Italia, Toscana, Volterra

Volterra

VOLTERRA, ETRUSCOS Y MEDIOEVO

toscana

Patricio Orellana Vargas “Paisaje de la Toscana”, óleo 40 X 50 Cms. (Basado en una fotografía)

Un paseo por Toscana.
Toscana es la región más bella de Italia, allí se combinan la belleza de la naturaleza, el aporte trascendental que esa región hizo a la humanidad durante el Renacimiento, especialmente de Florencia, y la existencia de numerosas ciudades y pueblos que han conservado su estructura y sus monumentos medievales. Pero debajo de todo esto, además es posible ver lo que queda o se ha encontrado de la época en que Toscana fue la patria de los etruscos.

Yo he visitado muchas veces Italia y he estado en el Piamonte, Lombardía, Emilia Romagna,  Liguria, Umbría, el Véneto y sus vecindades, el Lacio, Los Abruzzos, Campania,  Puglia y Sicilia. Pero al mismo tiempo no conozco Cerdeña, el Val D´ Aosta, Las Marcas, Los Dolomitas y Calabria. De la visión superficial de las regiones  que conozco mi conclusión es que las más bellas son Toscana, Liguria y los lagos de Lombardía.

Esta opinión personal no es única, hay muchos escritores y viajeros que han exaltado estas características que destacan a la Toscana y durante el siglo XIX fue el lugar predilecto que visitaban los intelectuales europeos, especialmente ingleses. Muchas ricas familias inglesas se establecieron allí huyendo de las brumas londinenses. En el siglo XX hubo una avalancha de millonarios norteamericanos que disfrutaron de largas estadías en esta región. Sólo la Segunda Guerra Mundial suspendió esta moda de las clases altas europeas y norteamericana de disfrutar de este paraíso. Después vino la explosión del turismo masivo y los visitantes ya no fueron unos pocos miles de afortunados sino millones de personas de una nueva categoría democrática: los turistas. Éstos provenían de toda  Europa Occidental, de Norteamérica y además aparecieron ejércitos de japoneses, australianos y hasta latinoamericanos. Ahora comienzan a aparecer los chinos y otros asiáticos. Ya no vienen a vivir en elegantes villas, sino que en inmensos hoteles y en los pequeños hoteles y  pensiones multiplicadas por toda Toscana.

Yo he atravesado la Toscana de Norte a Sur, por la costa del mar Tirreno y por la vía central. He visitado Florencia, Pisa, Sienna, Lucca, Livorno,  Viareggio, Arezzo, Pistoia,  San Geminiano, Fiésole y Prato, teniendo siempre como residencia la ciudad de Florencia o Rapallo (en la próxima Liguria). Sin embargo, no he visto sino una ínfima parte. Grandes escritores como Aldous Huxley y David Herbert Lawrence recomiendan conocer otros muchos lugares, algunos de los cuales encierran las más bellas obras de arte del mundo, según sus opiniones: Montepulciano, Pienza, Sansepolcro, Cortona, Grosseto, Massa Marítima, Pitigliano, Monterchi, Chiusi, etc.

Uno de estos lugares tan recomendado es, sin duda, Volterra. Yo traté de ir en muchas oportunidades, pero no era fácil, siempre me aconsejaban arrendar un automóvil para recorrer la región. Pero yo no podía hacerlo. Mi medio de transporte cómodo y preferido es el tren, pero no hay línea férrea para Volterra. Finalmente, en mi último viaje a Italia en el 2007, decidí ir a toda costa. Encontré un servicio de buses que partiendo de Florencia se puede hacer trasbordo en el Valle del Else  para llegar a Volterra. Claro que es complicado y la frecuencia es muy escasa, pero vale la pena aunque en viaje de ida y vuelta se emplearán como ocho horas.

Estos cuatro viajes, dos de ida y dos de vuelta, no son cansadores pues se atraviesa el interior de Toscana y en cualquier estación se disfrutará de un bellísimo paisaje. Creo que la belleza será máxima si se viaja en primavera pues las colinas están de un color verde intenso y variado. Los inmensos prados, cultivos diversos y plantaciones de trigo están limitados por hileras de cipreses de un verde oscuro que se levantan ordenadamente en los bordes de los predios. También abundan los bosquecillos de diversos árboles de hoja caduca en las hondonadas y en las laderas de las montañas más altas aparece el verde azulado de los bosques lejanos. Todo el paisaje es una sucesión de suaves colinas por donde corre el camino, con un horizonte de cerros y montañas más lejanas, siempre en diversos tonos de verde y en la lejanía azules y morados. En las hondonadas y en las laderas de los montes el verde se hace cada vez más azul por la lejanía y la bruma que parece descansar en algunos valles aporta tonos blancos y celestes. En otras estaciones aparecen los colores amarillos ocres, sienas y rojos.

En realidad todo el viaje es para disfrutarlo mirando.

El aporte humano.
Pero no crea que esto sea toda la belleza del viaje. Hay que agregarle la vista fugaz de muchos pueblos y pequeñas ciudades encaramadas en las colinas. Todas ellas  netamente medievales, con torres, altas murallas e iglesias, siempre en tonos ocres variados. En cambio, junto al camino se atraviesan  pueblos más modernos, pero también hermosos y que reflejan un altísimo nivel de vida, pues no hay casa junto a cuyo frontis o entrada  no se ve uno o dos automóviles nuevos. Las construcciones están muy bien mantenidas, aunque algunas excepcionalmente, son viejas pero muy bien cuidadas. De vez en cuando se ven granjas abandonadas, con edificaciones derruidas y que deben mostrar que en los campos cada vez vive menos gente y se necesita menos mano de obra por la mecanización agrícola.

Este viaje por las colinas de Toscana muestra una equilibrada armonía entre la belleza de la naturaleza y el aporte humano en los cultivos y en los poblados. Las construcciones se adaptan al paisaje y no se ven grandes edificios de cubículos o elegantes villas ostentosas. Parece que hasta la riqueza es discreta ante tanta belleza.

La llegada a Volterra.
Después de hacer este hermoso viaje se asciende por una alta colina hasta llegar a Volterra. El bus no entra a la ciudad, ya que una ciudad medieval no tiene condiciones para que transiten estas máquinas inmensas por las calles estrechas. La parada final está el borde de la cima de la colina y desde allí se ve hacia los valles una espléndida vista de la brumosa Toscana.

La ciudad comienza allí mismo y se ven de inmediato las torres de las iglesias y las grandes casas, todas distintas, pero siempre construidas con una piedra ocre que con la luz directa del sol adquieren una variedad de tonos de dorado viejo.

El día que hicimos la visita, en esta explanada donde llegan los buses, había una gran concentración de motos. Supongo que había un paseo de algún club de motociclistas, jóvenes de ambos sexos que disfrutaban de este paseo sin ningún exceso que uno puede temer cuando ve una masa de estos conductores.

Al entrar a la ciudad el clima cambia, pues las calles son frescas y sombreadas por la altura de las casas. El suelo empedrado contribuye a comenzar a caminar hacia el pasado y este pasado es doble pues Volterra tiene una apariencia que conserva toda su herencia medieval, pero también  hay un legado no visible de la cultura de los etruscos. Además existen restos de la época romana. 

Los libros y guías señalan una gran cantidad de monumentos dignos de visitarse; puertas etruscas y romanas, murallas de diversas épocas, palacios, torres de clanes familiares,  castillos o fortalezas impresionantes que dominan la ciudad, calles más amplias llenas de tiendas turísticas y hoteles, iglesias y también las  ruinas romanas de un teatro y de otras construcciones.

Había tanto que ver y disfrutar que, como yo siempre había pensado, a Volterra hay que ir tres o cuatro días para que con suave deleite y sin apuro se pueda recorrer toda la ciudad en la mañana, a mediodía, en la tarde y en la noche, saboreando los colores que van cambiando a cada hora.

Lamentablemente, con el escaso tiempo disponible sólo caminamos por la calle principal, llena de gente, que parece que por ser sábado estaba de compras en las numerosas tiendas. También había una avalancha de turistas extranjeros, que no impedían ver a las dueñas de casa en sus compras habituales de fin de semana.

Intituivamente llegamos a la catedral y al baptisterio de la ciudad, ambos construidos con las piedras doradas típicas de la región. No eran edificios deslumbrantes y más aún, parecía sin terminar, pues sólo algunas paredes aparecían cubiertas de mármol al estilo pisano, en franjas paralelas de dos colores. Sin embargo, el que estos antiguos edificios hayan quedado así ayudaba a dar modestia y sobriedad a la ciudad, manteniendo el estilo románico, más pesado y serio, pero menos grandioso que el gótico que le sucedió. Lo que más nos interesó es el púlpito de la catedral, que también es netamente románico, con animales toscamente tallados a los pies, pero los pilares de piedra negra que sostienen el mencionado púlpito de mármol,  son muy elegantes y transforman el conjunto en algo mucho más liviano que las obras románicas. En la parte superior, como cerco y baranda exterior de donde se coloca el predicador,  hay relieves en mármol blanco. Son cuatro y uno de ellos es el de la Última Cena. Los apóstoles son figuras románicas, con rostros severos, pero a la vez como un trabajo un poco tosco e infantil, ya que estaba muy lejos de la perfección que se había logrado en la escultura griega y en menor medida en la romana. Un dragón monstruoso escondido debajo de la mesa y junto a un personaje, supongo que Judas, refuerza esta concepción infantil de todo el conjunto. Estas apreciaciones, no pretenden desmerecer en absoluto la belleza extraordinaria lograda en este púlpito. 

Mis principales objetivos en este paseo eran visitar el Museo etrusco y la plaza de la ciudad. Rápidamente nos dirigimos al Museo, ya que la tarde caía y temíamos que lo cerraran temprano. Este museo es la obra de la acumulación de objetos etruscos que hicieron unos estudiosos del siglo XVIII, aprovechando que Volterra fue una de las principales ciudades etruscas y que aquí abundaba el alabastro, un material blanco traslúcido que se usa para hacer objetos decorativos y que en la Antigüedad hasta sirvió para cumplir las funciones del vidrio en las habitaciones, de manera que se encontraron muchos objetos de esta materia así como de piedra y cerámica.

El brillante pasado etrusco.
Este museo es excelente, es probablemente la más importante colección de arte etrusco y toda ella ha sido con piezas recuperadas en excavaciones en la ciudad y sus alrededores. En realidad hay tres etapas que el museo muestra: la  llamada cultura de Villanova, la etrusca y la romana. La parte etrusca es la más importante pues incluye cientos de urnas funerarias talladas. Estas urnas, tienen tapas con figuras humanas recostadas, generalmente parejas. Yo me atrevo a ver alguna similitud con el muy posterior arte románico (lo probable es que estas esculturas hayan influido en la escultura románica). Son figuras humanas en las que la cabeza pasa a ser más grande proporcionalmente que el resto del cuerpo, quizás no fue la falta de pericia para hacerlas más parecidas al cuerpo humano, sino que para destacar los rasgos de la persona representada. Es notorio el intento de mostrar rostros de personas pues se detallan las arrugas, los peinados y los gestos. También hay una detallada presentación de las vestimentas y las joyas.

Resulta algo extraño que la deformación señalada en esas figuras, no se repite en otras figuras más pequeñas talladas en la urna propiamente tal. En esas esculturas, que representan escenas mitológicas con héroes y dioses hay una perfecta proporcionalidad  y diversidad de poses según la situación descritas. Aquí hay una evidente influencia griega.

La  escultura más espectacular de este museo es una figura de menos de un metro que en forma muy simbólica representa a un joven, pero es como una vara de fierro que tiene una perfecta y pequeña cabeza humana, los brazos sólo están  insinuados, pegados a los costados, además, sólo se distinguen  los pies y los genitales. Genialmente el poeta Gabrielle D´Anunzzio la bautizó como “La sombra de la tarde” porque en realidad es como la sombra alargada de un joven cuando se pone el sol. Esta obra es la joya del museo quizás por su simplicidad y simbolismo. Hoy hay famosos escultores que tallan sus obras siguiendo esta línea y dentro de una concepción totalmente moderna del siglo XX y XXI. En realidad no se sabe que función cumplía esta escultura, quizás de un culto especial o un simbolismo que ya nadie puede explicar.

Esta visita  deja una profunda satisfacción porque sólo en Tarquinia y en el museo de la Villa Julia en Roma me había sentido tan próximo a los admirables etruscos, que no sólo se preocuparon de la muerte, sino que según los romanos fueron grandes gozadores de la vida. Sin embargo, hay que reconocer que las urnas etruscas de la Villa Julia y las del Museo del Louvre son las obras maestras del arte etrusco, pero las  de aquí, como conjunto, son una aproximación más rica, variada y sincera a esa cultura.

La última mirada.
Nos quedaba poco tiempo, pues había sólo un bus que hiciera las conexiones necesarias para volver a Florencia. Este tiempo lo utilizamos mirando tiendas y talleres de objetos de alabastro. 

La otra maravilla que era imprescindible  ver era la plaza de los Priores, que según los libros y comentaristas es la más bella de Toscana y representa toda una historia de lucha por la autonomía municipal frente al poder eclesiástico, ya que en una época Volterra era una dependencia obispal. Es una gran plaza medieval, rodeada de edificios de cuatro o cinco pisos, todos ellos de estilo gótico, con las típicas ventanas ojivales, que, lamentablemente fue lo único que pudimos apreciar ya que ese día había una gran feria en la plaza y estaba llena de grandes tiendas de género que impedían ver el conjunto.

En cualquier caso, el viaje valió la pena y nos dejo una sensación de satisfacción y placer, como cuando se está ahíto de belleza, pero al mismo tiempo sabiendo que había mucho más que ver y disfrutar. 

Volterra 84s

Vista de las colinas de Toscana desde Volterra

Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net
16 de mayo de 2008

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