El período más corrupto de la historia de Chile.

El período más corrupto de la historia de Chile

 

La historia de Chile es una historia de probidad y austeridad pública. Si se revisan las obras de los grandes historiadores del siglo XIX y XX no se encontrará referencias significativas a la corrupción administrativa. Naturalmente que esto no es absoluto, siempre hubo cierto nivel de corrupción, especialmente en los nombramientos de los funcionarios públicos, pues excepcionalmente el sistema de mérito ha sido una realidad, pero simultáneamente no han existido grandes fraudes ni una cultura administrativa que tolerara la coima. En general se trató de un Estado con políticos y jerarcas probos y además austeros. Los grandes gobernantes del siglo XX pusieron énfasis en la austeridad antes que en la probidad, porque se reconocía que en Chile no había una corrupción significativa y la preocupación de presidentes como Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos, Carlos Ibáñez, Jorge Alessandri, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende fue el de que sus gobiernos fueran austeros, entendiendo por tal que el gasto público sólo se efectuaba para enfrentar necesidades imperiosas eliminando todo atisbo de lujo o despilfarro. La situación cambió drásticamente con la dictadura militar. Por única vez en la historia de Chile el jefe de Estado y su familia se enriquecieron en el poder, sus jefes y políticos adquirieron las empresas estatales a precio de gran oferta y en la Administración Pública se establecieron los sobresueldos y las indemnizaciones a todo evento además de declarar inamovibles varios miles de cargos que eran de designación política en lo que se apodó como la “ley de amarre”. Todo esto fue posible porque, conforme a la tesis de Robert Klitgaard, la corrupción es resultado del monopolio más la arbitrariedad. En efecto el Estado tiene poderes monopólicos y cuando sus autoridades son absolutas puede actuar con arbitrariedad ya que no existen controles reales, pues el Poder Judicial y la Contraloría carecían de la independencia necesaria para sancionar estos hechos, amparados, además por la ausencia de transparencia ya que no había prensa libre. El retorno a la democracia traía la esperanza de que en este ámbito se produciría un cambio positivo ya que las instituciones empezarían a funcionar en un marco de libertad y respeto. Nada de eso ocurrió, la corrupción en el sector público fue asumida como una prebenda propia del cargo para los nuevos ejecutivos y mantuvieron y desarrollaron los niveles existentes, llegando a una corrupción generalizada que superó todas las experiencias pasadas ampliando los sobresueldos e indemnizaciones a todo evento a casos de coimas, honorarios indebidos, empresas de papel cuya función era recibir encargos que no hacían pero se pagaban, pagos por encuestas y asistencias inexistentes, etc. La creatividad perversa generó un frondoso jardín con las flores del mal. Reiterando la tesis de Klitgaard y aplicándola en el caso de la democracia, la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad. Es decir ahora no hay arbitrariedad, pero los jefes políticos y administrativos tienen un amplio campo para ejercer su poder y lo han usado de la misma manera que en la dictadura: para beneficio directo de quienes gozan del poder. La transparencia lograda en la democracia les ha jugado una mala pasada, sus actos no han quedado en la oscuridad. Pero les ha bastado inventar explicaciones y rechazar las acusaciones amparados en que son inocentes mientras no se pruebe lo contrario: Y como las instituciones no funcionan el resultado es que en Chile el fenómeno es sui generis: es el único país donde hay corrupción sin corruptos.

Patricio Orellana Vargas

(20040105)
Profesor de la Universidad de Chile.
Especial para DIARIO 21 de Iquique

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