El misterio de las paltas.

El misterio de las paltas.

Patricio Orellana

Hace algunas semanas empezó a ocurrir un hecho insignificante, pero extraño. Todas las mañanas al salir al jardín o al patio, encontrábamos paltas en el suelo. Eran paltas en buen estado, algunas maduras y otras próximas a madurar. Mi esposa empezó a conjeturar por qué alguien tiraba paltas a nuestra casa, elaboró varias explicaciones: Había que tener cuidado, podrían ser tiradas por alguien que me odiara por mis actividades políticas, conocidas en el barrio, incluso consideró que podían estar envenenadas. Otra versión fue que algún vendedor arrojaba sus excedentes, lo que era improbable pues se repetía todos los días y las paltas estaban en buen estado. Después sugirió que era una vecina que no simpatizaba con ella y lo hacía para molestarla, lo que le habría sido bastante caro. Estudió los sectores donde caían las paltas y en realidad eran en todo el jardín, el patio y hasta en un pasillo que hay entre la casa y el taller. Podían provenir de la casa del vecino de la izquierda o del de la derecha o de los de la parte trasera y hasta se imaginó que eran lanzadas desde un helicóptero u otro aparato volador.

Pasaban los días y las paltas seguían cayendo. Los que aprovechaban eran los gatos de una vecina, los que siempre estaban hambrientos e invadían nuestra casa. Yo no sospechaba que los gatos comían paltas, pero los vi comiendo las más maduras.

¿Quién estaría gastando tanto dinero? pues sumadas eran muchos kilos y su precio, como todos sabemos, no es barato.

Pero las paltas seguían cayendo y el misterio continuaba. Le pregunté al hijo de la vecina de la derecha, un joven veinteañero, pero casi se enojó y me dijo que sólo alguien “chalado“ haría una cosa así.

Un día yo pensé que sólo un niño o alguien con una mentalidad infantil podría ser el tirador de paltas.
La vecina de la derecha no tenía hijos pequeños, la de la izquierda tenía una hija de 17 años y otra de 4 años.

Decidí preguntarle a esta última vecina. Extrañada, me dijo que ella no lanzaba paltas y me miró como si ya, con mis 85 años, empezaba a fallarme el juicio.

Le expliqué que, por supuesto no considerábamos que fuese ella, pero quizás podría ser su hija menor. Más extrañada aún, me dijo que le preguntaría cuando la niña llegara del jardín infantil. Yo le advertí que en todo caso, la consulta no era ningún reclamo, ni menos sugerir castigo si la pequeña fuera la lanzadora de paltas.

A mediodía, la vecina me llamó y a través de la reja conversamos. Efectivamente, era su hija Amanda, la pequeña de 4 años, quien lanzaba las paltas, según reconoció la pequeña, sin ninguna duda ni preocupación. La mamá, por supuesto comprendió a su hija y no la castigó.

Lo que ocurría es que casi todos los días, en la tarde, excepto en invierno, yo trabajaba en el jardín o la platabanda exterior, sacando malezas, podando, barriendo o regando. Simultáneamente, el vecino de la izquierda regaba su prado exterior y la pequeña Amanda ayudaba o patinaba en la vereda. Habitualmente, cuando yo estaba barriendo, ella venía con su escoba y cuidadosamente me ayudaba y conversábamos. Lo tomaba como un trabajo que debía ser bien hecho, no como un juego. A veces me ayudaba a sacar malezas, pues las distinguía perfectamente. Así fuimos haciéndonos amigos y a veces me pedía flores de mi jardín. Una vez la invité con la mamá, para que eligiera un cuadro que le iba regalar, pues soy pintor aficionado. Ella eligió un cuadro serio, pero la mamá le seleccionó otro más apropiado para su edad.

Ocurre que la vecina tiene sus padres en Coquimbo y le envían paltas regularmente, de manera que en su casa hay un buen stock permanente. Amanda cogía varias todos los días y según ella, me las regalaba. Si yo le regalaba cuadros ella podía regalarme paltas.

En realidad no era ningún ataque ni venganza de adultos, era simplemente, la expresión de cariño de una pequeña jardinera con el viejo vecino jardinero.

Así se resolvió el misterio y se acabó la lluvia de paltas que venía del cielo.

Santiago, julio de 2017
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