Italia, Toscana, Pisa, La Torre de Pisa ya no se caerá

La Torre de Pisa ya no se caerá

LA TORRE DE PISA YA NO SE CAERÁ.

pisa

Patricio Orellana Vargas, “La torre de Pisa”, óleo 40×50 cms.

La Torre de Pisa

¿Se caerá?

El derrumbe de la Torre de Pisa parecía inevitable, multitud de proyectos para estabilizarla habían fracasado y hasta ya se vendían postales con tres fotografías: La Torre inclinada, la Torre derrumbándose y finalmente, un montón de escombros. Pero los problemas ya se han superado y la Torre no sigue inclinándose gracias a un contrapeso de varias toneladas de concreto ubicadas en el lado contrario a la inclinación, finamente ocultas bajo tierra (por mucho tiempo estas moles de cemento estuvieron a la vista, pero afeaban demasiado la Torre, así que se hizo un gran operativo para esconderlas. Eso es buen gusto.).
Durante años estuvo cerrada al público pero finalmente la abrieron y cada 35 minutos, 35 turistas inician el ascenso. ¡Claro que la entrada cuesta quince euros (unos $10.000)!
Hace muchos años, cuando también la Torre estaba abierta yo la subí sin dificultades y a un precio asequible.Ahora no pensaba subirla, pero mi nieta de diez años se encontraba muy ilusionada en estar -decía- donde Galileo Galilei hizo sus experimentos. Pero la dificultad no sólo radica en el precio de la entrada, ocurre que las normas son rigurosas: Se prohíbe el acceso a niños menores de ocho años y a personas mayores que sufran de afecciones respiratorias o cardíacas o que sufran de vértigo. Además los niños entre ocho y doce años deben ir acompañados de personas mayores. Los que siempre cumplen estas condiciones son los japoneses, que son la mayoría de los turistas aquí. Ellos no llevan niños, no hay obesos y todos parecen saludables.

Una empresa difícil

Finalmente, después de consultar varias veces el bolsillo decidí subir con mi nieta. Mi esposa por ningún motivo se decidió a acompañarnos.
Junto a treinta japoneses livianos como plumas y tres norteamericanos emprendimos la subida, debiendo dejar nuestro equipaje en custodia (con él habría sido imposible subir).
Como señalaba, yo había subido hace muchos años, pero ahora me percaté nuevamente “que nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”. Al comienzo iba en el primer escuadrón de escaladores, al poco rato los japoneses, como bailarines de ballet pasaban por mi lado y poco a poco fui quedando al final. El único orgullo que me quedaba es que después de mí venía una joven de brillante cabellera rubia.

Los 294 escalones

Subir al campanario de la Torre significa ascender por 294 escalones. Pero no son simplemente escalones. Cada uno de ellos es un poco distinto al otro, además hay un desgaste variable y algunos ya no son planos sino que totalmente curvos, gastados por el paso de miles y miles de personas durante setecientos años. A ello hay que agregar que la escalera es como un tirabuzón en el interior de la Torre, lo que inevitablemente marea al recorrerla, agravado por la inclinación que caracteriza a la Torre. Las paredes se van estrechando a medida que se asciende y ni siquiera hay un pasamanos para sujetarse.
En estas condiciones mi corazón latía cada vez más violentamente, no por la emoción sino por el tremendo esfuerzo.

Un final feliz

Después de descansar en todos los pisos donde había una ventana, llegué a la terraza. Allí me esperaba mi nieta y la tropa de japoneses que estaban totalmente tranquilos, mientras que yo respiraba abriendo la boca.
Mi desilusión fue que la joven que venía al final del grupo, después de mí, era una policía encargada de la seguridad y para auxiliar a los que quedaran en el camino. De manera que debo reconocerlo: ¡Fui el último!
El panorama desde la Torre es hermoso, el Campo de los Milagros, con el Duomo y el Baptisterio, y el cementerio de mármol blanco y gris; el césped verde y los edificios cercanos: El museo del Duomo, el mueso de pinturas y otros edificios oficiales de colores amarillos, naranja y rojo ladrillo contrastan con la solemnidad de los templos, pero no desentonan. Más allá se ve un mar rojo de las tejas de las casas próximas.
Después del campanario se sube a la última terraza, sobre las campanas, desde allí la vista es más amplia y se divisa toda la ciudad y las montañas y campos cercanos. Durante la era de Mussolini se intentó enderezar la Torre echando hormigón bajo los cimientos de la Torre, para frenar la inclinación. Esto sólo logró que el terreno se volviera más inestable, y la Torre se volvió peligrosamente insegura. Tanto así que se tuvieron que dejar de tocar las campanas, pues la sola vibración de ellas sobre la delicada estructura de mármol, y el vaivén de su peso, podrían haber mandado la Torre al suelo.
En la Torre hay tres policías: uno que monta guardia permanente en la terraza y dos que van con el grupo, uno al comienzo y otro al final. ¿Por qué tanta vigilancia? Porque no falta quien quiera suicidarse arrojándose desde este monumento histórico y porque abundan los que quieren hacer alguna peripecia o malabarismo en la Torre.

Una maravilla del mundo

La Torre Inclinada de Pisa es una de las maravillas del mundo, no sólo por su extravagante inclinación, sino por su belleza. Es la joya del arte pisano: una Torre cilíndrica, pero alivianada con corredores de mármol en cada piso, con arcos de medio punto, típicos de la arquitectura románica que precedió a la arquitectura de arco ojival, pero con el aporte pisano que le da ligereza superando la pesadez característica del estilo románico.

Un conjunto espectacular

La Torre es la joya, pero no está sola. En el Campo de los Milagros está el baptisterio, otra obra de perfección con decorados en mármol que a lo lejos aprecen bordados y además está el Duomo, gigantesca construcción también de mármol blanco con franjas grises.
La espectacularidad de este recinto radica en que el visitante goza de un amplio espacio para ver desde distintos ángulos el conjunto o cada uno de los edificios. Esta disposición es excepcional en la arquitectura medieval, porque el espacio era siempre muy reducido y los edificios estaban pegados unos a otros, impidiendo una visión limpia. El Duomo de Florencia, por ejemplo, a pesar de su innegable belleza, pierde prestancia porque está cerca de los edificios civiles, en Pisa se goza de un espacio excepcional.

Pisa no se agota en la Torre

Pisa no es sólo la Torre, tiene muchísimas más maravillas: La catedral, el baptisterio, el cementerio, las murallas, el río Arno, los palacios a su orilla, museos, la universidad, edificios de distintas épocas, iglesias pequeñas, etc.
El cementerio, ubicado también en el Campo de los Milagros está hecho de mármol. Es un gran rectángulo techado con un patio interior. Allí hay murales, estatuas, lápidas y tumbas, cada una de las cuales es una obra de arte. Este camposanto fue cubierto con tierra del Monte de los Olivos de Jerusalén, que fue traída después de la Primera Cruzada y aquí están los restos de grandes pisanos.

¿Un desarrollo frustrado?

Pisa fue una república independiente en el medioevo y llegó a construir un imperio marítimo, arrebatando a los sarracenos las islas de Córcega, Cerdeña y las Baleares. Pero sus vecinos florentinos la subyugaron y pasó a ser un dominio de Florencia.

Sin embargo, el arte prosiguió desarrollándose y alcanzó cumbres, no sólo en arquitectura. Su Universidad llegó a ser una de las más famosas de Europa. Galileo Galilei realizó muchos experimentos para probar sus teorías que revolucionaron la física y la astronomía. En el Duomo, estudió el movimiento pendular observando la gran lámpara que se movía cuando encendían sus velas. La Torre Inclinada fue su laboratorio para establecer las leyes de la caída y aceleración de los cuerpos. Al proponer la teoría de la rotación de la tierra alrededor del sol, Galileo fue procesado por la Inquisición y su famosa frase “… Y sin embargo, se mueve” significó el comienzo del triunfo de la ciencia sobre la religión.

El mejor momento para visitar Pisa

Ahora es el mejor momento de visitar Pisa. Sus grandes monumentos están totalmente restaurados, el mármol blanco ha sido librado de su capa de smog. No hay andamios, como ocurrió en los últimos años, sólo quedan algunos menores en el techo del Duomo y en el campanario de la Torre.
Mi único problema en esta visita a Pisa fue que ante mi nieta mi imagen no sólo se inclinó como la torre, sino que se derrumbó. Antes me llamaba “Nonno”, ahora me llama “povero Nonno”.

Patricio Orellana Vargas
Patoorellana@vtr.net
Pisa, 5 de febrero de 2003

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