla Palmaria)  y comprendí que la atracción que yo sentía por estos lugares era un sentir universal. 

Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net

6 de junio de 2008

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