Volver.

Volver.

 

Patricio Orellana Vargas, “De regreso”. (óleo 60×40 cms)

Todo viaje implica el retorno, por ello Rilke sostiene que se viaja para regresar. De otra manera es emigración, fuga o cambio de vida.

Durante todo el viaje está presente la necesidad y a veces el placer de volver. Que a alguien le gusten los viajes no significa que no ame y goce de su país o lugar de residencia. Puede ser al contrario, puede ser el deseo de poblar su hogar habitual con recuerdos de otros lugares y ayudar a engrandecerlo. Por eso yo me defino, en  este plano, como un simple turista, uno más en las masas que hoy viajan por el mundo, disfrutando de su dimensión cultural y que antes sólo fue privilegio de algunos adinerados.

Hay personas que odian los viajes y otros que cuando están en el extranjero, lo único que desean es volver. A mi me parece que eso es una estrechez mental que impide apreciar el mundo en el que vivimos y cree que éste es su rincón y no hay nada más que valga la pena. En estas crónicas cuento el caso de mi amigo, Montetriste, que escapó de Grecia en la mitad de un viaje –su primer viaje al extranjero- para retornar de inmediato a su querido rincón.

Naturalmente que hay que respetar lo que sienten otras personas, aunque uno sea incapaz de entender sus razones.

Pero yo creo que casi siempre hay una combinación del deseo de viajar y del deseo de volver y que van cambiando sus ponderaciones, tanto en el viaje como en la estadía habitual. Durante el viaje aumentando el deseo de volver y disminuyendo el deseo de seguir en viaje y durante la estadía el proceso es el inverso.

Muchos suspiran aliviados cuando se termina el viaje. Es evidente que regresar es casi siempre muy agradable, es encontrarse con su entorno, con las personas que ama, con las costumbres que considera normales, con los objetos que aprecia. Hay personas que duermen mal en todo el viaje y sólo desean volver a dormir con su cómoda y conocida almohada y en su cama adaptada a su cuerpo por años y años. Otros recuerdan la comida casera o la gastronomía nacional. Disfrutan al llegar a su casa y leer la prensa y los libros en su idioma, después de haber vivido haciendo el esfuerzo de entender otros idiomas, otras costumbres y otras personas. ¡He conocido personas que añoran el smog de Santiago!

Quizás la dorada medianía aristotélica está en ser capaz de tener placer en ambas cosas: viajando, ampliando sus horizontes y enriqueciendo su vida con las bellezas del mundo. Y también ser capaz de encontrar belleza y sabiduría en el pequeño mundo habitual. En estos dos conjuntos puede estar  la felicidad.

Santiago, 16 de agosto de 2008.
Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net

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